Francesco D´Andria, un arqueólogo de la
Universidad del Salento-Lecce, descubrió el pasado mes de abril uno de esos
descubrimientos que surgen por casualidad. Ha habido muchos descubrimientos
casuales a lo largo de la historia. Llevaba años estudiando los restos
arqueológicos de esa ciudad misteriosa de Hierápolis, y el azar o un acto
divino hizo que descubriera unas ruinas, y fíjense qué cosas tiene la vida que
se dio de bruces con aquellos restos que llevaba estudiando e investigando
durante muchos años. De hecho este señor se hizo famoso por descubrir la tumba
de San Felipe, uno de los 12 apóstoles de Jesús. Pero en su búsqueda de nuevos
restos siguió el rastro de un manantial termal, que le condujo directamente a
la mismísima ‘Puerta del Infierno’.
Pero
nadie le vaticinó las propiedades letales que iba a tener ese lugar, ya que
durante la excavación, varias aves murieron instantáneamente cuando intentaron
acercarse al calor de la abertura caliente. Según parece, la presunta entrada
al inframundo mantiene su aura mágica-mitológica intacta más de 20 siglos
después gracias a las mortales emisiones de dióxido de carbono que aún emanan
de su interior.
Aunque
el equipo de arqueólogos dirigidos por D’Andria aún no ha podido explicar este
fenómeno letal desde un punto de vista científico, asegura que esta circunstancia convirtió a
esa ‘Puerta del Infierno’ en un lugar de culto religioso y peregrinación en la
Antigüedad. Ya que se supone que los antiguos sacerdotes se quedaban
deliberadamente a una distancia razonable de la cueva e inhalaban esos gases
con el fin de tener visiones.
Qué
curioso. Ahora recuerdo cuando empezamos este programa y hablábamos del viaje
que hacía el chamán. De lo que tenía que hacer para hacer que su mente viajara
a otras dimensiones u otros mundos para hacer sus vaticinios. Pues esos
peregrinos que visitaban el lugar dormían al lado de una piscina cercana (cuyos
restos también han sido desenterrados en el mismo lugar), junto a las ruinas de
un templo. Al parecer, los fieles se bañaban en la piscina y dormía cerca de la
grieta de la que emanaban los gases, ya que se creía que de esta manera podían
ver el futuro en sus sueños. Casi igual que una de las habilidades que tiene el
chamán en las tribus antiguas.
Otra
de las evidencias que apoyan la hipótesis de que esta apertura solía ser la
‘Puerta del Infierno’ en la antigua mitología grecorromana es el descubrimiento
de varias columnas con dedicatorias a los antiguos dioses del submundo, Hades
para los Griegos y Plutón para los romanos. Porque si nos vamos a la mitología
griega, en aquellas historias que hablan del camino al Inframundo, hay que
destacar la figura de Hermes Psicopompo (el guía de los muertos) a través de
los hoyos en la Tierra, más allá del río Océano y las puertas del Sol
(poniente), hasta su destino final de descanso en el Hades.
Y
lugares de este tipo, accesos infernales, hay muchos en nuestra tierra. Pero
aparte de esta ciudad perdida en ruinas con ese efecto especial de matar a toda
criatura que se acerca a su entrada, hay otro lugar magnífico. Porque cuando
pensamos en el Infierno siempre lo situamos en el fondo de la tierra, quizás
por la semejanza que en nuestra imaginación tiene con los volcanes, la lava y
en general, el fuego. Pues voy a compartir una historia personal, un recuerdo,
en cuanto a esto. Yo recuerdo que de pequeño, como a todos que en esa etapa de
la infancia nos ha picado alguna vez la curiosidad y hemos hecho preguntas a
nuestros mayores, y cuando me refiero a los mayores me refiero a los que todo
lo saben: nuestros abuelos. Le hice esta pregunta a mi querida abuela materna
(que en paz descanse allá donde esté): “abuela, ¿qué hay debajo del suelo que
pisamos?”, y ella me contesta: “hijo mío, debajo de nuestros pies está aquello
donde ninguno queremos acabar, el único sitio al que tenemos miedo, EL INFIERNO”.
Los
abuelos, siempre dando en el clavo con las viejas historias. Es curioso pero el
siguiente lugar que voy a contar puede ser la viva imagen de una puerta
infernal, el lugar en el que muchos pintores hubieran basado la entrada
principal. El dichoso lugar está en Uzbekistán, conocido como el “Cráter de
Darvaz” por encontrarse en esa mencionada zona. Un lugar con cuarenta años de
investigación por un extraño fenómeno, explicado y experimentado científico
pero que ha creado un efecto asombroso. Resulta que un equipo de geólogos
estaba cerca inspeccionando el terreno hasta que de repente se abre un enorme
cráter. Los científicos se dan cuenta rápido de que la tierra se está
desmoronando bajo sus pies, consiguen salvarse pero no consiguieron salvar su
equipo de investigación. Cuando querían recuperar todo el material se
encontraron con un problema, unos gases tóxicos, mortales, que fluían de esa
sima.
