Hay personas capaces de
crear un personaje con el deseo de engañar a todo el mundo y de cometer una y
mil fechorías. Ese el caso de Juan Carlos Aguilar, un mentiroso
compulsivo, el conocido como “falso monje Shaolín de Bilbao”, cuyos asesinatos
conmocionaron a la opinión pública española hace un par de años, en 2013.
Juan Carlos Aguilar
nació en Barakaldo, Vizcaya, en 1965 y, según explicaba en su página web, había
sufrido una infancia y una vida terribles, antes de convertirse en monje
shaolín en 1994, tras una estancia en China. Según su relato, había sido tres
veces campeón mundial de kung-fu y ocho veces de España, y era el único español
que había sido admitido en el elitista templo shaolín de China. Se
autodenominaba maestro y antropólogo, así como abad del monasterio budista de
Bilbao, Océano de la Tranquilidad. Decía ser también el fundador de
asociaciones como el Instituto de Filosofías Orientales, que ni siquiera está
registrado.
Por tanto, se rodeó de
un gran montaje que avaló con todo tipo de objetos y una decoración que lo
presentaban a simple vista como un sabio oriental. Consiguió así la admiración
de estrellas de la televisión, que multiplicaron su influencia. El “monje
shaolín español”, era conocido así, apareció en medios deportivos y generalistas,
sin que nadie cuestionara sus afirmaciones. Incluso en el año 2000 fue
entrevistado por un fascinado Eduard Punset en su programa de La 2 de TVE Redes.
No obstante, en 2004
deja de practicar artes marciales y se abandonó a una vida, según él, centrada
en lo espiritual. Todo ello le hizo engordar y perder forma. Sus tiempos de
esplendor, de cuando estuvo en China, habían quedado lejos pero él seguía dando
clases en su gimnasio. Su mujer, con la que había tenido dos hijos, le
abandonó. Al parecer, tenía un carácter violento. Quienes le conocían decían
que en sus clases mostraba un comportamiento crispado, con estallidos de ira.
Algunas personas afirman que esa agresividad nacía de un complejo que él tenía,
debido a su baja estatura. Su 1,60 m lo compensaba con un exceso de carácter.
Tras su detención, el 2
de junio de 2013, el castillo de naipes que había construido se vino abajo. Se
descubre toda la verdad: la Federación Española de Kárate envió un comunicado
diciendo que él nunca había estado federado, ni asociado, ni había ganado
ningún campeonato. Se había especializado en taekwondo hasta que un día se
vistió de naranja y exigió que se le empezara a llamar maestro shaolín.
Recordemos que toda
esta leyenda del monje shaolín parte del monasterio de Shaolin, que significa “El
monasterio del bosque joven o nuevo” y es un templo budista, situado en la
provincia china de Henan y famoso por su relación con el budismo y la conexión
con las artes marciales de China. Es, probablemente, uno de los monasterios budistas
más famosos en Occidente; conocido más por el arte marcial o Shaolin Chuan. El
Shaolin Temple Spain, el único centro de especialidad en nuestro país
reconocido por China, afirmó que Juan Carlos Aguilar no era maestro shaolín ni
tampoco monje.
La historia de este
hombre es la de un narcisista, una persona con delirios de grandeza y necesidad
de destacar, ante una especie de complejo (su corta estatura). Éste podría ser
su perfil psicológico. Nos puede parecer un caradura por mentir descaradamente,
aprovecharse de los medios o predicar el voto de pobreza cuando él se lucraba
con las clases. Todo eso podría haber quedado así, en un perfil de persona
mentirosa si no fuera porque aprovechó sus conocimientos de artes marciales y
su violencia para acabar con la vida de dos mujeres indefensas.
Su primera víctima fue
la colombiana Jenny Sofía Rebollo, una peluquera de cuarenta años.
Pasadas las tres de la madrugada del 25 de mayo de 2013, Juan Carlos convenció
a una mujer para que se subiera al coche con él, al parecer, con la argucia de
ofrecerle un trabajo. Fueron al gimnasio, allí la golpeó, la ató y luego la
mató. Después desmembró su cuerpo, puso los restos en bolsas de basura verdes y
las escondió en diferentes lugares, como el falso techo del gimnasio y en su
domicilio. Tras su captura, se encontraron en el balcón de su casa una bolsa
con dos huesos del brazo y la prótesis de silicona que habían sido los
implantes mamarios de la mujer asesinada. Se supo también que había comenzado a
arrojar bolsas a la ría de Bilbao y a contenedores de basura.
