Repaso a cinco
historias de cinco joyas consideradas las más malditas de la historia del ser
humano.
Gracias a la
información de un libro llamado 'Joyas enigmáticas y malditas' de Fernando
Gómez, encontramos cinco relatos de cinco minerales que van evolucionando y
pasando de generación en generación y cuya etiqueta de "maldito"
nunca ha desaparecido. ¿Quieren conocerlas?
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La palabra “diamante”
procede del vocablo griego adámas que
significa ‘invencible’ o ‘inalterable’. De ahí que sea considerado la sustancia
más dura del mundo y que solo el fuego a una gran temperatura puede acabar con
él. Es inmutable, no se oxida, para ser tallado se tiene que utilizar otro
diamante,… de ahí que sea tan codiciado.
Henry Kissinger dijo
una vez que los diamantes no eran más que “un pedazo de carbón que se ha
formado bajo presión”. Pero aun así, con esta afirmación que visto así no
parece de importancia y es verdad, esas joyas minerales nos han llamado la
atención, se han convertido en artículos de lujo y valen carísimas. Los
diamantes representan la riqueza y también el poder, por eso grandes reyes,
gobernantes o famosos las lucen como accesorio para demostrar que están a un
nivel superior y su brillantez atrae miradas y más brillo todavía a su figura.
Y también el esoterismo
está alrededor de esos minerales, lo que produce que poseerlos y lucirlos
represente también protección o tener una energía externa a nosotros. Y siempre
se han contado multitud de leyendas alrededor de las piedras preciosas, por
ejemplo la esmeralda otorga poderes proféticos y protege de hechizos y
sortilegios; el zafiro contrarresta el efecto de los venenos; la amatista
contrarresta los efectos del alcohol y proporciona éxito en las cacerías sobre
los enemigos; el jaspe aleja a los malos espíritus y protege de la mordedura de
los animales venenosos; el rubí confiere invulnerabilidad; la malaquita protege
a los niños y avisa de los desastres rompiéndose en pedazos; el ágata otorga
fuerza y valor, aleja las tormentas y proporciona sueños placenteros,… y así
tantas cosas que se cuentan porque cuando llevamos una piedra de este tipo o
similar la usamos como protección, por lo menos desde siempre ha sido así.
Y también tienen sus historias
de misterio porque algunas de las grandes joyas que se han vanagloriado en la
historia y que tuvieron ricos y poderosos dueños se convirtieron, según dicen,
en las víctimas de esa maldición que arrastraban. Así que vamos con una
selección de historias resumidas que tratan esos casos de maldición de algunas
de las joyas más preciosas y codiciadas de la historia del ser humano:
El
diamante Hope
Y tenemos que comenzar
con la piedra más letal de todas (más de una veintena de fallecidos lleva en su
lista según dicen los estudiosos). De hecho, es la que más debate genera en
cuanto a si una piedra preciosa puede estar maldita o no, porque cierto es que
ha corrido ríos de tinta y sangre a todo aquel que la ha buscado.
En el siglo XVII
(1668), llegaba a Francia un comerciante llamado Jean-Baptiste Tavernier
cargado de piedras preciosas procedentes de la India con la intención de
vendérselas al rey Luis XIV (el Rey Sol) que era un enfermizo coleccionista de
todo tipo de joyas. Cuentan que en total le vende unos catorce diamantes de
gran tamaño y otros más pequeños pero de todos ellos el que destacaba era uno
cuyo peso era 115 quilates (si un quilate equivale a 200 miligramos, pues echad
cuentas) y que tenía un bello color azul que cautivó desde un primer momento al
monarca.
A ese diamante le
acompañaba una leyenda que el mismo vendedor le cuenta al rey: según parece,
fue robado del ojo de un ídolo esculpido en honor a la diosa hindú Sita, y que
una maldición de los sacerdotes que la custodiaban fue la que ocasionó la
sucesión de desgracias que lo han acompañado. Esta es la curiosa leyenda mágica
que ha acompañado desde entonces a esta enorme piedra preciosa que en un primer
momento encandiló tanto al Rey Sol de Francia.
Podemos creer que el
vendedor, Tavernier, tendría ahora una vida más holgada y sin preocupaciones
económicas. Pero no. Cae en quiebra sin saber por qué y se aleja tanto de
Francia que acaba refugiándose en Rusia para evitar a los acreedores. Y el
triste final de este vendedor iba a
estar en una céntrica calle de Moscú cuando una jauría de perros salvajes o de
lobos (según cuentan las crónicas) se lanzan sobre él y lo devoran vivo
(también podemos pensar que fueran esa manada de acreedores que lo estuvieron
persiguiendo por toda Francia). Con la muerte del vendedor del Diamante azul
Hope comienza la leyenda maldita sobre la joya.
Mientras tanto, Luis
XIV manda cortar y reducir esa piedra de los 115 quilates iniciales, a 67; lo
que termina por vanagloriarla aun más y denominarla como el diamante azul francés. Lo manda engarzar
en oro y se convierte en un colgante para que se pudiera lucir en ocasiones
ceremoniales. En una de esas ocasiones, Francisca Athénais de Rochechouart,
conocida como madame de Montespan se
queda tan prendada del diamante que le pide al rey que se lo obsequie, y éste,
gustoso, lo hace porque era una de sus favoritas. Y a partir de aquel momento,
la vida de madame de Montespan no iba
a ser la misma.
En 1679 fue acusada,
tras una exhaustiva investigación dedicada a destapar una importante red de
aristócratas que contactaban con clarividentes y adivinadores para comprarles
drogas, venenos y realizar misas o rituales, y de los más de trescientos
implicados estaba madame de
Montespan, a la que se acusó de usar sortilegios para ganarse el favor de Luis
XIV y de envenenar a la joven mademoiselle
Fontages que era su rival en la Corte francesa y quien se había convertido en
la nueva favorita del monarca. Así que, se achaca al diamante Hope que madame de Montespan acabara condenada y
con la etiqueta de demonio en su frente porque envenenó a la joven Fontanges.
Ese diamante pasó como
herencia a Luis XV (que apenas lo lució, lo mantuvo más guardado que cualquier
otra cosa ya que no era muy amante de las joyas), y posteriormente pasaría a
Luis XVI, quien se lo regaló a su esposa María Antonieta de Austria que a su
vez se lo dejaba a una íntima amiga suya, la princesa de Lamballe, para que lo
luciera en las relumbrantes fiestas de Versalles a las que acudía. Pero a
comienzos de septiembre de 1792, la princesa de Lamballe se iba a convertir en
una de las numerosas víctimas de aquello que llamaron “Matanzas de septiembre”.
