Aurora Rodríguez Carballeira nació
en El Ferrol, Galicia, en 1890 y era la tercera hija de un matrimonio
acomodado. De su padre, abogado, guarda buenos recuerdos y de su madre, ama de
casa, tiene en la memoria una imagen de frialdad y egoísmo pese a que murió muy
joven. Aurora tiene la percepción de que sus padres fueron infelices y la
relación con sus hermanos nunca fue buena. Ese ambiente convirtió a Aurora en una
niña introvertida y reflexiva que disfrazó su carácter con una máscara de
rebeldía. Tuvo una educación básica e incompleta, algo que siempre lamentó, aunque
a los catorce años pudo disfrutar a sus anchas de la biblioteca de su padre. Se
dedicó con avidez a leer obras del socialismo utópico, de autores como
Saint-Simon, Owen, Fourier… Aquella niña sensible ya quedó marcada por un caso
que llevó su padre como abogado. Y era la disputa entre una pareja mal avenida
que tenía una hija. Ambos pretendían quedarse con la niña y la ley favorecía al
marido. Conocido esto, la mujer prefirió quedarse al lado del hombre para no
perder a la niña, a pesar de que sentía una irremediable repulsión hacia él.
Sin embargo, lo que más le marcó
fue la profunda relación que ella tuvo con su sobrino, el hijo que su hermana
Josefa tuvo de soltera y que dejó en la casa familiar antes de irse a Madrid
para rehacer su vida. Aurora se ocupó del niño con fervor y, entre otras cosas,
le sentaba a su lado a tocar el piano. Pocos meses después, tocaba con soltura
y llegaría a ser el célebre Pepito Arriola, un niño prodigio que entusiasmó al
mundo con su talento a principios del siglo XX. Con el fallecimiento de su
padre, arrancaron de sus brazos a Pepito y Aurora decidió poner en marcha su
plan. Ese plan no era otro que concebir un hijo propio –una niña, mejor– que
nacería para cambiar el papel secundario de las mujeres en el mundo y su propia
idea de la mujer, que no era nada buena.
La misma Aurora llegó a decir,
sobre la mujer, esto: “Odio la mentira
con todas mis fuerzas. La considero como una de las grandes causas de los males
de la humanidad. Dudo que el mundo se redima mientras las gentes no se decidan a
decir lo que sienten, aunque la confesión ponga en peligro su vida. Acaso por
ello, tenga tan mal concepto de las mujeres en general. Es difícil descubrir en
muchas un solo pensamiento noble, porque no discurren con la cabeza, sino con
el sexo”.
La prensa se hice eco de este crimen tan cruel. |
Aurora pensó en tener esa hija
tan deseada sin amor, sin pasión ni placer, y con la colaboración de un hombre
que se aviniera a sus reglas. Pasó varios años en busca del candidato perfecto:
un varón fuerte, sano, inteligente, sin prejuicios y que comprendiera la
importancia de su misión: engendrar a la salvadora de las mujeres. El elegido
fue un supuesto marino de treinta y cinco años, alto y fuerte, que había
regresado de un largo periplo por Sudamérica. Otros autores hablan de un cura
castrense. El hombre aparentaba estar cautivado por la idea de dar vida a un
“ser superior” aunque, con el tiempo, Aurora descubriría que aquel hombre tan
sólo era un embaucador, responsable de la tragedia posterior.
Tras una serie de encuentros
sexuales en una casita a las afueras de El Ferrol, que ella recordaría sin romanticismo
alguno y presididos por su frialdad de hielo, Aurora quedó embarazada. Logrado
su deseo, abandonó al marino y se marchó sola a Madrid. Se estableció en la
capital y el 9 de diciembre de 1914 dio a luz sin complicaciones a lo que ella
tanto deseaba: una NIÑA. La llamó Hildegart, que, según Aurora, significaba “Jardín
de Sabiduría” en alemán. Se dedicó en cuerpo y alma a su completo desarrollo
físico y mental. Con poco tiempo, ya era la niña más alta y más desarrollada respecto
a otros críos de su edad. Así, en esa línea, el cultivo de su mente se
convirtió para su madre en una auténtica obsesión. A los tres años sabía leer;
a los diez habla alemán, inglés y francés. La niña, fruto de un experimento
científico-intelectual de su madre, carece de infancia y se dedica por entero
al estudio, con dos temas prioritarios: la filosofía racionalista y todo lo que
tiene que ver con el sexo. Aurora cree que así no caerá en la trampa que ahoga
el talento de muchas mujeres. Recordemos la situación de la mayoría de las
mujeres en ese momento en España, excluidas de la vida pública y educadas para
ser buenas madres y esposas.
A los trece años acaba el
bachiller, a los diecisiete se licencia en Derecho y comienza Medicina. Es una
“niña prodigio”. Lee las obras de Karl Marx y, desde muy joven, comenzó a
trabajar activamente en el PSOE, del que se desengañaría y sería expulsada. Tras
esto se convirtió en miembro del Partido Federal. Hildegart logra prestigio en
el campo de la sexología y se llega a enfrentar a su madre pues tiene ansias de
independencia, de crecer y de viajar. Publicó múltiples textos, entre ellos la
monografía La Revolución Sexual
que vendió 8.000 ejemplares, sólo en Madrid, en la primera semana tras su
publicación. Hildegart es invitada a Londres por el máximo exponente de la
sexología del momento, Havelock Ellis, y por el escritor H. G. Wells, admirador
de su inteligencia. Ese viaje serviría también para alejar a la joven del
agobiante influjo y férreo control de su madre.
Es entonces cuando Aurora ve
peligrar su gran proyecto: su hija, como “salvadora de otras mujeres”.
Hildegart tiene prestigio internacional como intelectual y tiene una brillante
carrera política. Sin embargo, Aurora decide acabar con ella por haber
traicionado su sueño redentor.
La madrugada del 9 de junio de
1933, al amanecer, Aurora empuña un revolver y entra en la habitación donde
está su hija Hildegart, de dieciocho años, dormida. Con frialdad y
determinación se acercó a la sien izquierda de su hija y, a bocajarro, le
disparó un primer balazo mortal. A este le seguirían otros disparos en la
cabeza, el corazón y el pecho. Aurora había concluido su misión. Había
engendrado a Hildegart como instrumento para una revolución pero, al ver que se
desviaba de su camino, acabó con sus días. Descubierto el crimen, Aurora fue
tachada de loca pero ella se defendió diciendo que fue plenamente consciente de
sus actos. Llegó a decir que la muerte de Hildegart se produjo de común acuerdo
con su hija. Esta posibilidad da un toque de leyenda a esta historia tan singular
y macabra
Aurora Rodríguez Carballeira fue
condenada a 26 años de prisión, que cumplió en su mayor parte en el centro
psiquiátrico de Ciempozuelos. Hasta la aparición de su historial médico, en
1977, se creyó que desapareció al inicio de la guerra civil. Aurora falleció de
cáncer en 1955 y fue enterrada en una fosa común.
La vida de Hildegart ha generado
varias novelas y ensayos así como una película de 1977, dirigida por Fernando
Fernán-Gómez, y titulada Mi hija
Hildegart, que cuenta con un guion basado en el libro Aurora de sangre, de Eduardo de Guzmán.
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