Uno de los crímenes que
más ha conmocionado a la sociedad española de los últimos tiempos se produjo en
Galicia y tuvo como víctima a la niña de origen chino Asunta Basterra Porto,
que fue asesinada a manos de sus propios padres adoptivos.
Su cuerpo fue hallado
por dos jóvenes la madrugada del 22 de septiembre de 2013 tendido a la vera de
una pista forestal de Santiago de Compostela. Su descubrimiento trastocó la
plácida vida de la capital gallega y más aún cuando los únicos detenidos e
imputados por el crimen fueron sus padres adoptivos: Rosario Porto y Alfonso
Basterra, quienes habían viajado a China once años antes para adoptar a Yong
Fang (su nombre, en chino).
Antes de entrar en
detalle en los pormenores del crimen, resulta imprescindible comprender quiénes
son Rosario y Alfonso. Ambos eran dos caras conocidas de la sociedad
compostelana. Alfonso Basterra nació en Bilbao en 1965 y era un veterano
periodista establecido en Galicia desde hacía más de veinte años. Empezó a
trabajar en El Correo Gallego, después pasó al Diario de Santiago
y acabó convirtiéndose en free lance y trabajando en gabinetes de prensa
como el del Ayuntamiento de Padrón, y para medios como Expansión o la Cadena
Cope.
Por su parte, Rosario
Porto nació en Santiago en 1969 y era la única hija de Francisco Porto Mella,
prestigioso abogado que ejerció como cónsul honorífico de Francia, y de Socorro
Ortega, catedrática de Historia del Arte especializada en el barroco y miembro
de la Academia Gallega. Eran por tanto una familia bien posicionada, de
posibles y con intensas relaciones sociales. Rosario estudió Derecho en
Santiago, con estancias en el extranjero, y en 1996 ya ejercía como abogada en
el despacho de su padre. Rosario heredó también de su padre el cargo de cónsul
de Francia en 1997 y lo abandonó en 2006 por “motivos personales”. Durante todo
ese tiempo fue un miembro activo de la vida social y cultural de Santiago y en
2007 recibió de Francia la Orden Nacional del Mérito por su desempeño.
Rosario y Alfonso se
conocieron en 1990, comenzaron una relación y acabaron casándose en 1996. Todo
iba bien pero los abuelos maternos insistían en sus ganas e interés en que el
matrimonio tuviese descendencia. Como Rosario padece la enfermedad de lupus (un
embarazo podía resultar peligroso para su salud), la pareja decide adoptar. Su
buena posición social y económica facilita las cosas. Y viajan a China para
conseguir descendencia. Asunta llegó a sus vidas, con nueve meses, en julio de
2001. Fue la primera niña china adoptada en Santiago y sus padres adoptivos
adquirieron, por tal motivo, cierta notoriedad. Explicaron en la televisión
local lo felices que estaban y recomendaban a otros padres en iguales
circunstancias la adopción en ese país asiático.
La adaptación de la
pequeña en España fue muy buena. Llamaba la atención su viveza y alegría. Se la
recuerda cariñosa con sus abuelos maternos y muy estudiosa. Asunta va al
instituto y, como una joven de buena familia, asiste a clases particulares de
inglés, de piano, de violín y de danza. Era una niña muy adelantada y con
muchas cualidades.
Los Basterra-Porto
proyectaban al exterior la imagen de una familia feliz e idílica. Formaban
parte de la élite de Santiago de Compostela y era habitual verlos, por ejemplo,
en conciertos de música clásica en el Auditorio de la capital gallega. Por el
contrario, todo eso era, en realidad, una farsa, mera fachada y quedaría
destruido por la investigación policial tras el hallazgo del cadáver de Asunta,
en septiembre de 2013.
Para comprender todo lo
ocurrido en ese mes, es necesario dar otro salto en el tiempo y marcharse a
finales de 2011, momento en que fallece la madre de Rosario Porto. Pocos meses
después muere también su padre. En la investigación se destacó lo extraño de
ambas muertes, a pesar de la avanzada edad del matrimonio, y el que fueran
incinerados. Esas muertes dejaron al matrimonio en una cierta orfandad, así
como a Asunta sin el cariño de sus abuelos, que adoraban a la pequeña. Rosario
y Alfonso se quedaban también sin el apoyo de los abuelos en el cuidado de
Asunta. Rosario acusa este golpe y muestra una caída de su ánimo y pérdida de
forma física pero lo que realmente prueba es algo que ya sabían ellos: que ni
Rosario ni Alfonso están preparados para ser padres. Llevaban once años
manteniendo a duras penas la ficción de una familia casi perfecta.
A comienzos de 2013 el
matrimonio salta por los aires cuando Alfonso descubre que Rosario tiene una
relación sentimental con un cliente. Asunta pasa a vivir con su madre pero el
padre no se va muy lejos, vive en la misma manzana, y, de hecho, la niña pasa
más tiempo con él que con ella.
Según se supo después,
en la investigación, es la separación lo que lleva a la pareja a planear el
asesinato de la pequeña Asunta. Entre los dos hay una especie de relación de
dependencia mutua, que les impide estar separados, y el cuidado de la niña
supone para ellos un obstáculo. Surge una especie de intriga en la que están
presentes los celos, el despecho, la dominación psicológica e incluso el
maltrato físico. Para esa Rosario abnegada y sumisa, la muerte de Asunta le
supondría liberarse y vivir libremente esa nueva relación sentimental. Para
Alfonso, humillado por la infidelidad de su mujer, la desaparición de la menor
sería la coartada necesaria para seguir unido a su exmujer por un asunto turbio
y asegurarse así, mediante su secreto, un sustento económico. Alfonso no tenía
ingresos fijos y llevaba varios años viviendo de su esposa, quien, al morir sus
padres, era la heredera de una jugosa fortuna. Rosario había cerrado el bufete
de abogados de su padre al morir éste y había iniciado otros negocios, que la
hacían viajar a Marruecos. Aunque ya estaban separados, el verano anterior a la
muerte de Asunta vivieron juntos, como si no tuvieran una hija. La niña quedó
al cuidado de su madrina en Vilagarcía.