A la princesa la decapitaron y su cuerpo, sometido a diversas vejaciones y con
saña. Que su cuerpo fue descuartizado es de las cosas más suaves que se cuentan
que se hicieron porque hay otros muchos relatos que cuentan cosas más atroces
que no vamos a contar por sensibilidad. Ese hecho le provocó mucho pánico a
María Antonieta de Austria cuyo final como nos cuenta la historia estuvo en la
guillotina y que le cercenó su cuello donde varias veces lució ese diamante
azul.
¿Y cuál fue el destino
del diamante azul en aquellos días? Según parece fue robado y acabaría de
incógnito en Londres, en las manos de un joyero holandés llamado Wilhelm Fals
cuyo hijo, un joven de nombre Hendrick, se lo roba con el propósito de saldar
las deudas que había acumulado. Aquello le iba a costar la muerte de su padre,
deprimido y arruinado. El diamante fue vendido a François Beaulieuque que se
suicidó como remordimiento del padre de Hendrick por la pena de no tener ya más
el diamante en su poder. Así que, la joya se le ofrece a un joyero llamado
Daniel Eliason que acaba sus últimos días muerto de hambre y encerrado en un
cuartucho. Pero tuvo tiempo de vendérsela antes a Jorge IV.
Jorge IV, que fue obligado a casarse con una prima a
la que detestaba, Carolina de Brunswick, tiene en su poder la joya azul y la
incrusta en su corona. Desde entonces, el desdichado rey entra en una vorágine
de sin razones y se convierte en adicto al láudano y al alcohol, a lo que hay
que sumarle una ruina condenada por numerosas deudas que nunca pudo pagar. Ocho
años después, muere el monarca y sus herederos se ven obligados a vender esa
piedra azul que el rey incrustó en la corona. Era la única manera de hacer
frente la enorme deuda que ya se venía arrastrando, y se la venden en el año
1830 a un banquero llamado Henry Philip Hope, y atención a esta personalidad
porque, curiosamente, el diamante o joya azul iba a adquirir el apellido de
este nuevo poseedor.
El estimado Hope no se iba a quedar atrás que sus
predecesores y también supo lucir esa joya azul e incluso prestarla a algún que
otro familiar para que se viera bien en las fiestas y en los bailes. Pero Henry
muere en 1839 y se produjo una guerra entre sus tres sobrinos, sus únicos
herederos, y la colección de joyas y gemas como herencia para ellos. Ese
diamante perteneció a la estirpe de lo Hope durante cuatro décadas sin que nada
les pasara a sus familiares, e incluso, fue exhibido en la Gran Exposición de
Londres de 1851 y en la Exposición Universal de París de 1855. Pero, finalmente
el diamante se hace con un heredero: Francis Hope. Un hombre casado con una
bella actriz y que le iba muy bien en los negocios, vamos, lo que se dice un
triunfador de la vida en aquella época (1887). Pero cual ráfaga de viento que
derriba su castillo de naipes la vida de Francis Hope iba a cambiar de repente:
pierde su fortuna familiar en el juego, pierde uno de sus pies en un accidente
de caza y su esposa lo abandona en el año 1902 por otro millonario al que
consideró mejor partido. Todo ese gafe repentino se pudo haber achacado al
diamante, ya que Francis siguió conservándolo aunque su ex mujer (la actriz May
Yohe) quiso rentabilizar esa maldición que pesaba sobre él y en los años veinte
se realizó un proyecto cinematográfico, un serial de quince episodios titulado The Hope Diamond Mistery con Henry
Leyford Gates de guionista, la misma May interpretando el papel de lady Hope y
el famosísimo Boris Karloff interpretando al sumo sacerdote de la diosa Sita
causante de la maldición. Pero a pesar de que el proyecto fue ambicioso, se
convirtió en un rotundo fracaso. Aun así, May Yohe (que conocía perfectamente
la historia de ese diamante al ser una de sus últimas poseedoras) siguió
intentando rentabilizar su historia maldita publicando en esta ocasión un libro
con el mismo título que utilizó como la película seriada y publicarlo junto a
varios periódicos como suplemento para así popularizar la historia del diamante
maldito. La insistente May Yohe, que en sus últimos años intentó de cualquier
forma llevar al éxito la historia de esa joya, no le dio los beneficios
deseados. Lady Hope acabó desempeñando trabajos primarios como ama de llaves,
portera o de fregona y acabaría muriendo en el año 1938 en la más absoluta
miseria. Mientras tanto, su ex marido Francis Hope acabó vendiendo el diamante
a Simón Frankel, dueño de la empresa de joyería Joseph Frankel´s and Son, de
Nueva York. Esta firma atravesó serias dificultades financieras y se vio
obligada a deshacerse de la piedra, que pasó a manos de Jacques Colot, quien se
suicida en el curso de una experiencia alucinatoria con absenta. Así que, como
ven, parece que se había desatado de nuevo la ola de maldición de la joya a
todo aquel que la poseía.
Su siguiente dueño iba a ser el príncipe ruso Iván
Kanitovski cuyas visitas a París eran frecuentes para unirse a esa vida de lujo
y diversión que mantenían los nobles. Y como noble al cual le encanta el lujo y
las piedras preciosas, el diamante que antes perteneció a los Hope (la familia
que más tiempo lo conservó) perteneció a este noble ruso quien lo regaló a su
amante Lorens Ladue, una bailarina cuyo final tan trágico iba a estar
precisamente en una sala de baile, ya que su pareja, en un ataque de celos y
conociendo la historia del amorío que estaba teniendo con el príncipe ruso, le
disparó durante un baile y la princesa cayó muerta con la joya colgando de su
cuello. En cuanto al príncipe Iván Kanitovski, él moriría a manos de un grupo
de anarquistas en vísperas de la Revolución rusa por lo que la sangre seguía
acompañando el peregrinar de ese diamante.
La joya iba a tener un corto periplo por otros
lugares lejanos de Francia. Primero, por Grecia, pero su nuevo dueño Simón
Moncharídes murió en compañía de su mujer e hija tras caer su coche bajo un
precipicio. Entonces, de Grecia pasaría a Turquía, a manos del sultán Abdul
Hamid II, quien se lo regala a Subaya, una de las mujeres de su harén y cuyo
final iba a ser el de apuñalamiento y el sultán derrocado en el año 1909.