A
aquellos científicos se les ocurrió la idea de quemar aquellos gases con unas
cargas para que así el gas se evaporase y pudiesen acceder a recoger el
material. Pero es curioso lo que es capaz de hacer la mano del hombre, algo que
surge por casualidad lo terminan incendiando (los científicos dicen que es
debido por el efecto del gas natural y el petróleo que contiene ese fondo
terrenal) y es como si, de repente, hubiesen creado el ritual para entrar en el
inframundo. Unas llamas que han seguido ardiendo hasta hoy en día y es el recordatorio
eterno de la pequeñez del hombre y de ese infierno que muchos temen encontrar
al fin de sus días (como bien dijo mi abuela) y otros lo llevan encima durante
toda su existencia.
¿Y
en España? ¿Existen puertas del Infierno? Pues no de la forma en la que he
contado. De momento no se ha descubierto ninguna cueva ni ningún cráter de ese
estilo, parecen ya sitios únicos los que he comentado. Pero hay un lugar en
concreto, un edificio muy especial, visitado cada día por cantidad de turistas
y que se encuentra en plena capital de España. Me estoy refiriendo al lúgubre e
impresionante monasterio de San Lorenzo el Real de El Escorial ya que las
leyendas cuentan que fue erigido para tapar nada menos que una boca del
infierno.
Cuentan
que cuando suenan las doce campanadas a medianoche en el monasterio de San
Lorenzo el Real, en el pueblo madrileño de El Escorial, se escucha
simultáneamente la risa del fantasma de Felipe II, el rey que lo concibió y
mandó construir. Es una de las leyendas de este lugar mágico, sagrado,
misterioso… y siniestro para muchos. Pero hay muchas otras, y la más notable
entre ellas es la que afirma que con este colosal santuario, equiparable a
cualquiera de las grandes pirámides egipcias, quiso tapar una de las puertas
que conducían directamente al infierno… un infierno muy particular. Y esto es
porque Felipe II de Habsburgo, uno de los mandatarios más poderosos de toda la
historia de Occidente, fue un monarca inmensamente supersticioso.
Uno
de los momentos más dramáticos que afectaron a la construcción del monasterio
fue cuando apareció un enorme y misterioso “perro negro”, que arrastraba
cadenas y aullaba de modo que helaba la sangre de los que lo escuchaban, y
deambulaba por las obras. Los más intrigantes afirmaban que “era indicio de los
motines que en secreto iban urdiéndose contra el rey, que obtenía los fondos
para su obra de un abusivo impuesto, “que los gemidos del can eran los de los
pobres del reino, y el rumor de cadenas, las que imponía a los humildes”. No
faltó quien considerase que aquel lebrel era el diablo, que quería impedir que
se tapase la puerta de su guarida.
Según
se cuenta, estaban los monjes en maitines, cuando los lejanos ladridos
obligaron a detener los rezos. El espanto era evidente en sus rostros. Fue en
ese momento cuando el jefe de obras,
fray Antonio de Villacastín, acompañado de otro fraile,
fueron a buscar al origen de los rumores. Se trataba de un sabueso que se le
había escapado al marqués de las Navas y andaba perdido. El fraile, “lo asió
del collar sin miedo, lo subió al claustro grande y lo colgó de un antepecho,
donde lo vieron a la mañana cuantos entraban a oír misa…”. Y allí estuvo hasta
que su esqueleto cimbreándose al viento debería convencer a todos de que ningún
diablo acechaba. Sin embargo, fue peor, porque a partir de entonces cada vez
que se escuchaba un aullido lastimero
en la noche todos temblaban, pero ahora por el
espectro del can, que según parece persiguió a Felipe II hasta el momento de su
muerte, reclamándole para llevarle a aquel infierno que intentó tapar.
Y
el edificio del Escorial da para muchas muchas historias que iremos rescatando
poco a poco. Porque ese edificio imponente ha causado admiración y temblor a
los que lo visitan por primera vez, ¿saben que sentí yo cuando lo visité? Frío.
Temor. En cada rincón de ese lugar mi mente viajaba a través de su mobiliario,
cuadros, tumbas,… cada mota de aire que respiraba era como si estuviéramos en
un lugar mágico. Un lugar que esconde algo especial. La gran pregunta que nos
haremos siempre es, ¿qué misterio guarda El Escorial?
Conclusión.
La creencia en alguna forma de infierno es tan vieja como el hombre. El
Infierno lo hemos dejado siempre como existencia en las leyendas, en la
literatura. En esas leyendas se menciona como un lugar subterráneo del que no
se puede salir, y quien la traspasa pierde toda esperanza. Una leyenda bretona
dice, ese camino es «grande, ancho y bien cuidado». No hay dificultad para
entrar, sino para salir.
El
infierno se encuentra en algún lugar subterráneo, aunque debe tenerse en cuenta
la precisión de algunos autores que dicen que «el mundo infernal no se presenta
como un espacio único, sino que pueden distinguirse varios subespacios, aunque
no muy definidos».
Una información sencillamente sublime.
ResponderEliminar¿Sabes? Hay quien menciona la existencia de otra supuesta puerta del Infierno:
Ochate, en el condado de Treviño. Se dice que el campanario de su semiderruida iglesia es otro sello comparable al Monasterio del Escorial -aunque mucho menor y más sencillo-.
También se dice que en el Monasterio de San Pedro de Arlanza, en Burgos, hay una puerta al infierno.
ResponderEliminar