EL “ASESINO DEL ACUEDUCTO” EN LISBOA

Nos gusta mucho que sean los propios oyentes del programa quienes nos hagan llegar ideas e historias para el programa. Así ha ocurrido con la que hoy tenemos aquí, en la sección “La estela de Caín”. Un amigo portugués, que nos escucha desde hace algunos meses y que le sirve, además, para mejorar su nivel de castellano, nos sugirió este caso, que nosotros desconocíamos. Pedro Cravo, un profesor de educación física de Estremoz que da clases en un centro educativo de Portalegre, me hizo llegar una historia cuanto menos inquietante, la de Diogo Alves. Curiosamente se trata de un español, un gallego, que, durante el primer tercio del siglo XIX, se dedicó a asaltar y a arrojar a sus víctimas desde lo alto de la pasarela del señorial Acueducto de las Aguas Libres de Lisboa, uno de los principales accesos a la capital lusa en aquella época. Para más inri, tras la muerte del conocido como “asesino del acueducto”, se decidió conservar en un bote de formol su cabeza; de hecho, aún se puede ver en las vitrinas de la Facultad de Medicina de la Universidad de Lisboa.




La capital lusa, Lisboa, la ciudad de las siete colinas, la que ha seducido a tantos escritores, fotógrafos, cineastas y ciudadanos de todo el mundo en general, con tantos lugares emblemáticos como el castillo de San Jorge, los barrios de Alfama, Bairro Alto o Baixa, y con monumentos sublimes como la Torre de Belén, el Monasterio de los Jerónimos o la plaza del Comercio, tiene también su hueco en la historia negra y macabra de asesinatos. Forma parte también de ese club de ciudades que poseen uno de esos temibles asesinos que, con solo pronunciar su nombre, atemorizaba a todos, al más puro estilo de “Jack el Destripador” en Londres.

El asesino del que vamos a ocuparnos se llamaba Diogo Alves y había nacido en el municipio gallego de Samos (provincia de Lugo) en 1810. Siendo aún joven se traslada a vivir a Lisboa. Y allí, en ese acueducto, perpetra sus crímenes, escondido, al acecho de personas que cruzaban el viaducto. Este lugar es conocido como el acueducto de Aguas Libres (Aqueduto das Águas Livres, en portugués) y se levanta sobre el valle de Alcántara. Se construyó a mediados del siglo XVIII por orden del rey Juan V para llevar agua a la ciudad. Lo más impresionante son quizá los 35 arcos sobre el valle, el más alto de los cuales mide 65 metros de altura, y desde donde este individuo arrojaba a sus víctimas. El camino público sobre el acueducto estuvo cerrado desde 1853, en parte debido a los crímenes perpetrados por Diogo Alves. Hoy es posible dar un paseo guiado por encima de los arcos.


Diogo Alves perpetró sus crímenes entre 1836 y 1839, algunos de ellos, se cree, instigados por su compañera Gertrudes Maria, apodada “a Parreirinha”. Al principio, las autoridades confundieron los asesinatos con suicidios, tal y como quería el delincuente, porque el acueducto, con los 65 metros de altura que alcanza en su punto más elevado, era un lugar al que solían acudir quienes querían poner fin a sus vidas. Los lisboetas pronto se dieron cuenta de que aquella ola de suicidios no era normal y empezó a correr el rumor sobre un asesino, un español llamado Diogo Alves. Aterrorizados, los lisboetas comenzaron a asustarse y se encerraban en sus casas de noche.

Según explica Anabela Natário, historiadora y periodista que escribió en 2014 una novela sobre sus crímenes, titulada ‘O Assassino do Aqueduto’, “Diogo Alves daba a sus víctimas un golpe en la cabeza, les robaba y luego les tiraba desde arriba del acueducto para simular un suicidio”.

Se le achacaron a Diogo Alves más de sesenta posibles asesinatos pero, como ocurre en casos similares, el imaginario colectivo fue el que engordó la historia y lo convirtió en un personaje mucho más terrorífico y despiadado de lo que era en realidad, atribuyéndole incluso más asesinatos de los que realmente consumó. Anabela Natário cree que no cometió todos los asesinatos que popularmente se le atribuyen –más de 60–. La historiadora estima que, en toda su carrera delictiva, el gallego acabó con la vida de unas veinte personas “como mucho”.

El nombre de Diogo Alves era, no obstante, conocido y temido en toda la capital, hasta que en 1841 fue capturado y ahorcado por las autoridades lusas, una condena que hacía tiempo que no se aplicaba en el país. Pero, sorprendentemente, no fue juzgado por ninguno de los crímenes que cometió en el acueducto, sino por asaltar y asesinar a un conocido médico y a su familia en su domicilio.