Y el diamante vuelve a París en esa primera década
del siglo XX. Los nuevos poseedores iban a ser una pareja recién casada que
pasaban su luna de miel en la ciudad y que pertenecían a una de las familias
más adineradas de los Estados Unidos, Evalyn Walsh y Ned McLean, propietarios
del Washington Post. Pues bien, en el Hotel Bristol donde se hospedaban reciben
la visita de un joyero llamado Pierre Cartier, que les ofrece un extraño
diamante, con una historia maldita detrás, y que lo lleva oculto. La relación
de la pareja con el joyero no era nueva, Evalyn ya le había comprado algunas
gemas exóticas. De hecho, Evalyn fue una de las últimas personas que vio a la
princesa Subaya de Turquía lucir el diamante en su garganta antes de que
muriera apuñalada. Por eso Evalyn es atraída por la belleza de ese diamante,
pero su marido, hombre pragmático, prefiere quedarse prendado más por su
precio. La pareja no se decide al instante a comprarlo, conocen la historia de
maldición que ha ido arrastrando la piedra hasta ese entonces. Así que, en
aquel justo momento la venta se frustra para el joyero Pierre Cartier que
seguía siendo el poseedor de esta joya que quería vender a toda costa para no
ser él la nueva víctima de su maldición. Meses después, viaja a Washington a
reunirse de nuevo con la pareja para un nuevo ofrecimiento, y para ello acude
personalmente a las oficinas de The
Washington Post de las que la pareja eran dueños y sucumben finalmente a la
tentación. Su precio final: 180 mil dólares de la época (1911). Eso sí, Cartier
se comportó como un verdadero vendedor y no un estafador, ya que les añadió una
cláusula de indemnización a la pareja si cualquiera de los dos fallecía en los
18 meses posteriores a la venta del diamante. En el caso de que ocurriera, el
dinero se devolvería al miembro del matrimonio vivo, o en su detrimento, a sus
herederos. Muy loable y honrado el documento que elaboró el joyero y que según
cuentan, sigue vigente hoy en día. Pues bien, finalmente ese dinero nunca fue
devuelto ni se pagó indemnización porque la joya iba a aguantar la friolera de
dos décadas sin que ocurriera tragedia alguna. Es más, parecía que por fin la
ola de maldición se convertía en éxito ya que después de su compra y durante
todos esos años Evalyn iba a convertirse en una de las mayores anfitrionas de
la alta sociedad de Washington cuyas fiestas eran imperdibles y admiradas. El
diamante Hope era la gran atracción de aquellas reuniones, que incluso, a veces
se mofaba de su historia de terror y maldiciones cuando la colgaba del collar
de su perro dogo. A Evalyn no le iban a faltar la llegada de cartas anónimas
que le advertían del peligroso poder de esa piedra. Pero ella ignoraba las
advertencias.
Ante las sospechas de secuestro y amenazas que
recibía la familia, decidieron aumentar la vigilancia y seguridad de su casa.
Pero al final, no sirvió de nada. Su joven hijo Vinson, de 9 años, murió de un
atropello en el recinto de su casa. Fue una tragedia para Evalyn y su familia,
pero ella no lo achacó al poder destructivo del diamante Hope. En aquel momento
no, pero las tragedias familiares iban a proseguir con la muerte de otra hija,
en este caso de sobredosis de tranquilizantes a la pronta edad de 25 años. Su
esposo, Ned McLean, la engaña con otra mujer, dilapida su fortuna y muere en un
sanatorio mental a causa de su alcoholismo. Ese dolor tan profundo de cada
miembro de su familia que la abandona, convierte a Evalyn en una adicta a la
morfina. Ella ya se ha dado cuenta que esa mala racha de acontecimientos
provienen del diamante, al que manda bendecir, pero ya era tarde. Evalyn se ve
obligada a vender sus pertenencias e incluso el The Washinton Post. No se deshace en ningún momento del diamante,
sino que decide guardarlo durante veinte años en una caja de seguridad. A
Evalyn le iba a llegar la muerte en el año 1947 a causa de una neumonía (60
años), pero sus joyas tienen que ser vendidas para pagar las deudas que iban a
quedar su herencia. Incluida, la joya azul.
Toda esa colección de joyas la iba a adquirir Harry
Winston, un prestigioso joyero neoyorquino que lo iba a mantener durante once
años (sin ninguna maldición destacada) hasta que lo dona al Museo Smithsonian
de Historia Natural de Washington. Esa donación se hizo por servicio postal,
envuelto en papel de estraza. Desde aquel año (1958), el diamante sigue
custodiado en ese museo protegido bajo fuertes medidas de seguridad. Solo lo
sacaron en cuatro ocasiones para exhibirlo en exposiciones. Pero ya en la era
moderna, el diamante iba a ser objeto del avance del estudio científico. El
geólogo Jeffrey Post investigó junto a su equipo los misterios naturales que
encerraba el diamante y se dieron cuenta que emitía un resplandor rojo
fosforescente cuando la exponían a luz ultravioleta en el laboratorio. Cuando
paraba la emisión de esa luz, la joya absorbió parte de ella y comenzó a emitir
ese brillo rojo característico durante varios minutos. Un fenómeno extraño y
pocas veces visto en un mineral con tanta historia detrás (en este caso,
negativa). Esa joya sigue en el Museo Smithsonian, encerrado en una urna, de la
que nunca puede salir, para que su maldición no se expanda más.
El
diamante Koh-i-Noor
La historia del
diamante Hope (como han escuchado) tiene una larga trayectoria de calamidades
que sean casualidades o no, son curiosas y aun así siempre ha sido de las joyas
más preciadas. Pero la historia de la piedra Koh-i-Noor no se queda atrás
cuando hablamos de calamidades. Es una joya maldita, especialmente, para los
hombres. Su traducción del persa significa ‘Montaña de Luz’, y todo hombre que
la ha poseído o ha perdido el trono o ha sido víctima de una penalidad. Pero en
cambio, cuando es una mujer la que lo toma, no le ocurre nada. Que se lo digan
a la reina Victoria I de Inglaterra, que es la que más tiempo la tuvo y nunca
le pasó nada. Hay un escrito hindú fechado del año 1306 que decía que “quien posea este diamante dominará el mundo,
pero también conocerá todas sus desgracias. Solo Dios, o una mujer, pueden
llevarlo con impunidad”. Unas palabras que ya dan bastantes pistas sobre el
poder maléfico de esta joya y la forma de detenerla.
