A lo largo de la
historia del ser humano siempre nos han fascinado las joyas y los minerales
como accesorios o talismanes de protección y poder. Pues bien, muchos de ellos
tienen sus historias de maldición y leyenda.
Repasamos algunos de
ellos, muy conocidos, y lo que acabaron provocando a algunas generaciones que
poseyeron esas joyas tan deseadas.
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A las piedras preciosas
como las gemas o las joyas siempre les hemos añadido virtudes, las usamos como
amuleto y las portamos como talismanes e la buena suerte y como fuerza y poder.
Tenemos los diamantes como las piedras más lujosas y más queridas por la realeza
al ser el material más resistente y duro que existe. Y luego tenemos los ópalos
o las esmeraldas como algunos de los minerales más preciosos creados de forma
natural y que son de los que más tendencia al misticismo se le han dado, e,
incluso, con los que más rituales de brujería se realizan. Muchas de las
grandes historias de las piedras preciosas más apreciadas en el mundo ha tenido
una historia inicial de un expolio, de un diseño realizado en extrañas
circunstancias e incluso de leyendas que mitifican y dan valor aun más a la
pieza y a quien la posee.
La maldición, dicen, ha
acompañado a muchas de ellas (acabando con varias generaciones de familias
enteras) o provocando ruinas económicas irrecuperables. Y la tendencia y
admiración viene de las primeras culturas, de hecho, en la egipcia encontramos
como costumbre el enterramiento de muchas de las joyas que perteneció al faraón
o noble de turno momificarlo y a su vez adornarlo con las joyas que fueron de
su propiedad en vida, y esto siempre ha sido así hasta la era moderna en la que
una joya en concreto o varias que adquiría una familia pudiente la donaba o
eran heredadas por las siguientes generaciones como forma de seguir manteniendo
el prestigio y el poder de un apellido o estirpe familiar.
Vamos con el listado de
algunas de las más conocidas y apreciadas:
El Diamante Hope
Después de la famosa
Gioconda de Leonardo Da Vinci, esta es la pieza de artesanía más visitada del
mundo. La encontramos en el Smithonian Institute de Washington D.C. expuesta
para todo el mundo.
De 46 kilates y 9
gramos de diamante teñido de un azul marino que hipnotiza y eso es debido a las
impurezas de boro que bajo una luz ultravioleta cuentan que hasta ha llegado a desprender
una extraña fosforescencia rojiza realmente asombrosa. Es el diamante de mayor
tamaño del mundo hasta la fecha, y en realidad solo es un trozo de un diamante
aun mayor, de 115 quilates y 22,44 gramos. Su valor es incalculable hoy en día.
Se sabe que se extrajo
de una mina india llamada Kollur y cuya leyenda originaria nos cuenta que el
dios del Sol hindú la talló y la depositó junto a una estatua ceremonial que
representaba a la diosa Sita, hasta que la robó un sacerdote hindú que fue la
primera víctima de la maldición: torturado y condenado por cometer tamaño
sacrilegio. El diamante llega a Europa en el siglo 17 en manos de un
contrabandista francés llamado Jean-Baptiste Tavernier quien consigue una gran
fortuna vendiendo esta joya pero poco después se arruina y encima muere de una
forma cruel: devorado por una jauría de perros salvajes y rabiosos en el
trayecto de un viaje en la India para recuperar su fortuna perdida.
El diamante azul llega
a residir en la corona francesa en tres generaciones (Luis XIV, Luis XV y Luis
XVI); se dice que fue el primero el que redujo sus quilates para acabar con esa
mala fama con la se la dieron inicialmente. Era normal, en ocasiones, prestar
la joya a amigos o familiares para lucirla en bailes nupciales o fiestas
aristocráticas y una de esas víctimas de la maldición de esta llamada también
“joya marina” fue Nicholas Fouquet (amigo del rey Luis XIV) quien fue acusado
de malversación de fondos y condenado a cadena perpetua; y esto cuentan que fue
así por poseer durante un breve periodo el famoso diamante que se lucía con un
cordel hecho a medida. Otros miembros de la aristocracia francesa que fueron
víctimas de su maldición fueron María Antonieta y el Rey Luis XVI,
guillotinados como bien nos cuenta la historia; la Princesa de Lamballe, quien
fue asesinada por una muchedumbre; Jacques Colet, quien se suicidó; Surbaya,
apuñalado por su amante a quien le regaló la piedra, y Simon Motharides, quien
murió junto a toda su familia cuando su carruaje chocó. En todos casos siempre
se cuenta, que el diamante fue parte de sus vidas en el momento mismo de la
muerte o momentos antes.
