Todo ocurrió en un apartado
cortijo sevillano conocido como Los Galindos, a 53 kilómetros de la
capital andaluza. Se dice que aquel 22 de julio de 1975 los termómetros
marcaban 49ºC
en el pueblo de Paradas, provincia de Sevilla, que contaba en ese año con unos
10.000 habitantes. Era un pueblo tranquilo, que vivía de la agricultura y donde
nunca pasaba nada. Nunca hasta ese día.
Mientras el pueblo adormecía por
el calor de la siesta, entre las dos y las cuatro de la tarde alguien entró en
el cortijo, situado muy cerca de la población. Era una propiedad comprada por
los marqueses de Grañina en 1950.
¿Cómo se supo lo que había
acontecido allí? Dos columnas de humo alertaron a dos miembros de la Guardia Civil y a cinco
trabajadores del cortijo, que estaban a dos kilómetros de la casa. A medida que
se acercaron descubrieron el origen de aquello. El humo olía mal y el campo se
impregnaba de un hedor nauseabundo. Tanto los guardia civiles como los peones
no daba crédito a lo que veían: había dos cuerpos –más tarde se supo que de un
hombre y una mujer– con los brazos en cruz y carbonizándose en una macabra
hoguera. El fuego los había reducido al tamaño de dos muñecos deformes.
El terror y el espanto de
apoderaron de Paradas. Se afirma que los testigos de ese espectáculo vieron
también a una perrita asustada, propiedad del capataz, Manuel Zapata, que tenía
el pecho y las patas llenas de sangre. La perra, de alguna forma, los condujo a
una habitación del cortijo que estaba cerrada con un candado. La abrieron y
allí apareció el cuerpo de una mujer, Juana Martín Macías, de 33 años, con los
brazos en cruz, tumbada encima de la cama y con la cara totalmente destrozada,
casi irreconocible. El horror no acabó
ahí. En la parte de atrás, junto al arroyo, encontraron el cuerpo de otro
hombre, un tractorista de la finca, que aparecía con el pecho abierto,
tiroteado, de rodillas y con los brazos en cruz.
Como es lógico, el pueblo de
Paradas se estremeció. Es fácil suponer el miedo de esa noche y de las
siguientes, así como de la tensión que se respiraba. La gente cerró puertas,
ventanas y echó candados. El terror se apoderó y la policía comenzó sus
investigaciones.
Todos los indicios apuntaban a un
hombre que debía haber estado allí: el capataz Manuel Zapata. ¿Se habría vuelto
loco? Hay quien cree que el calor extremo puede enloquecer y hacer que una
persona mate. De hecho, en Asturias se habla del viento sur como peligroso,
igual ocurre en Cádiz y Levante con el viento del este, que parece azuzar los
instintos criminales. ¿Habría sufrido Manuel ese arrebato y habría cometido esa
brutalidad? Pero, ¿dónde estaba él? La policía y las gentes del lugar lo tenían
claro al principio: es posible que él fuese el asesino.
Pero lo que no sabían es que
Manuel Zapata ya estaba muerto. Lo encontraron dos días después en el hueco de
un árbol, envuelto en paja y con la cara desfigurada. Alguien le había
destrozado la cabeza con un garfio de la empaquetadora de un tractor. Esto
supuso un revés para los investigadores, convencidos de quién era el culpable.
Manuel Zapata fue el “culpable oficial” durante un par de días y la prensa ya
había dado algunas claves del crimen: enajenación mental o crimen pasional.
José González, Asunción Peralta,
Juana Martín Macías, Ramón Parrilla y Manuel Zapata eran los nombres de las
victimas. Cinco muertes horribles en un entorno aparentemente pacífico.
Los rostros de las víctimas asesinadas. |
La policía trató de reconstruir
la escena del crimen para dar con alguna pista coherente: el pasillo estaba
lleno de sangre, probablemente del cuerpo de Juana. ¿Por qué la encerraron?
¿Por qué cerraron la puerta con un candado? ¿Por qué tenía los brazos en cruz?
La policía solo tenía preguntas; y el pueblo, hipótesis y habladurías.
Corrieron en esos días todo tipo
de teorías. El supuesto asesino había aparecido muerto también y no parecía que
se hubiese suicidado después. Se habló de un mendigo pero, ¿cómo es posible que
todo esto lo hiciese una sola persona, el matar a cinco individuos, algunos de
gran corpulencia? Se habló incluso de ovnis, como una de las teorías más
delirantes. El silencio era la respuesta. Se centraron las investigaciones en
los cuerpos carbonizados pero las informaciones no casaban. Se comienza a
hablar de más de un asesino, de dos, hasta de tres. Pero la gran pregunta era:
¿por qué lo hicieron? ¿Cuál fue el móvil? No se robó nada. No hubo agresiones
sexuales. ¿Por pasión? ¿Por venganza? Las víctimas eran trabajadores del campo,
personas inocentes. Es posible incluso que, quien sabe, nos esté escuchando la
persona o personas que cometieron este brutal ataque.
Las familias, como es natural,
clamaron justicia y que no se olvidara nunca este horrible crimen sin solución.
Los vecinos hablan de que los cinco eran “a cada cual más bueno”. No había
motivos para hacer algo así. Desde luego algo está claro: los asesinos conocían
la zona. Sabían dónde entraban.
El silencio es la gran respuesta.
En la prensa se sigue recordando este famoso caso con el paso de los años y el gran enigma que lo envuelve. |
La teoría de un asesinato masivo
y posterior suicidio quedó descartada. La policía no tenía nada a lo que
aferrarse, estaba en un callejón sin salida.
Las familias de las víctimas aún
claman conocer el porqué de este horripilante acto que conmocionó a la sociedad
española de la época. Es un gran enigma policial. Está claro que no debemos
resignarnos y que nadie olvide lo que ocurrió en Paradas, Sevilla, un caluroso
día de julio de 1975.
Hay un dato inquietante. Había
transcurrido algo más de un mes del crimen cuando alguien pintó algo con sangre
en la pared del cortijo de Los Galindos. Lo hizo con rabia, como intentando
pedir justicia. Unos trazos firmes en la pared encalada en los que se podía
leer. AQUÍ MATARON A CINCO.
Con el discurrir de los años el
caso se declaró prescrito. El silencio y el enigma acompañaron a la muerte de
estos inocentes en el cortijo de Los Galindos. La impunidad ganaba la batalla.
Se habló de comparativas con extrañas matanzas. Como aquella protagonizada por
un siniestro personaje, Charles Manson, en el domicilio de Sharon Tate y el
cineasta Roman Polanski un 8 de agosto de 1969. Hay investigadores que piensan
que se trata de “escuadrones de la muerte”, de personas que matan y asesinan
sin razón aparente. Sólo por el simple hecho de matar. Los elementos comunes
entre este macabro suceso en Estados Unidos y lo ocurrido en el cortijo de Los
Galindos están muy presentes.
Imposible olvidar la macabra frase escrita en la pared sobre el crimen. |
El forense Sr Frontela halló una huella en la funda de la escopeta con la que asesinaron a Ramón Padilla. Al parecer se hicieron las pruebas y se constató que coinciden con la del administrador. Así lo ha afirmado el criminólogo Juan Ignacio Blanco. Si eso es cierto, el caso está resuelto pero impune. Lo importante es que se hable de este dato y se sepa la verdad.
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