El juicio de Alves fue uno de los primeros procesos judiciales mediáticos en la historia de Portugal, dado que hacía años que no se ahorcaba a un delincuente y los lisboetas “necesitaban” que se condenara a alguien a muerte con el fin de “dar una lección” a los criminales y retomar la seguridad en las calles, según explica la historiadora Anabela Natário. Para ella hay una diferencia fundamental entre Diogo Alves y otros asesinos populares del siglo XIX como Jack el Destripador: “el gallego, a diferencia del británico, era simplemente un vulgar ladrón y nunca hubo un móvil intelectual en sus crímenes”, sentencia.

La historia de Diogo Alves, cuya sentencia de muerte en la horca fue aplicada un 19 de febrero de 1841, intrigó a los científicos de la Escuela Médico-Quirúrgica de Lisboa. Asombrados por su crueldad y vileza, los médicos, después de su ejecución, y con el ánimo de estudiarla y analizar las raíces de su maldad, conservaron su cabeza cortada. De hecho, en la actualidad, se mantiene en un recipiente de vidrio, en formol, y ha pervivido en el imaginario colectivo la imagen de un hombre tranquilo, muy contrariamente a lo que fue. La cabeza de Diogo constituyó uno de los objetos más significativos, y sin duda más horribles, de una exposición del Museo de Medicina que recorrió el Museo Nacional de Arte Antigua allá por el año 2005.  


Los científicos nunca han sido capaces de explicar el porque actuó así este hombre, qué le llevaba a asaltar y a matar, más allá del robo. Como ya hemos dicho, se llegó a pensar que esas muertes de personas en el acueducto se debían, erróneamente, a un aumento del número de suicidios en la capital. En este punto, vale la pena recordar cómo hay lugares –sobre todo puentes– que se convierten en un punto clave para los suicidas, para personas que quieren acabar con su vida. Uno de ellos, muy conocido en Madrid, es el viaducto de Segovia o de la calle Bailén, presente en algunas películas del cine español, y que actualmente, para evitar más suicidios, se aumentó la barandilla con un refuerzo especial.

Volviendo al caso del español Diogo Alves, el “asesino del acueducto” de Lisboa, su cabeza cortada se halla actualmente en una sala de anatomía de la Facultad de Medicina de la Universidad de Lisboa. Hay que tener en cuenta que durante esos años estaba muy en boga una teoría llamada frenología, según la cual se pensaba que la forma del cráneo, la cabeza y las facciones determinaban el carácter y los rasgos de la personalidad, así como sus posibles tendencias criminales. De ahí el interés en conservar sobre todo, para el estudio y la investigación, cráneos de asesinos. Esta teoría, desarrollada en el siglo XIX por el neuroanatomista alemán Franz Joseph Gall, fue durante ese siglo extremadamente popular. Hoy en día no tiene ninguna validez, está totalmente superada y es considerada una pseudociencia.

Un doctor portugués, José Lourenço da Luz Gomes, seguidor de la corriente de la frenología en ese momento en Lisboa, fue el promotor para que se conservase el cráneo de Diogo Alves. Curiosamente este individuo, Diogo Alves, fue uno de los últimos sujetos a los que les fue aplicada la pena de muerte en Portugal. El país luso fue el segundo Estado moderno de Europa, tras el Gran Ducado de Toscana, en abolir la pena de muerte. En concreto en Portugal la pena de muerte fue abolida para crímenes políticos, en 1852, por la reina María II; y en 1867 para crímenes de personal civil.

175 años después, la terrible historia de Diogo Alves –a caballo entre el mito y la realidad– sigue sorprendiendo y aún nadie está seguro al cien por cien de que lo que guarda uno de los frascos de la Facultad de Medicina lisboeta sea el cráneo de este criminal.


La leyenda del “asesino del acueducto” fue una de las más populares entre los lisboetas durante décadas. Pero, con el paso de los años, ha ido perdiendo su impacto y poco a poco cayó en el olvido entre algunos de los habitantes de la capital. Sí ha dejado huella en el cine luso. Hay una cinta de cine mudo, de João Tavares, del año 1911, titulada ‘Los crímenes de Diogo Alves’, que es la segunda película de ficción del cine portugués y la segunda de dos películas sobre este asesino realizados en el espacio de un par de años.

http://www.filmaffinity.com/es/film918571.html
 

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