Más que el crimen que se produce en este caso –que ya de por sí es terrible– lo más espantoso es sobre todo la
reacción de quienes, por azares del destino, fueron testigos de esa atrocidad y
no hicieron nada, miraron para otro lado. La historia de Kitty Genovese es,
podríamos definirla así, una parábola sobre la insensibilidad o, al menos, la apatía
de los demás hacia alguien en apuros; en este caso concreto, la mostrada por
algunos ciudadanos de Nueva York pero que podría extrapolarse a los de otras
zonas o a la humanidad en general.
Catherine Susan Genovese, conocida
como Kitty Genovese, nació un 7 de julio de 1935 en Nueva York. Era la mayor de
cinco hijos de una familia de clase media italoamericana. Creció en Brooklyn
aunque, después de que su madre fuera testigo de un asesinato en la ciudad, la
familia decidió trasladarse a Connecticut, en 1954. Sin embargo Genovese, con
19 años en aquel momento, decidió instalarse de nuevo en Nueva York. Kitty
trabajaba en un bar en el condado de Queens. En el momento de su asesinato
estaba viviendo en un apartamento de este condado, que compartía con su pareja,
Mary Ann Zielonko.
Kitty Genovese tenía 28 años
cuando fue violada y asesinada por un desconocido en la madrugada, muy cerca de
su casa en Kew Gardens, en el condado de Queens. Fue un 13 de marzo de 1964 y sucedió
en torno a las 3 y cuarto de la mañana. Kitty acababa de salir de trabajar en
plena madrugada cuando, tras aparcar su coche y salir de él, un individuo,
Winston Moseley, se abalanzó sobre ella y la acuchilló en dos ocasiones por la
espalda.
Nada más recibir la primera
agresión, la joven comenzó a gritar y a pedir socorro, haciendo que
lógicamente, o al menos así lo podemos interpretar, el vecindario despertara.
Hay quien cree que los gritos de Genovese fueron oídos por varios vecinos pero
era una noche fría y, con las ventanas cerradas, pocos reconocieron el ruido
como gritos de auxilio. Solo un vecino gritó por la ventana: “¡Deje en paz a
esa chica!”. En ese momento el agresor, Winston Moseley, se refugió en un
callejón cercano. Otros creen que huyó en un coche…
Las grabaciones de las primeras
llamadas a la policía son confusas y ésta no les dio una alta prioridad. Uno de
los testigos afirmó que su padre había llamado a la policía y dijo que una
mujer había sido golpeada pero que ya se había levantado, aunque estaba
tambaleándose.
El agresor, Winston Moseley, encontró
de nuevo a Genovese, que estaba tumbada, ensangrentada, y apenas consciente en
el suelo, en un vestíbulo de la parte posterior de un edificio. Viendo que
nadie la socorría y que estaba fuera de la vista de cualquiera que hubiera
podido haber visto u oído alguna señal del primer ataque, Moseley siguió
apuñalándola más veces. Las heridas de cuchillo en la mano de ella indican que
intentó defenderse de su atacante. Mientras ella agonizaba, él la atacó
sexualmente. Le robó 49 dólares y la dejó tirada en el vestíbulo. Los ataques
duraron más de media hora.
Varios minutos después del ataque
final, un testigo, Karl Ross, llamó a la policía. Policía y personal sanitario llegaron
poco después de la llamada de Ross. Kitty fue llevada en una ambulancia y murió
de camino al hospital.
La investigación policial
determinó que unos 12 individuos (aunque con seguridad no 38, como se dijo en un
artículo de la prensa) habían visto u oído partes del ataque, aunque no habían
podido enterarse del incidente al completo. Quizá creyeron que se trataba de una
reyerta de borrachos o un grupo de amigos saliendo de un bar.
El caso tuvo una repercusión
enorme por el pasotismo que mostraron los vecinos que presenciaron a la joven
desangrándose. Provocó, como es lógico, un gran revuelo en la sociedad
estadounidense. Las circunstancias de la muerte de Kitty y la aparente reacción
de sus vecinos (o más bien la falta de ella) aparecieron recogidos en un
artículo periodístico, en The New York
Times, dos semanas después, y provocaron la investigación psicológica del
fenómeno, que sería conocido como “efecto espectador” o “síndrome Genovese”.
Ese efecto podría definirse como el fenómeno psicológico por el cual es menos
probable que alguien intervenga en una situación de emergencia cuando hay más
personas que cuando se está solo. El título del artículo que provocó este gran
impacto social lo dice todo: “38 personas
que vieron un asesinato y no llamaron a la policía”. La exageración estaba
muy presente en el texto aunque desde entonces lloverían los editoriales y
comentarios en la prensa estadounidense, que aseguraban que los Estados Unidos
se habían convertido en una sociedad fría y sin compasión.
The New York Times haciéndose eco del caso. |
El agresor Winston Moseley,
maquinista de profesión, fue condenado en un principio a pena de muerte por
asesinato y años después, en 1967, fue reducida a una pena indeterminada, entre
20 años o prisión perpetua. Tras su detención, Winston confesó el asesinato de
Kitty Genovese y otros dos más, ambos con ataques sexuales. El examen
psiquiátrico de Moseley demostró que era un necrófilo. Su motivo para el ataque
fue simplemente “el deseo de matar a una mujer”, según confesó.
El caso Genovese tuvo un gran
reflejo en la cultura popular, en forma de canciones, libros, películas o
cómics. De hecho, una escena de la película de John Carpenter Halloween (1978), en la que el personaje
de Laurie Strode (interpretado por Jamie Lee Curtis) pide ayuda mientras es
perseguida por Michael Myers, pero es ignorada por sus vecinos, está basada en
el caso de Genovese.
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