La única evidencia
histórica de la procedencia del Koh-i-Noor parece proceder de la región india
de Guntir, en el Estado indio de Andhra Pradesh, una de las regiones que más
diamantes ha producido al mundo hasta la mitad del siglo XVIII, cuando las
nuevas minas diamantíferas fueron descubiertas en Brasil. Así que, parece ser
que este y el diamante Hope pudieron haber sido extraído de ese mismo lugar de
la India. Hay una referencia, fechada de 1526, cuya autoría es del primer
emperador mongol Babur, un escritor, poeta y guerrero que en unas memorias que
dejó escritas ya menciona el valor que tiene esta joya, un valor tan alto que
según él con su venta se podría alimentar al mundo entero durante dos días y
medio. Aquellas memorias se titularon Baburnama,
y en ellas se mencionan algunas de las fatalidades que fueron ocurriendo a
través del tiempo a aquellos poseedores del diamante. De hecho, Babur cuenta
que perdió a un hijo y a un nieto, uno tras caerse de una escalera y el otro,
quemado; fatalidades que él mismo señaló al Koh-i-Noor. Después de Babur, pasa
a las manos de otro emperador mongol, Shah Jahan, el constructor del famoso Taj
Mahal, cuya vida acabó por una enfermedad en el Fuerte de Agra observando por
última vez su bella creación que reúne millones de visitas al año, y que acabó
observando a través de una ventana proyectándose su reflejo en la joya que uno
de sus hijos puso ahí y cuyo efecto maligno también dicen que asoló al
arquitecto mongol. Desde entonces, el viaje de esta piedra tan peculiar vagaría
de lugar a lugar, hasta acabar en Pakistán
donde la invasión de Nadir Shah recogió un gran botín, con el diamante
incluido, y se fue derecho a Persia. Y él sería el que bautizaría a la piedra
con el nombre por el que famosamente se le conoce, ya que cuando lo vio por
primera vez (1739) solo pudo exclamar “¡Koh-i-Noor!”, que significa Montaña de Luz. La definición perfecta
para una joya perfecta cuya luz iba a traer mucha malignidad como vamos a
contar ahora.
Porque su poseedor en
el año 1741, Nadir Sha, sufrió una tentativa de asesinato que resultó fallida,
por suerte para él. Sus sospechas señalaron a su hijo más joven, Reza Quli
Mirza, como principal responsable de ese ataque conspiranoico contra su padre
que no resultó efectivo, y que le costaron sus ojos arrancados después de ser
detenido. Pero, el final de Nadir llegaría seis años después cuando fue
asesinado y su Imperio, desmoronado. Desde entonces, los sucesivos cambios de
manos y muertes, parece que, producidos por la Montaña de Luz iban a ser constantes
pero nada tan reseñable como lo que iba a ocurrir en el año 1839, a otro
personaje importante como fue Ranjit Singh, gobernador del Punjab. En su mismo
lecho de muerte llega a contar como última voluntad que el Koh-i-Noor sea
trasladado al templo Jagannath para que fuera guardado allí para toda la
eternidad. Pero esa voluntad no pudo ser cumplida debido a la ocupación
británica a mitad del siglo XIX de la ciudadela de Lahore y el Punjab. Es más,
bajo el Tratado de Lahore se fijó una cláusula que decía que la gema a la que
se llamaba Koh-i-Noor debía ser entregada a la reina de Inglaterra. E iba a
entrar en juego el gobernador regional de la India en aquel entonces cuyo
tratado fue ratificado por él mismo, James Andrew Broun-Ramsay, conocido como el
marqués de Dalhousie cuyo trabajo era el de apropiarse de los bienes indios
para la Compañía de las Indias Orientales, y que dejaron una huella de saqueo
por toda la zona con el visto bueno de las autoridades de Londres. Pues bien,
el marqués encuentra este diamante entre uno de esos saqueos, y se queda
cautivado por él. Decide quedárselo entre muchas otras joyas. Con esa acción,
el marqués de Dalhousie fue muy criticado, pero él consintió en quedárselo como
un trofeo de guerra, aunque de todas maneras le puso pegas a la joya, como que
estaba mal cortada o que su brillo era muy pobre. Pero desde Londres le
insisten muchísimo al marqués que debe entregar la joya y él, ante la presión,
decide ceder. El Koh-i-Noor y otras numerosas pertenencias en forma de tesoros
parte desde el puerto de Bombay en el buque HMS Medea el 6 de abril de 1850,
rumbo a Londres. Un viaje totalmente en secreto para que los saqueadores y
piratas de la época no atacaran la embarcación. De todas formas, el Koh-i-Noor
fue la única pieza guardada secretamente en una caja de hierro dentro de la
caja fuerte del barco. Una información que se mantuvo secreta y que apenas los
oficiales lo sabían; solo el capitán del buque y el teniente coronel conocían
su importancia de mantener bien secreto y a resguardo. Pero esa travesía no iba
a ser muy tranquila, ya que al llegar a la costa oriental de Madagascar, un
estallido de cólera se apodera de parte de la tripulación y tienen que salir
inmediatamente del puerto debido a que la población de la isla se niega a
vender suministros a la compañía a bordo. De hecho, fueron hasta atacados con
armas de fuego por su tardanza en zarpar. Aparte del brote de cólera, después
de salir de la Isla Mauricio con provisiones ya renovadas después de que en su
anterior llegada no consiguieran nada, un fuerte vendaval que duró unas doce
horas casi hace naufragar el HMS Medea. Dos posibles catástrofes que parecían
que se confabulaban alrededor del diamante, para que no llegara sano y salvo a
su destino. Pero acabó llegando al puerto de Portsmouth, donde los dos
oficiales que únicamente conocían su existencia entre las pertenencias del
barco lo llevaron a la Casa de la India Oriental, del que se iba a hacer cargo
su vicepresidente J. W. Logg. Después de su llegada, se iba a celebrar una
ceremonia para la ofrenda a la reina Victoria, celebrado en el Palacio de
Buckingham el 3 de julio de 1850. Para ese ceremonial, hacen viajar hasta el
Reino Unido al joven sucesor de Ranjit Singh, Duleep Singh, que tiene que hacer
entrega como sucesor y poseedor de la joya a la reina Victoria como parte de
esa larga lista de transferencias de material de la colonia india, entre las
que el diamante del que estamos hablando se entrega como un trofeo de guerra.
