Los países nórdicos, y
en concreto Noruega, han pasado a ser vistos casi siempre como lugares seguros,
ricos y alejados de potenciales peligros. Incluso hay quien ha visto al pueblo
noruego como contagiados por una falsa sensación de seguridad. Al menos así fue
hasta el verano de 2011, momento en el que un individuo, llamado Breivik acabó
a tiros con jóvenes miembros del Partido Laboralista en la isla de Utoya. Se
daba a conocer el hombre “más malo” entre los seres perfectos de la democracia
perfecta.
Noruega es un país de 5
millones de habitantes y enriquecido por el petróleo descubierto en 1969.
Algunas personas creen que los gobernantes de este país del norte de Europa
son, en ocasiones, descuidados, incapaces de distinguir el peligro en un lugar
donde parece casi imposible que alguien pueda delinquir o atentar.
Nadie, hasta el verano
de 2011, podía llegar a prever que un hombre nacido en Noruega, de buena
familia, y criado en tiempos de paz, pudiese convertirse en un sangriento
terrorista. Pero así fue. Anders Behring Breivik está considerado uno de
los criminales europeos más sanguinarios y peligrosos de las últimas décadas.
Este individuo nació en
1979 en Londres, cuando su padre era funcionario diplomático de la Embajada de
Noruega en el Reino Unido. Su madre era enfermera y se separó de su padre muy
pronto. Él se quedó con su madre y tuvo contacto con su padre algunos años.
Breivik llegó a acusar a su padre de romper ese contacto y a su madre de
haberle convertido en un “débil”. Su madre, feminista convencida según el
asesino, le dio una educación liberal, matriarcal, que carecía de disciplina,
lo que contribuyó, según él, a feminizarle.
Breivik pasó una
adolescencia llena de complejos, que le llevaron a aislarse. Fruto de un cierto
complejo de inferioridad, se volcó en el cuidado de su aspecto. Empezó a
frecuentar el gimnasio y a tomar hormonas para aumentar su masa muscular.
También se dedicó a cambiar su aspecto: a operarse en EE.UU. la nariz, la
frente y el mentón. Solía alardear de ser un conquistador con las mujeres pese
a apenas conocérsele relaciones con mujeres. Breivik insiste en su supuesta
virilidad. Su adoración por el supermacho alcanza también el ámbito político.
Adopta el nazismo como pensamiento y se marca como objetivo combatir la corrección
política y el multiculturalismo, manifestado en la migración de origen árabe y
musulmán. Pese a esto, no hizo el servicio militar y se inventó pertenecer a un
supuesto ejército de templarios para emprender una cruzada contra la amenaza
islamista.
Antes de sus
asesinatos, Breivik ya manifestaba por redes sociales sus ideas de extrema
derecha y a hacer gala de su comportamiento asocial, radicalizado y amenazante.
Tardó semanas en extraer los componentes para construir una bomba de seis
toneladas de fertilizantes y polvo de aspirina. Se aprovisionó de armas
sofisticadas y no dejó de comportarse de una forma llamativa e impertinente.
Todo esto no puso en alerta a la policía.
El 22 de julio de 2011
hizo estallar un coche bomba de fabricación casera en el barrio de los
ministerios de la capital noruega, muy cerca de las oficinas del primer
ministro, el socialdemócrata Jens Stoltenberg. Murieron ocho personas y treinta
resultaron heridas. Los cuerpos de seguridad creyeron que se trataba de un
atentado islamista. Pocos podían prever que el autor era un noruego de
ideología ultraderechista radical. El atentado sembró el caos y la devastación
en Oslo.
Sin embargo, para
Breivik todo aquello no era otra cosa que una maniobra de distracción. La
confusión generada le permitió dirigirse con total tranquilidad al escenario
real de su crimen: la isla de Utoya, donde esos días acampaban más de
quinientos jóvenes miembros de las juventudes laboristas.
Utoya es una isla de
diez hectáreas aislada y mal comunicada, sin ningún plan de defensa ni cuerpos
de seguridad. Allí se dirigió Breivik disfrazado de policía para no levantar
sospechas. Los jóvenes socialistas recibieron las noticias del atentado en Oslo
pero no se sienten amenazados. Ellos están lejos y a salvo. No pueden ni
imaginar lo equivocados que estaban.