Juan Carlos Aguilar creó toda una farándula alrededor de él con su cultura oriental como tapadera de su oscura mente. |
Le habría de gustar ese
asesinato porque volvió a las andadas. Una semana después, el 2 de junio,
convenció a una mujer nigeriana de veintinueve años, Maureen Ada Otuya,
para que lo acompañara a su gimnasio, esta vez a pie. Allí mantuvieron
relaciones sexuales y al acabar la ató, la amordazó y la golpeó en la cabeza y
en el vientre. Aquello duró horas hasta que la chica logró llegar hasta la
puerta y gritar a través de las rejas. Una vecina, durante el juicio posterior,
llegó a declarar que oyó gritos, que vio a una persona de color pidiendo
auxilio y a un hombre arrastrándola de los pelos. Cuando llegó la policía se
encontraron con una dramática escena: Aguilar fue sorprendido con el torso
desnudo, un pantalón de chándal y las manos llenas de sangre. Cuando fue
detenido no se resistió y se dejó llevar hasta el lugar donde había arrastrado
el cuerpo herido de la joven para ocultarlo debajo de una cama. Era un cubículo
pequeño y cuando encontraron a la víctima, ésta estaba cubierta de sangre,
tenía cinco vueltas de cuerda en torno al cuello y una brida de plástico,
además de cinta adhesiva. Aún no estaba muerta, moriría días después en el
hospital sin poder declarar. En el gimnasio los policías encontraron también
espadas, sables, hachas, una sierra, una pistola y restos humanos.
En un juicio muy mediático, Juan Carlos Aguilar se mantuvo meditando todo el rato y abstraído de todo. |
El acusado se defendió
diciendo que tenía ausencias por un tumor cerebral, que nunca fue encontrado
aunque sí que es cierto que la clínica universitaria de Navarra lo trató por
unos supuestos problemas de memoria. El paciente relató que mientras ascendía
hasta los 5.500 metros de altitud de una montaña tuvo la sensación de muerte
inminente y que desde ese día su pensamiento iba más lento y que sentía que su
cerebro se paraba. Pese a ello no quiso someterse a un examen psiquiátrico una
vez detenido.
Las dos víctimas de
Aguilar fueron objeto de maltrato y sus restos presentaban múltiples
contusiones como golpes en la cabeza o fractura de pelvis. La nigeriana no
superó las agresiones cometidas por el falso monje shaolín. En el gimnasio
había restos de la agresión: cristales rotos y sangre y la policía encontró
también fotos de contenido sexual; en algunas el asesino posaba con sus
víctimas desnudas con signos de haber sido golpeadas y maniatadas. Las
fotografías era su fijación pues se había hecho otras mientras mantenía
relaciones sexuales con una mujer que llevaba los ojos tapados o incluso vídeos
eróticos con mujeres en estado de casi inconsciencia. La investigación localizó
a estas mujeres ante el temor de que hubieran corrido una suerte similar.
Algunas habían recibido malos tratos pero ninguna fue asesinada. La acusación
estableció que el falso monje disfrutaba manteniendo prácticas de dominación
con mujeres sometidas e indefensas, incluso desmayadas o privadas de sentido.
Suele ser un comportamiento recurrente en individuos que se avergüenzan de
mantener encuentros sexuales con adultos en un plan de igualdad.
Los testimonios de
estas mujeres comenzaron a conocerse. Lo describían como prepotente,
egocéntrico, manipulador y que había formado casi una secta en torno a su
gimnasio. Pese a los malos tratos recibidos, sorprendentemente, había algunas
mujeres que se declaraban seguidoras suyas.
En el juicio, celebrado
en la Audiencia Provincial de Vizcaya, en abril de 2015, el fiscal solicitó
veinte años de prisión por asesinato con alevosía; y las acusaciones
particulares, cuarenta y cinco, pues ya apreciaron el agravante de
ensañamiento. El acusado reconoció todo aunque negó el ensañamiento y para
explicar los hechos recurrió al supuesto tumor en la cabeza que le provocaba
una especie de “estado de borrachera permanente” y lagunas de memoria. Las
pruebas demostraron que ni había tumor ni el efecto de alcohol u otras drogas.
El falso monje siguió el juicio como en un estado de meditación, en una
supuesta actitud de recogimiento. La acusación realizó un trazo de Aguilar como
un asesino en serio, xenófobo, racista y sádico.
Tras el veredicto del
jurado popular, el juez condenó a Juan Carlos Aguilar a 38 años de cárcel por
los dos asesinatos pero no reconoció el ensañamiento. El falso monje acabó en
la prisión de la Moraleja de las Dueñas (Palencia), de donde tuvo que ser
traslado a la cárcel de Villahierro, en Mansilla de las Mulas (León), después
de ser apuñalado por otro recluso con el mango afilado de un cepillo de
dientes.
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