En el ámbito de la
criminología, se define con el término de “regicidio” el asesinato u homicidio
de un monarca, de su consorte, de un príncipe heredero o de un regente. Sería
un subtipo de magnicidio (el asesinato de una persona importante, normalmente una
figura política). El móvil de un regicidio suele estar asociado, al igual que
el magnicidio, a motivos políticos y, en algunas legislaciones, puede
incorporar penas más graves que el simple homicidio.
Hay algunos casos de
regicidio que sí que son bastante conocidos porque quizá los hemos estudiado en
clase de Historia, como el estrangulamiento del inca Atahualpa, en 1533, en la
conquista del Perú por los españoles, en la que participó Francisco Pizarro; la
decapitación de Luis XVI y María Antonieta durante la Revolución Francesa; el
asesinato del zar ruso Nicolás II y de toda su familia en 1917, durante la
Revolución Rusa, o el atentado mortal que sufrió el archiduque Francisco
Fernando de Habsburgo, heredero del Imperio Austro-húngaro, y su esposa, Sofía
Chotek, lo que desencadenaría la I Guerra Mundial (1914-1918).
Pues bien, hay otros
regicidios pero no por menos conocidos dejan de ser extraños e interesantes
para analizar, sobre todo éste que traemos hoy aquí, que fue doble y que por
curiosidades del destino hizo que diese lugar al reinado más corto de un
monarca en el mundo. Comenzamos por el principio.
Tenemos que viajar en
el túnel del tiempo y ubicarnos en el Portugal de comienzos del siglo XX. En
ese momento el país luso, que aún conservaba gran parte de su imperio colonial,
vivía muchas convulsiones políticas y sociales, revueltas, protestas,
dictaduras… Poco a poco empiezan a adquirir mayor notoriedad los movimientos
republicanos, que abogan por derrocar la monarquía de los Braganza, dinastía
que reina en Portugal desde que los portugueses lograron la restauración de su
independencia, de España, a mediados del siglo XVII.
En ese descontento
general provocado por la situación del país y que parecía que tenía poca
solución se encuadra el que sean asesinados un 1 de febrero de 1908, por
partidarios del republicanismo, actuando a título individual, el por entonces
rey de Portugal, Carlos I, y su hijo el príncipe heredero, Luis Felipe.
Luis Felipe de Portugal, nacido en 1887. |
Ese 1 de febrero de
1908 cambió para siempre la historia de Portugal. La familia real regresó a
Lisboa en tren tras pasar varios días en el palacio de Vila Viçosa en la región
del Alentejo, en la línea que une Portugal con España mediante la frontera de
Caya, en Elvas-Badajoz. Después de cruzar el estuario del río Tajo en barco de
vapor, viajarían en un coche abierto durante la parte final de su viaje hasta
el Palacio de las Necesidades. Un gran gentío se agolpaba, mucho antes de la
hora señalada, en la lisboeta plaza del Comercio (Praça do Comércio, más
conocida como Terreiro do Paço) y en todas las calles adyacentes al
Palacio de las Necesidades, en espera de que el rey Carlos I, la reina consorte
Amelia de Orleáns y el príncipe heredero, Luis Felipe, desembarcasen de su
falúa y subiesen al carruaje real.
Según cuentan algunas
crónicas, cuando el conde de Figueiró confirmó que todo estaba listo, el rey
preguntó al presidente del Gobierno, João Franco, como si en ese momento
tuviese una extraña corazonada:
– ¿Es seguro cruzar
toda la ciudad para llegar a Palacio?
– Por supuesto,
Majestad –asintió el dictador.
Sin embargo, casi desde
el principio, las cosas empezaron a torcerse. No había más que un coche de
caballos descubierto, en lugar de los dos que exigían la etiqueta y la
elemental prudencia.
La familia real subió,
pues, al mismo vehículo. El monarca tomó asiento en la parte posterior del coche
descubierto, a la izquierda de su esposa; los príncipes se acomodaron en el
testero: Luis Felipe, frente al rey, y Manuel, frente a la reina.
La comitiva se puso en
marcha lentamente, mientras el numeroso público que ocupaba la plaza del
Comercio aclamaba con estruendo a los reyes. Detrás del landó real iban los
coches de la Casa Civil, de los dignatarios de servicio…
Justo en el momento en
que el carruaje llegó casi al centro de la plaza, algunos distinguieron a unos
hombres embozados en sus capas que apuntaban con sus carabinas a la familia
real y hacían fuego sobre ella. Lo que sucedió en aquel instante fue casi
indescriptible. Los testigos que pudieron contarlo luego aseguraron que se oyó
un grito espantoso, seguido del alarido de la multitud y de un caos
generalizado.