Así que el diamante
esta terrible historia hasta que llega a las manos de Henry Thomas Hope, que lo
adquiere en 1880 y encima le agrega su apellido ya que lo compra por unos 150
mil dólares al ser un banquero de mucho dinero. Mala inversión. Porque su
familia termina arruinada.
Y lo mismo le iba a
pasar a Ned McLean, que lo compra posteriormente a precio de ganga pero la
maldición del dichoso diamante no iba a tardar en manifestarse: uno de sus
hijos murió al poco tiempo en un accidente de automóvil mientras que su otra
hija lo hizo por una sobredosis y hasta el propio McLean termina en un
manicomio debido a las muertes tan repentinas de sus hijos. Eso sí, la joya
siguió en la familia de los nietos de Ned hasta que su última dueña Evalyn
McLean apareció muerta en su apartamento sin causa aparente con sólo 25 años.
Al final, un tal Harry
Winston lo compra y a la misma vez lo dona a la Institución Smithsoniana para
curarse en salud y no ser víctima de la maldición. Desde entonces allí está,
sin ser tocado siquiera. Exhibido en el Museo Nacional de Historia Natural de
la Institución Smithsoniana. Y allí debe quedarse.
El diamante Koh-i-Noor
Conocido como “Montaña de la Luz”. 108 quilates y 21,6
gramos de peso que se exhiben en la sala de joyas reales de la corona británica
en la Torre de Londres. Tiene en común con el anterior que proceden de las
mismas minas indias de Kollur pero con distinta historia. De hecho, una curiosa
leyenda nos cuenta que perteneció al dios del Sol, que a su vez lo cedió a un
discípulo suyo llamado Satrajit; que posteriormente fue robado más tarde por un
pariente y que después un león mató al ladrón, la piedra volvió al dios
Krishna… una enorme epopeya de rivalidades y de viajes que dio la joya mejor
que el famoso anillo de Frodo en El señor de los anillos. Pero, eso sí,
parece que la maldición siempre ha sido intrínseca a este diamante como así se
dejó escrito en un texto donde se hace mención al Koh-i-noor:
“El dueño de este diamante poseerá el mundo,
pero también conocerá todas las desgracias. Sólo Dios o una mujer pueden
llevarlo impunemente”.
Maldición que solo
afecta a los hombres,… pues ya sabéis. Joya feminista, y parece que radical.
Simplemente, aquel rey que la ha poseído, ha perdido su trono, de ahí esa
etiqueta o mención a que solo una mujer pueda poseerlo de verdad sin verse
afectada.
El zafiro púrpura de
Delhi
En este caso la
historia viene más por una confusión en la denominación del mineral en sí, que
no es un zafiro, sino una amatista que se ha quedado con esa denominación
errónea. Pero eso se ha conocido en nuestra era contemporánea gracias a un
artículo que se hizo, antes, se siguió mencionando como zafiro.
La encuentra un tal
Peter Tandy dentro del Museo de Historia Natural de Londres en los años setenta
mientras realizaba tareas de conservación e inventario. Y la encuentra de una
forma muy extraña: dentro de siete cajitas, rodeada por un anillo de plata
grabado con símbolos astrológicos y palabras mágicas al que se habían unido
otras dos gemas talladas en forma de escarabajo egipcio. Y unido a eso, una
nota escrita con un lenguaje un poco críptico y firmado por un tal Edward
Heron-Allen que afirmaba en la misma nota, como antiguo poseedor, que la gema estaba:
“Triplemente
maldita y teñida con la sangre y el deshonor de todos quienes la han poseído.
Quien sea que la abra, primero debe leer esta advertencia y luego hacer lo que
desee con la joya. Mi consejo para él o ella es tirarla al mar”.
