Entre los años 1870 y 1973 se
produjeron, en España, los magnicidios de cinco jefes del Gobierno en el
ejercicio de sus funciones. Teniendo en cuenta que en pocos días, el próximo 20
de diciembre de 2015, celebramos en nuestro país elecciones generales, en las
que dispondremos, con nuestros votos, las nuevas Cortes Generales, de las que
saldrá elegido el próximo presidente del Gobierno para 2016 y años sucesivos,
hemos querido retomar este tema, que recuerda cómo fueron los crímenes
perpetrados hacia quienes ostentaban esta alta responsabilidad, en diferentes
momentos de nuestra historia contemporánea.
Vamos a hacer un viaje en la historia: desde el magnicidio del general Prim, al que un grupo de más de una docena de embozados, como se decía por aquel entonces, disparó contra su carruaje en la calle del Turco (hoy del marqués de Cubas) el 27 de diciembre de 1870, durante una intensa nevada, hasta el atentado de ETA, que voló el coche del almirante Luis Carrero Blanco, en pleno barrio de Salamanca (Madrid), el 20 de diciembre de 1973; pasando por los asesinatos de Antonio Cánovas del Castillo, de José Canalejas y de Eduardo Dato, estos dos últimos durante el reinado de Alfonso XIII.
El primero de ellos sigue
envuelto en el misterio y sobre él reina la impunidad. El general Juan Prim y Prats fue uno de los revolucionarios que destronó a Isabel II, en
la revolución conocida como ‘La Gloriosa ’, pero que
tuvo que elegir quién sería el nuevo rey porque la nueva Constitución (la de
1869) estableció la monarquía como forma de gobierno. El elegido fue un hijo
del rey Víctor Manuel II de Italia: Amadeo I de Saboya, duque de Aosta. Prim murió
tres días después del atentado, el 30 de diciembre de 1870, a causa de las
infecciones en las heridas provocadas por los ocho disparos que recibió.
Se desconoce tanto la autoría del
crimen (si fue orquestado por el duque de Montpensier, que tenía aspiraciones
al trono español, y el regente, el general Serrano; por los republicanos; por
algún complot de masones e incluso por los revolucionarios cubanos que luchaban
por la independencia de la isla o por los contrarios a la independencia).
Tampoco se conoce bien el verdadero motivo de aquella conjura que se produjo en
uno de los momentos más convulsos de la España decimonónica, cuando acababa de
promulgarse la
Constitución de 1869 (el texto legal más completo y avanzado
que habíamos tenido hasta ese momento) y se había nombrado rey a Amadeo I (que
llegó a Madrid justo para dar el pésame en el entierro de Prim, su principal
valedor), restaurando una efímera monarquía que, a su vez, dio paso a la aún
más breve I República (entre los años 1873 y 1874). El 3 de enero de 1874, el
general Pavía disolvió la
Asamblea republicana e inició el periodo de la Restauración. Hasta
que se proclamó a Alfonso XII como nuevo rey, el malagueño Antonio Cánovas del
Castillo –un hábil político al estilo inglés– se encargó primero de la regencia,
hasta la llegada del monarca, y después del Gobierno, ya con Alfonso XII en el
trono. Fue el artífice de la promulgación de la conservadora Constitución de
1876.
El segundo magnicidio fue el de Antonio Cánovas del Castillo que fue
asesinado en un balneario, en el de Santa Águeda, en Guipúzcoa, el 8 de agosto de 1897. En ese año ya
había fallecido el rey Alfonso XII y actuaba como jefa de Estado su viuda, la
reina regente María Cristina de Habsburgo-Lorena, hasta que se produjese la
mayoría de edad de Alfonso XIII, por entonces un niño. Según cuentan las
crónicas y algunos grabados de la época, el presidente leía un periódico
sentado en un banco. El asesino, el italiano Michele Angiolillo, primero le dio un tiro en la sien derecha y,
según se desplomaba el cuerpo al suelo, le volvió a disparar dos veces más, en
el pecho y la espalda. El motivo fue su ideología anarquista, enmarcado en una
época muy violenta (bomba en el Liceo de Barcelona, doble atentado contra el
rey, la Mano Negra
en Andalucía, disturbios, etc.). Al parecer, le disparó para vengar el
fusilamiento de sus camaradas en Montjuïc ocurrido el verano anterior. El
asesino fue juzgado y condenado a morir ejecutado en el garrote vil, apenas
doce días después del crimen, el 20 de agosto de 1897.