Desde entonces, la
India siempre ha exigido la devolución de ese diamante Koh-i-Noor porque fue
sacado ilegalmente de su territorio. Incluso una vez lograda su independencia,
el enorme país asiático no ha cesado en su empeño de reclamarlo. Esas
manifestaciones de la devolución del diamante se vieron bien claro cuando la
reina Isabel II visitó el país en la celebración de los 50 años de su
independencia. Pero el Gobierno Británico sabe, que si devuelve la joya, tiene
que devolver otras muchas. Ya lo dijo David Cameron en 2010: “Si dices que sí,
de repente verás el Museo Británico vacío”.
Y no. Nunca se
devolvió. Y parece que no se va a devolver nunca. El Koh-i-Noor se encuentra
ahora mismo custodiado en la famosa Torre de Londres (lugar con historias
fantasmales, por cierto) y la Corona Británica aun lo mantiene, no como el más
valioso, pero sí, como el más misterioso.
El
Orlov Negro
Y otro de los diamantes
con comienzo similar a los anteriores es el Orlov Negro u Ojo de Brahma (Brahma
como el dios creador del Universo para el hinduismo). Una piedra con enorme
lista de desgracias detrás y que también su historia comienza por un saqueo de
un templo indio. Eso sí, las muertes que le acreditan son pocas (solo tres), lo
que le deja quizá muy atrás de los dos anteriores en cuanto a su peligrosidad
pero las fantasías que ha creado a su alrededor le dan un aura de misterio muy
interesante que vamos a empezar a
analizar.
La enorme
particularidad obvia de esta pieza es su color profundamente negro, cosa que
aparte de revestirlo de ese aura de misterio también ha levantado mucha
curiosidad porque su origen podría ser extraterrestre (y no, no me refiero a
que unos seres extraterrestres lo hayan puesto en nuestro planeta para un fin),
a esa conclusión fue a la que llegaron los dos autores de un artículo que le
dedicaron al Orlov Negro en el año 2006, en general, para todas este tipo de
joyas de color negruzco. Pero durante toda la historia hemos encontrado piezas
de este tipo y con ese mismo color en las canteras de Brasil y en la República
Centroafricana, pero no en la India, cuyo origen de la piedra carbonada es de
allí, y esa rareza es lo que la hizo ser algo especial. El hecho de llamarlos carbonados procede de Brasil, ya que su
color negro es semejante al del carbón. ¿Vendrán realmente del exterior como se
llegó a la conclusión en el año 2006?
Y si ya sabemos que
gracias a su color tiene apellido, ¿de dónde viene lo de Orlov? Pues ese nombre
lo acuñó del zar del mismo nombre cuya joya se la regala a la zarina Catalina
II. Así que, la joya permaneció en manos de los zares de Rusia hasta que
estalló la revolución de 1917. A principios de los años 30, la adquiere un
comerciante de diamantes llamado J. W. Paris y se la lleva a América. Y
justamente él iba a ser la primera víctima de un dueño de esta joya carbonada porque sin explicar por
qué, se lanza al vacío desde una ventana de un rascacielos de la ciudad de
Nueva York, muriendo en la caída como es obvio. No iba a ser el único suicidio
achacado a la famosa piedra, porque dos princesas pertenecientes a la aristocracia
rusa que habían poseído en algún momento el diamante también tuvieron muertes
similares en distintos lugares; hablamos de Nadia Orlov y de Leonila
Viktorovna-Bariatinsky. Tres muertes por suicidio y algo en común, tuvieron por
un tiempo la propiedad del diamante Orlov.
A mitad del siglo XIX
iba a ocurrir un hecho importante para el diamante. En el año 50 lo adquiere
Charles F. Wilson, del que, como todos, queda prendado de esos 195 quilates de
negro espesor y con el calificativo de joya
de la muerte, algo que le impresiona muchísimo y produce que tenga más
interés en él. El interés es tan obsesivo para Charles que decide mandarla
cortar en tres partes para que la piedra dejara de transmitir cualquier mal.
Uno de esos tres pedazos se lo queda él y es el que se conserva en la
actualidad con un peso de 67,50 quilates; pero sigue siendo el Orlov Negro. De
los otros trozos, no sabemos si se desperdiciaron o se los acabó quedando
alguien. El caso es que hasta 2004, el pedazo que antes tuvo Charles Wilson
pasa a Dennis Petimezas, un joyero y comerciante de diamantes del Estado de
Pennsylvania que lo compró en una subasta en 1995. Él ya dijo en una entrevista
que lo compró por su fascinación a primera vista, ya que nunca antes había
visto un diamante negro. Pero conocía su historia. En septiembre del 2005, se
expone en el Museo de Historia Natural de Londres. Y en el año 2006 ocurre un
hecho curioso, una promesa que realiza la actriz Felicity Huffman por querer
llevar la joya colgada de su cuello en la ceremonia de entrega de los Óscar, en
la que ella estaba como actriz principal nominada por la película Transamérica.
Ese hecho cautivó a la prensa, y de alguna forma se pensó que si la actriz lo
hubiera hecho, la maldición que arrastraba al Orlov se hubiera desvanecido.
Pero no lo hizo. ¿Qué hubiera pasado entonces si una mujer, como era este caso,
la hubiera lucido de la forma en que antes no se pudo lucir? ¿Se hubiera
acabado toda maldición? ¿O es que a la actriz le entró el pánico o la cautela
al final y no quiso llevarla por si acaso era ella la siguiente?
Finalmente, el Orlov
Negro se pone a subasta el 11 de octubre del 2006, así lo quiso su todavía
dueño Dennis Petimezas, que dijo antes de la subasta que la maldición ya era
parte de la historia, que no había peligro. Con ese convencimiento de su
poseedor, la joya se acabó vendiendo en esa subasta por unos 350 mil dólares,
¿su comprador? Una persona anónima de la que únicamente se sabía que no era
estadounidense.