Breivik llega en ferry
sobre las 16.07. Lleva una bolsa con un rifle, una pistola Glock de 9 mm y
abundante munición. Al llegar a la isla, saca las armas y mata a su primera
víctima: Mónica, de 45 años, organizadora de las acampadas. Poco después acaba
con la vida de Trond, de 51, hermanastro de la princesa noruega Mette-Marit. Se
encamina después a la casa principal de la isla. Allí hay un grupo de nueve
personas que logran escaparse al oír el tiroteo y se refugian en el ferry. El
capitán del barco decide volver a tierra firma sin indagar sobre lo que está
pasando en la isla.
Comienza entonces la
verdadera matanza. Dispara indiscriminadamente a las personas que se van
encontrando por la cafetería del albergue. Los cristales estallan y hay sangre
por todas partes.
La policía del pueblo
continental más cercano no recibe las primeras llamadas de socorro hasta hora y
media después del inicio de los disparos. En la isla se desata el caos, quienes
logran huir tropiezan con cadáveres. Es un día lluvioso y oscuro de verano y
algunos de los supervivientes envían mensajes a sus familiares con sus móviles
pidiendo auxilio, que avisen a la policía. Los adolescentes están muertos de
miedo, se esconden tras las rocas, en el bosque o en otras casas mientras se
oyen disparos como truenos. Un grupo sale corriendo y se tira a las frías aguas
pero apenas pueden nadar. No consiguen alejarse y son el blanco fácil de
Breivik, que convierte el mar en una pecera de cadáveres, manchada de sangre.
Otros mueren ahogados.
El triste panorama dejado por una mente enferma y criminal // www.periodistadigital.com |
El aire huele a
pólvora. Las balas de punta hueca que emplea el asesino se fragmentan al
penetrar en el cuerpo producen daños atroces en las víctimas. El asesino no se
conmueve y sigue con su macabra caza. No tiene piedad ante quienes le suplican
por su vida. Él apunta con su rifle y dispara.
En medio del tiroteo el
vicepresidente el Partido Laboralista se esconde en el bosque, no se siente
seguro y se refugia en una tienda de lona del cámping. Allí oye gritos y tiros
y permanecerá mucho tiempo refugiado, hasta mucho después de que el criminal
fuera capturado.
En tierra firma,
inexplicablemente, la policía no tiene medios ni iniciativa para llegar a la
isla. En uno de los países más ricos, racionales y seguros apenas hay un
helicóptero disponible para las fuerzas de seguridad, ante esta gran
emergencia. A las 18.30 horas de la tarde la policía desembarca en la isla y
buscan al asesino. Finalmente, le apuntan con un arma y arroja el rifle. Es
detenido. Breivik acabó matando a 69 personas e hiriendo a otras 66. La
operación de seguridad tardó y fue, por tanto, un gran fracaso.
Cuando es detenido,
Breivik resulta ser un personaje muy distinto al que aparecía en redes
sociales. Se muestra como un tipo alto, recio, con el pelo rapado y aspecto
saludable. Era su intento de parecer un supermacho. En su Facebook aparecía más
delgado, con pelo largo y perilla. Durante esa mutación había empezado a tomar
drogas y había escrito en la red que los socialdemócratas habían convertido a Noruega
en un país de cobardes.
El fiscal afirma que
Breivik está loco, que sufre “esquizofrenia paranoide” pero el tribunal, que no
está satisfecho, pide un segundo informe y la conclusión del segundo peritaje
es diametralmente opuesta. Breivik está cuerdo. Durante el juicio, el asesino
se arrepiente de sus hechos, defiende su ideología y sus prejuicios. Es un tipo
extraño de extrema frialdad. Su condena: 21 años de prisión por 77 asesinatos.
El tirador de Utoya recibe la condena con una sonrisa en sus labios. Se cree
vencedor ya que no quiere acabar como un loco en un manicomio sino ser
reconocido como un guerrero, el abanderado de una lucha. Las cámaras recogen su
saludo fascista sui géneris al llegar y al salir del tribunal. Lo que es cierto
es que aún sigue encerrado y casi con toda seguridad lo estará 40 años, según
la legislación penal del país nórdico. Ya en su celda, Breivik se quejará ante
el mundo del supuesto trato recibido en la cárcel, algo extraño pues el sistema
carcelario noruego es uno de los más hospitalarios del mundo.
Este crimen provocó una
fuerte conmoción en Noruega, un país poco acostumbrado a este tipo de sucesos.
Generó además que los valores sobre los que sustentaba la sociedad noruega
empezaran a tambalearse, como la pluralidad o la confianza en las instituciones.
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