Los dos siguientes crímenes
perpetrados contra jefes del Ejecutivo tuvieron un escenario cercano, el
corazón de Madrid: la Puerta
del Sol y la calle Alcalá, respectivamente. A comienzos del siglo XX, el
ferrolano José Canalejas y Méndez
–un político progresista y anticlerical al que, en su época, se le tildó de
radical y atrevido– tuvo un gran enfrentamiento con los sectores más católicos
del país y con el propio Vaticano a raíz de aprobar la llamada ‘Ley del Candado’
que impedía establecer nuevas órdenes religiosas; decisión que provocó un clima
de auténtica crispación social. El 12 de
noviembre de 1912, el presidente
Canalejas se detuvo en el escaparate de la librería San Martín de la Puerta del Sol donde el
anarquista aragonés Manuel Pardiñas le disparó en la cabeza. Cuando los
guardaespaldas del jefe de Gobierno estaban a punto de capturarlo, el asesino
se suicidó pegándose dos tiros con su pistola Browning. José Canalejas se
encuentra enterrado en el Panteón de Hombres Ilustres, junto a la Basílica de Nuestra
Señora de Atocha.
El cuarto magnicidio tuvo lugar
junto el 8 de marzo de 1921. Tres
individuos que viajaban en una moto con sidecar desde la Puerta del Sol por la calle
Alcalá de Madrid se aproximaron al coche oficial del presidente Eduardo Dato y agotaron los cargadores
de sus Mauser alcanzándole con siete proyectiles. Los asesinos fueron
capturados por una mera casualidad del destino: un policía oyó a un agricultor
quejarse de que una moto con sidecar, que pasó a toda velocidad, estuvo a punto
de atropellar a su mula. Se trataba de los anarquistas catalanes Pere Mateu,
Ramón Casanellas y Luis Nicolau, miembros de un comando de la CNT que pretendía vengar la
represión del Gobierno contra los obreros de Barcelona. En octubre de 1923
fueron condenados a muerte pero Alfonso XIII conmutó la pena capital por cadena
perpetua en febrero de 1924.
A l proclamarse la II República fueron
liberados: Casanellas falleció en 1933 en un accidente de moto; Nicolau, en una
contienda de la guerra civil, en 1939; y Mateu en 1982, en el sur de Francia
donde pasó el resto de su vida.
Por último, el cántabro Luis Carrero Blanco fue nombrado jefe
de Gobierno en 1973, cargo que –hasta ese momento– compaginaba el general
Franco con la Jefatura
del Estado. El 20 de diciembre de 1973,
en la esquina de las calles Claudio Coello y Maldonado, la potente explosión de
unos 100 kilos de Goma-2 ocultos bajo una galería excavada en el suelo de la
calle por los terroristas de ETA, de la Operación
Ogro , hizo volar por los aires el coche del almirante por
encima de la fachada de un edificio de seis plantas, chocando con su cornisa y
cayendo al patio interior. Existen muchas teorías que indican el porqué se
atentó contra Carrero Blanco más allá de que fuese ETA su autora. La periodista
Cristina Martín Jiménez en su último libro ‘Los
planes del club Bilderberg para España’ hace referencia a este magnicidio y
dice que en esa trama estaba implicado el todopoderoso secretario de Estado
norteamericano, Henry Kissinger, que se había reunido días antes con el
entonces príncipe heredero Juan Carlos de Borbón. A Kissinger y al resto de
miembros del club Bilderberg no le gustaba el rumbo que estaba tomando España
con Carrero Blanco y pocos días después de la visita a España del secretario de
Estado de EE.UU. Luis Carrero Blanco fue asesinado. ¿Tuvo algo que ver el
selecto club Bilderberg en los hechos? Después de acceder a documentos
desclasificados por la
Agencia Estatal de Seguridad y la CIA , la periodista Cristina
Martín Jiménez expone la posible implicación de Kissinger y de este grupo,
invisible a los ojos de la oficialidad, en este atentando y en otros hechos de la
reciente historia de España.
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