Así que, parece que el
halo de fatalidad creado alrededor del Orlov Negro, no parece que sea para
tanto. Porque además, esa serie de maldiciones que ha arrastrado ya se
demostraron en profundas investigaciones. Por ejemplo: las dos princesas rusas
(Leonilla Ivanovna Bariatinskaia y Nadia Nadezhda Petrovna Orlov) llegaron a
los casi 100 años de edad cada una, no hubo suicidio ni asesinato como se
contó; sobre el comerciante J. W. Paris apenas existe documentos de que se
lanzara desde un rascacielos. Así que, parece que esas tres muertes se exageraron
o se inventaron para darle ese hito de gran piedra misteriosa. Y no le vamos a
etiquetar esa calificación, porque realmente fue una piedra especial, pero
quizás, no tan maldita. Quién sabe.
El
ópalo maldito de los Borbones
Y seguimos con la lista de piedras que han traído la
mala suerte. Vamos ahora con un ópalo. Porque, de hecho, el ópalo siempre ha sido
considerado un receptor de la buena suerte. Admirada por griegos y romanos, la
consideraban un mineral de premonición y de buena fortuna. Los árabes se han
referido a ellos como “llegados de los rayos”, pero en muchas tradiciones
orientales también consideran a los ópalos piedras
de la buena suerte. Cosas tan fantásticas se han dicho de ellos, que hasta
se ha contado que te podía dar el poder de la invisibilidad. ¿Y su poder
maldito? Pues llegó con las historias y leyendas de brujas. Porque siempre se
ha dicho que las brujas podían producir la muerte de quien desearan solo con
hacerles mirar el ópalo, de ahí el parecido de esta piedra con los ojos de un animal,
ya sea el de un gato, un sapo, o una serpiente; animales utilizados en rituales
de brujería, según las leyendas.
En tiempos de la Edad Media, el ópalo siempre había
sido una gema muy apreciada, siempre acogida como amuleto para traer la buena
fortuna; pero todo eso cambia cuando llega la peste negra y cómo arrasó con la
vieja Europa, con más de cincuenta millones de muertes. Pero, sobre todo, la
terrible enfermedad acosó aún más a una ciudad en concreto: Venecia. Porque a
mitad del siglo XIV, la ciudad de los canales llegó a perder dos terceras
partes de los habitantes. Entonces, la gente desesperanzada y con un profundo
temor por no ser contagiado, tenían que creer en algún milagro, en algo
material que podría salvarlos, porque la medicina no estaba en absoluto nada
avanzada. Ahí es cuando entraron en juego los ópalos. Decían que ponías en
contacto la persona enferma con la dichosa gema, ésta resplandecía con una
intensidad extraordinaria y eso se acabó convirtiendo en un terrible presagio
para aquellos que eran alcanzados por la enfermedad, porque ese brillo se
opacaba una vez se producía la muerte del enfermo. Y no es ninguna chorrada
esto, porque puede que tenga incluso su explicación científica, y eso es porque
el sudor frío y la fiebre harían reacción con la composición mineral del objeto
y casi como si fuera un termómetro, reacciona. Distinto a si mueres, que ya no
hay luz ni reacción, solo oscuridad opaca.
La leyenda de los ópalos se iba a acrecentar en el
siglo XIX gracias a una novela llamada Anne de Geierstein (escrita por Walter
Scott). Y en esta obra iba a empezar a amoldarse la moderna leyenda negra del
ópalo ya que la historia nos habla de cómo la princesa lady Hermione había sido
encantada y cuya vida estaba íntimamente ligada a un ópalo que siempre llevaba
engarzado en su cabello. Una piedra que brillaba cuando la princesa estaba
contenta y que desprendía rayos rojos, cuando se enfadaba. Hasta que, cierto
día, unas gotas de agua bendita caen sobre la gema y el ópalo se vuelve
completamente opaco. En ese momento, la novela cuenta que Lady Hermione tiene
que ser trasladada directamente a su alcoba por perder el conocimiento. A la
mañana siguiente, se produce una tragedia con la desdichada joven, cuando
vuelven a visitarla en sus aposentos para ver cómo se encontraba, descuben un
montón de cenizas.
Eso es parte de una historia. Ficticia, claro está.
Pero no os podéis imaginar cómo descendió el precio de los ópalos en tan solo
año produciendo una paralización en el mercado europeo que duraría unas
décadas. Pero aparte de esa influencia literaria, la mala fama de esta piedra
estaba en su fragilidad, que según contaban, se rompía con bastante facilidad
cuando se tallaban. Por eso los joyeros preferían no trabajarlos,
considerándose definitivamente una joya maldita y transmisora de desgracias.
Propiedades mágicas y maldición, ingredientes indispensables para una buena
historia de misterio en una piedra preciosa, si ya le unimos la obsesión
mercantil y las trabas que se le puso para su venta, mejor. Y hay una familia
monárquica que conoce muy bien cómo se las gasta la maldición de un ópalo
porque hay una leyenda e historia titulada El
Ópalo Maldito de los Borbones, ¿quieren conocerla?
La historia empieza en la segunda mitad del siglo
XIX y con una belleza italiana llamada Virginia Oldoini, Condesa de
Castiglione, que de repente se ve involucrada de lleno en la familia de los
Borbones cuando flirtea con un joven Alfonso de Borbón de solo 17 años que sin
tener la mayoría de edad ya tuvo un profundo romance con una mujer considerada
de las más bellas por entonces, de 37. Ese joven que posteriormente fue
nombrado Alfonso XII y coronado rey con esa edad tan temprana. A pesar de esa
obsesión enfermiza que el joven rey tiene por la condesa italiana, acaba contrayendo
matrimonio con su prima hermana María Mercedes de Orleans, y a la postre,
enamorarse de ella. De ahí que algunas crónicas nos cuenten que esa traición
amorosa no se la iba a tomar muy bien la condesa de Castiglione e iba a tirar
de los poderes de un ópalo como castigo por ello. Regala al matrimonio un
sencillo ópalo engarzado en un enorme anillo de oro puro, algo de lo que María
Mercedes se queda prendada al momento y logra ponérselo en el dedo. Así que,
viniendo de quien venía el regalo y conocido ya por esa época el poder maligno
del ópalo, mal augurio se presentaba al recién matrimonio real.