Parece ser que este
zafiro/amatista fue víctima de un saqueo (como tantos que se hicieron en la
India) por la Corona británica y llegó al país inglés a través de un coronel de
caballería llamado W. Ferris después de una revuelta hindú producida en el año
1857. Pero al hacerse con ella, se arruina tanto él como posteriormente su hijo
cuando la hereda. Así que, el mencionado anteriormente Edward Heron-Allen que
era escritor y amigo de Oscar Wilde entre otras muchas facetas que se cuenta
que tuvo la obtiene y con ella todas las calamidades que le iban a llegar. Se
la regala a un amigo que estuvo muy interesado por ella y que no creía en la
maldición, pues bien, al poco tiempo de regalársela se la devuelve no sabemos
si por sugestión o abrumado por todo el caos que su amigo Heron-Allen le contó
que arrastraba esa piedra. Una de las peores calamidades que iba a producir fue
el dejar sin voz a una amiga cantante de
éste, así que ya después de eso el escritor hace igual que el personaje de Kate
Winslet en Titanic al final: arrojarla al agua. En este caso, al Regent´s Canal de Londres. Pero para su
sorpresa, tres meses después alguien se presenta en su domicilio para
devolverle esta gema porque sabían que él era su propietario y creía que la
había perdido. [La cara de Edward Heron-Allen tuvo que ser de desesperación
absoluta]. Así que al final, la manera que tiene de deshacerse de la piedra a
principios del siglo XX es depositándola dentro de siete cajas y dando unas
instrucciones en el interior. Ordenó a sus banqueros que la guardaran hasta el
día de su muerte y Heron les dio instrucciones de que no la abrieran hasta el
día de su muerte. Y para ello, le iba a añadir aún más misticismo al tema
escribiendo y depositando una nota en su interior que decía: "Cualquiera que abra las cajas leerá
esta advertencia, y después hará con la gema lo que considere oportuno. Mi
consejo es que la arroje al mar". Antes de morir, dejó escrita una
obra llamada El Zafiro Púrpura, donde
cuenta a través de una serie de relatos sobrenaturales alrededor de esta piedra
que tanto conoció en vida. Así que, una vez muerto Heron-Allen, las
generaciones posteriores mantuvieron el tiempo que hiciera falta el objeto
(siempre sin tocarlo) hasta que se donó a un museo.
Una última anécdota
curiosa del poder maligno que iba a tener esta joya la tuvimos en el año 2000,
cuando John Whitakker, responsable del departamento de Micropaleontología del
museo que cobijaba ahora esta piedra, llevó la joya a la primera reunión anual
de la Heron-Allen Societv. Mientras volvía a casa acompañado de su esposa,
sucedió lo siguiente, según su propio relato. "El cielo se puso de repente
completamente negro y nos vimos atrapados en medio de la más espantosa de las
tormentas. Pensamos abandonar el coche y salir corriendo mientras mi mujer
gritaba: '¿Por qué tuviste que traer esa maldita cosa?'". La noche previa
a la segunda reunión, Whitakker fue afectado por una grave infección intestinal
y no pudo ir a la tercera debido a un cólico renal. Por si acaso, el cuarto
encuentro fue celebrado en el museo.
Ópalo maldito en el
seno de la monarquía española
Posible aspecto del ópalo maldito que acabó con varios miembros de la dinastía borbónica.// Fuente: carrera collection |
En el seno de la
monarquía española borbónica también tenemos una joya que provocó bastantes
estragos en varios de los miembros. Todo comienza con un joven rey Alfonso XII
que se enamora perdidamente de una bellísima aristócrata italiana llamada
Virginia Doini, condesa de Castiglione, cuyo amor correspondido se echó por
tierra cuando en el último momento el rey decide casarse con su prima María
Mercedes de Orleans (quizá debido a presiones familiares o como mejor elección
para conservar la estirpe). Así que, cuenta la leyenda que la condesa
despechada envía un regalo de bodas peculiar a la joven pareja: un ópalo
engarzado en un enorme anillo de oro puro. Un regalazo total teniendo en cuenta
que ella fue la víctima. La novia, obviamente, se queda prendada del anillo y
se lo pone, pero, una vez puesto, muere a los cinco meses después de la boda en
extrañas circunstancias. Tras el funeral de su esposa, el anillo pasa a la
abuela, la reina María Cristina de Borbón-Nápoles, que murió poco después. A
continuación el anillo pasó a la hermana de Alfonso, la infanta María del
Pilar, que falleció l año siguiente, aparentemente víctima de la misteriosa
enfermedad que se había cobrado la vida de las otras dos mujeres. Lo mismo le
ocurrió a la cuñada del rey, María Cristina, que se encaprichó del ópalo
maldito y que, sin ser supersticiosa como ella decía, también acabó muriendo en
extrañas circunstancias.
No sabemos si todas
estas muertas hicieron sospechar de la joya, pero sí sabemos que el rey decidió
lucir el anillo y no dejárselo a nadie más. Murió a la temprana edad de 28
años, y su viuda, la reina María Cristina de Habsburgo-Lorena, hizo bendecir el
anillo, engarzarlo en una cadena de oro y que se adornara con él el cuello de
la imagen de la patrona de Madrid, la Virgen de la Almudena, lo que puso fin a
la secuencia de muertes.
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