Tras el análisis y la
investigación del crimen, todo indica que fue un suceso premeditado. Lo
tramaron durante meses y lo llegaron a ensayar. Rosario y Alfonso estuvieron en
todas las escenas el último día de vida de la pequeña. Ese 21 de septiembre de
2013, los tres comen juntos en el piso de él en Santiago. Los padres
suministran a los champiñones que come Asunta altas dosis de lorazepam (un
sedante y relajante muscular). No era la primera vez. Asunta ya había llegado a
clase medio dormida, según contaban sus compañeras. Cuando las profesoras
advirtieron a Alfonso esto, él adujo que la niña tomaba una medicación para la
alergia, algo que durante el proceso su pediatra desmintió. El fiscal también
llegó a detallar en el juicio cómo Alfonso compró durante el mes de julio
ingentes cantidades de este fármaco en varias farmacias de Santiago, algo
bastante sospechoso. Las hipótesis de la investigación indicaban que el día de
autos el padre pretendía privar a Asunta de voluntad y defensa, algo que se
demostró por las altas cantidades de lorazepam en su cuerpo, en los análisis,
pese a la rápida incineración del cadáver, que impidió realizar más pruebas.
Tras la comida, Asunta
vuelve a casa de su madre y fue vista con Alfonso a las 18:18 horas junto al
garaje donde Rosario guardaba su coche, un Mercedes. Ahí fue clave el
testimonio de una compañera de clases de francés de Asunta, que la vio. Tras
aquello, las cámaras de seguridad de tráfico de la Policía local muestran en el
coche a Asunta y a su madre pero no al padre, que podría ir escondido. La
familia se dirige a Teo, escenario del desenlace final de esta historia.
Teo, a siete kilómetros
de Santiago, es una espectacular casa de campo, que fue el gran capricho de la
abuela materna, de Socorro Ortega. La alarma de la casa fue desconectada entre
las 18:33 y 20:53 por lo que todo indica que en ese lapso de tiempo se produjo
el crimen.
El cadáver es
encontrado a las 2 de la madrugada en una pista forestal a unos cuatro
kilómetros de la casa de campo. Antes de que esto ocurra, Rosario y Alfonso
denuncian la desaparición de su hija en comisaría. Según la versión que
ofrecen, Asunta había salido entre las 7 y las 9:30 horas de la noche. Su madre
la había dejado estudiando mientras ella iba a la casa de Teo para buscar unos
bañadores pues iban a ir a la playa el domingo. Las grabaciones de las cámaras
de tráfico pronto desmentirían esa versión.
Todo se precipita y
Rosario es detenida en el mismo tanatorio mientras espera las cenizas de su
hija. Poco después es detenido también el padre y los dos pasan la noche en
calabozos. Al día siguiente son inspeccionados los domicilios de Rosario y
Alfonso. Y el impacto en la ciudad fue enorme pues todo ello significaba que
unos representantes de la élite santiaguesa habían caído en desgracia y estaban
esposados y fuertemente custodiados acusados ni más ni menos que del asesinato
de su propia hija.
A medida que avanzó la
investigación se conocieron más detalles aunque algunos no se conocieron con
gran exactitud, como lo que ocurrió en la casa de campo de Teo. Se cree que
allí Asunta fue asfixiada tras la ingesta de lorazepam; pese a ello, Asunta
debió enfrentarse y defenderse de sus agresores. La presencia de restos
orgánicos de Asunta en el vehículo y las pruebas de ADN ayudaron a esclarecer
este maquiavélico asesinato, urdido durante semanas.
Otro hecho que se
descubrió durante el proceso fue el intento de borrado del disco duro del
ordenador de Alfonso, donde había material pornográfico protagonizado por mujeres
asiáticas. Entre lo incautado también aparecieron fotos de Asunta en las que
aparece vestida con mallas y medias de ballet, acostada y envuelta en ropa de
cama. Algo bastante extraño y confuso.
No faltaron en este
caso las pistas falsas, como la mancha de semen en la camiseta de la niña. Más
tarde se demostraría que se debió a una posible contaminación en el
laboratorio, al estar investigando a la vez la prueba relacionada con una
posible agresión sexual.
Se trató de un caso
complejo, duro y que impactó mucho en la opinión pública española. El éxito de
la investigación se debió, en gran parte, a la labor del juez instructor, José
Antonio Vázquez Taín, llamado el Robin Hood de Vilagarcía, que acumula un
amplio historial de investigaciones judiciales exitosas, entre ellos el
misterioso robo del Códice Calixtino de la catedral de Santiago de Compostela,
ocurrido en 2011.
Tras la imputación de
la pareja, Rosario se mostró fuerte y segura de sus conocimientos de Derecho,
lo que hizo que ejerciese ella misma su defensa en un principio. La acusación
popular, ejercida por la Asociación Clara Campoamor, pidió vente años de cárcel
para el padre y la madre de Asunta. El jurado, tras casi cuatro semanas de un
juicio muy mediático, ochenta testigos, sesenta peritos y cuatro días de
deliberación, declaró culpables de la muerte de su hija a Rosario Porto y a
Alfonso Basterra. La condena final fue de dieciocho años de prisión para cada
uno de ellos.
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