La boda real entre Alfonso y María de las Mercedes
se celebra en la Basílica de Atocha de Madrid el 23 de enero de 1878. Como pasa
con este tipo de ceremonias, el lujo y la fastuosidad están muy presentes,
¿quién pensaría que una desgracia iba a acechar a esta joven pareja llena de
vida y amor? Pues ocurrió. María de las Mercedes solo duró cinco meses casada
con el rey Alfonso, el tifus le arrebató su vida justo dos días después de
haber cumplido los dieciocho años. Esta fue la primera muerte de un miembro de
la familia Borbón que fue cobrada por el ópalo, porque una vez fallecida,
Alfonso le regala ese anillo con la piedra en su interior a su abuela, la reina
María Cristina de Borbón-Nápoles, que muere poco después. Quizá fuera
casualidad en este segundo caso por la avanzada edad que tenía la viuda de
Fernando VII (72 años), pero fue obtener la piedra, y fallecer al poco tiempo.
¿No les parece casualidad?
Aquella primera muerte provocó una enorme tristeza
en el joven Alfonso XII. Se había convertido en viudo con solo 20 años, y
necesitaba un heredero para continuar con la dinastía borbónica. Así que
consigue cortejar a su cuñada, María Cristina de Orleans, la cual se mostró
dispuesto a reemplazar el lugar que dejó su hermana. Mujer que no era nada
supersticiosa, hizo oídos sordos sobre la maldición del ópalo y se encaprichó
de la joya, por lo que Alfonso XII no duda en regalársela. Pero en abril de
1879 llega su final, fallece con solo 26 años de tuberculosis. Dos muertes
consecutivas en menos de un año. Triste maleficio en el matrimonio con Alfonso
XII.
Así que el ópalo vuelve a las manos del monarca, y
parecía que nunca quería irse. Esas tres muertes tan cercanas y tan
consecutivas en el tiempo dejaron muy tocado al joven rey, y ya algo se
comentaba que pudo ser un maleficio originado por la condesa de Castiglione. La
hermana de Alfonso, María del Pilar de Borbón, iba a ser la siguiente; después
de que su hermano le pasara el anillo, iba a morir también al poco tiempo con
18 años víctima de la misma enfermedad que se había cobrado la vida de las
otras mujeres, todo un misterio. Otra vez la tuberculosis, enfermedad que en
menos de un año se había cobrado 3 miembros de la familia Borbón. El ópalo,
mientras tanto, vuelve de nuevo a las manos de Fernando oculto en ese anillo.
Él parecía el único inmune a esa maldición, solamente las de género femenino
parecían ser las afectadas.
Alfonso guarda el anillo, ya sin ninguna intención
de regalarlo o de lucirlo. Pero unos años después, antes de celebrar su
vigésimo octavo cumpleaños lo luce y muere. Y con la muerte de Fernando XII ya
parecía cerrarse ese círculo que comenzó con un regalo de la condesa
Castiglione, algunos dicen como despecho por ese rechazo amoroso. Pero es de
analizar realmente esto, ¿el ópalo podría ser un transmisor de enfermedades? ¿O
en verdad era una maldición? La viuda del rey, la reina María Cristina de
Habsburgo-Lorena (que nunca lució el anillo, por cierto), mandó rociar el
anillo con agua bendita y que lo engarzaran en una cadena de oro para que
adornara el cuello de la patrona de Madrid, Nuestra Señora de la Almudena. Ahí
quedaría siempre a buen resguardo, y ya no se cobraría más víctimas. Allá, en
la catedral de Santa María de la Almudena no sabemos si todavía, con el paso de
los años, la maldición de ese ópalo sigue siendo eficaz. Mejor dejarlo allí,
bajo techo sagrado.
El
zafiro púrpura de Delhi
Y terminamos el repaso a esta clasificación de 5
joyas malditas con un zafiro. Y para ello tenemos que remontarnos a los años
70, justamente en el Museo de Historia Natural de Londres. Este museo seguro
que muchos de los seguidores lo conocen y lo han visitado contiene más de 70
millones de especímenes y objetos relacionados con el mundo natural, contenía
uno de los minerales que dio tanto de qué hablar. Por entonces, el conservador
del museo, Peter Tandy, se tuvo que encargar de archivar una enorme lista de
objetos en ese almacén del museo londinense. En mitad de esa ardua tarea se da
de bruces con una caja que lleva escrita una inscripción: Delhi Purple Shpappire, es decir, el Zafiro Púrpura de Delhi. El
título ya daba muchas pistas de lo que el archivero se iba a encontrar dentro,
pero cuando la abre se encuentra otra caja de menor tamaño, que a su vez
contenía otra caja de menor tamaño, así, hasta siete cajas. No, no era una matrioska rusa, pero el sistema era
idéntico. Cuando llega a la última caja, el conservador espera encontrarse con
el dichoso zafiro, pero no era un zafiro lo que encuentra, era una amatista de
color violeta. Claro está, Peter Tandy sabía que encontrar un zafiro violeta
como decía el título era muy difícil porque normalmente suelen ser azules, y,
en cambio, las amatistas, violetas. Así que, nuestro amigo observa atentamente
la joya y no se percata de nada especial, ni siquiera por su tamaño ni belleza.
Él ya estaba acostumbrado a ver amatistas de mayor belleza a la que tenía en
ese momento. La piedra estaba rodeada por un anillo de plata que llevaba
grabados símbolos astrológicos y una serie de palabras consideradas mágicas,
todo unido a dos gemas talladas en extraña forma de escarabajo egipcio. Y qué
curioso esto último, porque el escarabajo fue considerado amuleto de vida y
poder en la mitología egipcia así como protector contra el mal visible o
invisible. Algún tipo de misterio guardaba para haberse encontrado escondido y
amparado por varios amuletos de la buena suerte. Pero también una nota. Una
nota firmada por Edward Heron-Allen.
Nacido en el año 1861 en Londres, Edward Heron-Allen
se dedicó al conocimiento, estudió en la prestigiosa escuela de ministros
Harrow School. Estudioso de las ciencias, de los clásicos y de la música,
también practicó la abogacía. Fue alguien con una capacidad intelectual
excepcional que se hizo sobresalir en todo lo que emprendía. Un verdadero hijo
de la Revolución Industrial y prohombre de patria. Violinista, experto también
en quiromancia, grafología, paleontología y en lengua persa. Escribió libros de
manual de todo tipo, desde arqueología hasta el budismo, e incluso uno muy
curioso sobre el cultivo de los espárragos. Casi nada. También compartió una
buena amistad con Oscar Wilde, ya que escribió libros de terror y ciencia
ficción muy aclamados entre la juventud de su época. Todos estos datos los
descubre Peter Tandy entre los escritos sobre la figura de Edward Heron-Allen,
que parece ser, fue el último propietario de la joya. Una nota que estaba
firmada con ese nombre que acompañaba a una frase que era inquietante y que
decía “triplemente maldita y teñida con
la sangre y el deshonor de todos los que la [habían] poseído”.
