“El secreto de la caverna” no para ni en verano y sigue descubriendo nuevas historias y nuevos enclaves que, es posible, llevemos a nuestro programa de radio. Se trata de sitios que poseen un algo especial, donde se entremezclan pequeños paraísos medioambientales con historias fabulosas y un legado cultural milenario, representado –en este caso concreto– en ciudades romanas y en fortalezas medievales. Y, desde nuestro blog, queremos contároslo.
Hace un par de semanas, tres integrantes del equipo –Samuel Hernández Macías, Pablo García del Río y quien escribe estas líneas, José Manuel Rodríguez Pizarro– pudimos descubrir un rincón único de la región portuguesa del Alentejo, muy cerca de la frontera hispano-lusa. Se trata del Parque Natural da Serra de São Mamede, próximo a la ciudad portuguesa de Portalegre, y a la localidad extremeña de Valencia de Alcántara.
Nuestra visita iba a encaminada a conocer, sobre todo, los restos de una legendaria ciudad romana llamada Ammaia, que se localiza en São Salvador da Aramenha, concejo de Marvão. Fue todo un descubrimiento hallar allí, en mitad de este parque natural, el más importante vestigio romano de la región norte-alentejana. Fue una ciudad grande, que comprendía un área de 25 ha y que, casi misteriosamente, fue abandonada con la caída del Imperio Romana y nunca, ningún otro pueblo, intentó repoblar esa zona o aprovechar sus restos para edificar encima. Quedó allí abandonada, sepultada por la tierra y olvidada, durmiendo el sueño de los justos, reconvertida en zona de cultivos y por donde, en la actualidad, pasa por encima la carretera que une Portalegre con Marvão. Aunque estas ruinas fueron declaradas Monumento Nacional en 1949 por el Gobierno luso, estuvieron abandonadas hasta el año 1994, cuando, tras la creación de la Fundación Ciudad de Ammaia (Fundação Cidade de Ammaia), se desarrollaron diferentes trabajos para estudiar y preservar los restos de esta importante ciudad romana. Después de sucesivas campañas de excavación, se pusieron al descubierto cerca de 3.000 metros cuadrados de lo que fue esta urbe.
También existe un museo del sitio, ubicado en un edificio que fue restaurado entre 1999 y 2001. En ese espacio está expuesto gran parte del material recogido en los trabajos de excavación arqueológico: monedas, cerámica, terra sigillata (tipo de cerámica romana de color rojo brillante), vidrios, fragmentos de brazaletes, lucernas…
Una vez visto el museo resulta de lo más estimulante caminar por los campos próximos, en lo que fue esta ciudad romana, observando los restos del foro y del templo, de las termas, de la Porta Sul… en mitad de una naturaleza exuberante y de un paisaje único. Cerca de allí se encuentra una piscina natural sobre el río Sever que es una delicia para los visitantes durante el verano, la de la Portagem, donde se puede ver un puente romano y los restos de una calzada que comunicaba esta aldea –que hacía las veces de puesto de peaje para cruzar el río (de ahí su nombre, Portagem)– con Marvão.
Al fondo divisábamos una cresta rocosa, que casi toca el cielo, y que sirvió de reducto defensivo para pueblos que aparecen y desaparecen en la bruma de los tiempos. Estoy seguro de que esos caminos y ese aire puro que se respira han embriagado y han llenado a quienes se adentraron en ellos de experiencias únicas. De esos tiempos oscuros, o no tanto, surge la figura de un guerrero musulmán, Ibn Marwan, del siglo IX, que se retiró a ese peñasco y levantó la fortificación que hoy podemos ver. Un personaje que, curiosamente, comparte con Badajoz protagonismo pues fue él también el fundador de la capital badajocense, de la antigua Batalyaws, sobre el llamado cerro de la muela.
Estas tierras rayanas, fronterizas, son testigos de tantas batallas, guerras, como la de la Restauración Portuguesa, allá por el siglo XVII. Después de esa clara función defensiva, el recinto intramuros de Marvão perdió protagonismo y hoy son los turistas y visitantes quienes dan vida al casco histórica de esta bella localidad alentejana.
Marvão tiene un patrimonio monumental único, a lo que se suma un paisaje sin igual, que se domina desde lo alto de sus murallas, donde uno puede pasear y otear sierras, valles, prados y pueblos entre terrenos bravíos y pedregosos. Y a lo lejos, si es invierno, las nieves de la Serra da Estrela, la zona montañosa por excelencia del país luso, donde se halla el pico más alto del Portugal continental. La arquitectura tradicional de sus casas, con sus puertas y ventanas tan características, son una seña de identidad de la localidad, como su impresionante castillo y su muralla urbana, que encierra todo el caserío. Ver atardecer desde una terraza-bar de Marvão tomando un café o un refresco, solo o en buena compañía, como nos ocurrió a nosotros, puede ser todo un espectáculo para los sentidos, mientras nuestra vista se pierde en el horizonte, oteando a lo lejos esos campos casi infinitos de Portugal y España.
Éste es el principio pero –estamos seguros– será el inicio de otros periplos que nos llevarán a descubrir juntos rincones únicos de nuestro entorno y a contaros historias relacionadas con ellos.
Un abrazo cavernario.
José Manuel Rodríguez Pizarro, septiembre de 2015.
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