La gente echó a correr
sin rumbo, atropellándose. Todo el mundo pidió auxilio desesperadamente.
Mujeres y niños fueron pisoteados, heridos por todo aquel gentío que, preso del
pánico, intentó abandonar la plaza. Poco antes, el joven Alfredo Costa logró
romper el cordón de curiosos, avanzó rápidamente y, con un pie en el estribo
del coche real, disparó su pistola sobre el rey. El príncipe sacó su revólver y
la reina trató de rechazar al asesino con su inofensivo ramo de flores.
Entretanto, Manuel Buiça, un hombre de larga barba y ancho capote, consiguió
aproximarse también; con la rodilla hincada en tierra, apuntando al príncipe con
su carabina, le derribó de un tiro.
Instantes después, el
rey y su heredero yacían en el suelo del carruaje, víctimas de los disparos. El
infante Manuel había recibido otro impacto de bala en un brazo. También el
cochero resultó alcanzado y lanzó los caballos al galope. Manuel Buiça se
dispuso a rematar al infante Manuel; cuando reparó en la presencia de uno de
los escoltas, la espada providencial de uno de ellos atravesó su cuerpo con el
mismo ímpetu que un gladiador romano. Los cadáveres de los asesinos yacían
todavía en el suelo empedrado de la plaza cuando el regio landó entró, a galope
tendido, en el Arsenal de la Marina, el edificio público más próximo a la plaza
del Comercio.
Carlos I murió
instantáneamente y el príncipe heredero Luis Felipe falleció poco después. La reina
Amelia fue la única en salir ilesa. Ella, según cuentan, intentó defender a su
hijo menor, el príncipe Manuel, utilizando su ramo de flores para golpear el
brazo del asesino, mientras gritaba “¡¡infames, infames!!”. El príncipe Manuel,
como ya hemos dicho, fue herido en el brazo. Manuel Buiça llegó a disparar dos
tiros más, hiriendo a un oficial y a un soldado que se acercaban a él. Finalmente
los dos republicanos artífices del regicidio fueron asesinados por la policía y
guardaespaldas, quienes también mataron en la confusión a un espectador
inocente.
Los médicos solo
pudieron certificar la muerte de padre e hijo. Eso sí, el rey murió en el acto
y el príncipe heredero falleció unos veinte minutos después del atentado por lo
que hay algunos expertos en monarquías que afirman que éste sería el reinado
más corto de la historia, el de Luis Felipe I de Portugal. Así lo recoge, por
ejemplo, el Libro Guinness de los Récords. Según explican algunos genealogistas
reales, en el preciso momento del atentado, tras la muerte de su padre, Luis
Felipe, duque de Braganza, pasó a ser automáticamente el rey de Portugal pero
su reinado duró tan solo veinte minutos.
Como es entendible, la
reina consorte Amelia de Orleáns quedó horrorizada por este suceso, con
continuas pesadillas, sufriendo durante interminables noches en que se
despertaba sobresaltada sudando y queriendo ver a toda costa a su esposo y a su
primogénito destrozados por las balas. Lo que tampoco se borró de su mente fue
la imagen de aquel hombre con barbas que les acribilló.
Ese misterioso hombre
de barbas era Manuel Buiça, un aparentemente tranquilo maestro de escuela,
celoso de su deber, que hacía de la enseñanza casi un sacerdocio y con, eso sí,
unas firmes ideas republicanas. ¿Cómo iba a ser capaz de asesinar al príncipe?
El otro asesino, el joven de veintitrés años Alfredo Costa, era representante
de una casa comercial en Lisboa y editor. Los dos eran miembros de la
Carbonaria, una organización secreta portuguesa.
Europa quedó
conmocionada con este atentado puesto que Carlos I era muy apreciado por los
otros jefes de estado europeos. Según algunos historiadores, el atentado se
debió al progresivo desgaste del sistema político portugués, en gran parte
culpa de la erosión política originada por la alternancia de dos partidos en el
poder y porque el rey Carlos I, como árbitro del sistema político, había
nombrado a João Franco presidente del Consejo de Ministros con plenos poderes,
convirtiéndose de facto en un dictador.
El superviviente de
toda esta historia, el infante Manuel, con dieciocho años, se convirtió en
monarca varios días después. Manuel II de Portugal fue rey pero por poco
tiempo, durante algo más de dos años. El rey, joven e inexperto y más
interesado en las artes y las letras que en la política o el ejército, ante la revolución
republicana iniciada el 4 de octubre de 1910, marchó del país. Fue el último
rey de Portugal. Se proclamó entonces la Primera República Portuguesa.
Moneda oficial de la Primera República de Portugal, 1915. |
0 comentarios:
Publicar un comentario