Esa nota continuaba de esta manera: “Desde el momento en que lo tuve, las
desgracias me atacaron hasta que lo hice atar con una serpiente de dos cabezas
que había sido un anillo del dedo de Heydon el Astrólogo, anudado con placas de
magia zodiacal y dos amatistas de escarabajo de la reina faraón Hatshepshut,
traídas de Deir-el-Bahari”. Peter Tandy consiguió descifrar algunos de los
nombres propios que se mencionan en esa nota. Descubrió que el apellido Heydon
se refería a un astrólogo del siglo XVI llamado Christopher y que Deir
el-Bahari era un complejo de templos funerarios y tumbas que se encontraba
frente a la antigua ciudad de Tebas. La carta estaba fechada en octubre de
1904, y Heron-Allen había dejado escrito no solo esa dirección y frases, sino
también la odisea que recorrió esa amatista bautizada como zafiro a través de
los años. De alguna forma era una mini biografía de un zafiro que no era
auténtico. La joya tuvo un origen similar a los otros casos que hemos contado,
robada por un coronel de caballería de Bengala (de nombre W. Ferris) y llevada
a Gran Bretaña aprovechando esa revuelta hindú de 1857 donde se saqueron
muchísimos tesoros y joyas del reino indio. Las desgracias no se iban a hacer
esperar nada más pisar suelo inglés. Y el primero en sufrirlas, el coronel
Ferris que se encargó de robarla y de trasportarla. Su familia acabó acosada
por problemas financieros y de salud cuando antes de llegar esa piedra todo era
prosperidad y buena salud. Esa maldición de deuda económica y de malas
enfermedades acabaría pasando a la descendencia del coronel, algo que en la
nota estaba así de especificado. E incluso, un amigo de la familia que mantuvo
durante su poder durante un tiempo ese falso zafiro, acabó suicidándose.
La piedra recala entonces en el autor de esa breve pero
tan bien documentada nota, Edward Heron-Allen (1890). Él también fue portador
de las calamidades que anteriormente trajeron consigo la piedra y sin mala
intención, se la regala a un amigo que este a su vez se la devuelve por
deteriorarse tanto su salud como su bolsillo tan alarmantemente en tan poco
tiempo. Heron-Allen vuelve a regalar esa piedra que él no quería a una amiga
cantante que en poco tiempo pierde su voz y nunca más vuelve a recuperarla. Así
que, sin poder regalársela a nadie más y viendo que a cualquier mano que llega
produce maldición y calamidad, la arroja al agua, concretamente al Regent´s
Canal de Londres para que de esa forma pudiera tener una vida tranquila sin que
su familia ni él sufriera percances.
Tres meses después de deshacerse del catalogado como
zafiro púrpura, Edward Heron-Allen estaba tranquilo cuando alguien se presenta
en su casa para devolverle aquella gema que arrojó al canal. La cara de
sorpresa de su antiguo poseedor pues ya la pueden deducir, aquella joya fue
recuperada por un dragador que a su vez fue comprada por un gemólogo que sabía
que su anterior dueño era Edward Heron-Allen. Así que, se presenta en su casa
pensando en que de verdad querría recuperarla y que podría vendérsela a buen
precio. Decide quedársela, pero de nuevo la mala suerte se iba a cebar con
Heron-Allen. En el año 1904, con una hija afectada de salud y con la creencia
de que la joya podría empeorar la situación con su maldición, decide
depositarla dentro de siete cajas rodeada de decenas de amuletos protectores
del mal y dio instrucciones precisas a sus banqueros para que la guardaran
hasta después de su muerte hasta que un heredero se hiciera cargo. Y eso es lo
que se encuentra Peter Tandy, pero además con un mensaje bien claro reflejada
en una frase un poco alarmante: “Cualquiera
que abra las cajas leerá esta advertencia, y después hará con la gema lo que
considere oportuno. Mi consejo es que la arroje al mar”.
Al final, tras la
muerte de Heron-Allen en 1943, una de las hijas heredera, Mair Jones, decide
donar la piedra al Museo de Historia Natural de Londres. Una piedra que nunca
quiso tocar, porque conocía bien su historia por boca de su padre. En fin, esto
se puede entender como una broma o como una leyenda ficticia pero ocurre un
hecho curioso, en 2004. John Wittaker es el responsable del Departamento de
Micropaleontología del Museo de Historia Nacional y tuvo la intención en aquel
año de mostrar el zafiro púrpura en la primera reunión anual de la Heron-Allen
Society (una fundación dedicada a estudiar la vida y obra de Edward
Heron-Allen). Pues bien, cuando John Witakker sale junto a su esposa y con la
dichosa piedra en su poder ocurre una de esas casualidades curiosas y que él
mismo lo relató de esta forma: “El cielo
se puso de repente y completamente negro y nos vimos atrapados en medio de la
más espantosa de las tormentas. Pensamos en abandonar el coche y salir
corriendo mientras mi mujer gritaba: ¿Por qué tuviste que traer esa maldita
cosa?”
Qué curiosa y sugestiva
casualidad para terminar esta historia. Una inclemencia del tiempo que podría
haberse originado en un momento, pero que fue declarado como culpable de la
fuerza maldita de la joya. Después de aquel primer intento, John Whitakker lo intentó
una segunda vez, pero una grave infección intestinal produjo la segunda
cancelación consecutiva de la exhibición del zafiro ante los miembros del
hombre que más tiempo lo tuvo. Y a la tercera, tampoco fue la vencida. Un
cólico renal volvió a dejar a Whitakker en el dique seco. Y no iba a ver un
cuarto intento, directamente la reunión se haría dentro del Museo, porque
parecía que la joya no quería salir de ahí, y las horrendas casualidades que lo
acompañaron, lo certificaba. Y así fue la historia de esa amatista bautizada
posteriormente como Zafiro Púrpura de Delhi que nunca jamás ha salido de las
paredes del Museo de Historia Natural de Londres (y eso que tuvo tres
intentos).
Este libro es una "joya" imperdible para saber todo lo que tienes que saber de estas cinco joyas malditas de la historia. |
Con
los recuerdos pasa como con las joyas; los falsos parecen más reales.
SALVADOR
DALÍ
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