En el año 2016, el reputado periodista y escritor norteamericano Gay Talese publicó un libro donde contaba las experiencias reales de un 'voyeur' llamado Gerald Foos que adquirió un motel en el estado de Colorado a finales de los 70 y que lo utilizó durante varios años después como "laboratorio de observación".
Fue un libro polémico por un error de fechas y por las cosas descritas que vio su propietario (entre ellas, un asesinato).
En este dossier sonoro os cuento la historia, detalles de algunas situaciones que se vieron y cómo acabó toda la polémica entre el autor del libro y el propietario del motel Manor House.
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Querido
señor Talese:
Tras enterarme de la publicación de su muy esperado
estudio sobre el sexo a lo largo y ancho del país, que se incluirá en su libro
de próxima aparición La
mujer de tu prójimo, me considero
poseedor de una importante información que podría formar parte de ese libro o
de otro futuro.
Seré más concreto. Desde hace quince años soy el
propietario de un pequeño motel de veintiuna unidades situado en el área
metropolitana de Denver, y al tratarse de un establecimiento de clase media, ha
atraído a gente de lo más variopinto y ha tenido como huéspedes a una muestra
enormemente representativa de la población estadounidense. Compré este motel
para satisfacer mis tendencias de voyeur y mi irresistible interés por todas
las fases de la vida de la gente, tanto social como sexualmente, y para
responder a la antiquísima pregunta de “cómo la gente se comporta sexualmente
en la intimidad de su dormitorio”.
A fin de lograr ese objetivo, compré este motel y lo
dirigí yo mismo, desarrollando un método infalible para poder observar y
escuchar las interacciones de las vidas de diferentes personas sin que se
enteraran de que eran observadas. Lo hice tan solo por mi ilimitada curiosidad
acerca de la gente, y no únicamente como si fuera un voyeur perturbado. Es algo
que he hecho durante los últimos quince años, y he llevado un diario
escrupuloso de la mayoría de individuos que he observado, compilando
interesantes estadísticas sobre cada uno: qué hacían, qué decían, sus características
individuales; edad y complexión; región de procedencia, y comportamiento
sexual. Estos individuos eran de condiciones sociales y profesiones diversas.
El hombre de negocios que lleva a su secretaria a un motel a mediodía, algo que
generalmente se clasifica como “de casquete rápido” en el gremio de moteleros.
Parejas casadas que viajaban de un estado a otro, ya fuera por negocios o
vacaciones. Parejas que no estaban casadas pero vivían juntas. Mujeres que
engañaban a su marido y viceversa. Lesbianismo, del que llevé a cabo un estudio
personal debido a que cerca del motel se encuentra un hospital del ejército de
los Estados Unidos en el que trabajan numerosas enfermeras y miembros femeninos
del ejército. Homosexualidad, que no me interesaba mucho pero que observé para
determinar su motivación y procedimiento. Los años setenta, sobre todo su parte
final, trajeron otra desviación sexual llamada “sexo en grupo”, que observé con
gran interés.
Casi todo el mundo clasifica las prácticas precedentes
como desviaciones sexuales, pero puesto que hay una gran proporción de gente
que las practica de manera habitual, deberían reclasificarse como inclinaciones
sexuales. Si los investigadores sexuales y la gente en general poseyeran la
capacidad de indagar en las vidas privadas de los demás y ver cómo practican y
llevan a cabo estas actividades, y pudieran determinar con exactitud el elevado
porcentaje de personas normales que se entrega a estas así llamadas
desviaciones, su opinión cambiaría de inmediato.
He visto expresarse casi todas las emociones humanas, con
toda su tragedia y humor. Sexualmente hablando, durante estos últimos quince
años he presenciado, observado y estudiado de primera mano el mejor sexo entre
parejas, espontáneo, no de laboratorio, y casi todas las demás desviaciones
concebibles.
El principal objetivo a la hora de proporcionarle esta
información confidencial es la creencia de que podría ser muy valiosa para la
gente en general y para los investigadores del sexo en particular.
Además, durante mucho tiempo he querido contar esta
historia, pero no tengo talento suficiente, y me da miedo que me descubran.
Espero que esta fuente de información pueda ayudarle a añadir una perspectiva
adicional a sus otras fuentes en la elaboración de su libro o libros futuros.
Si no le interesa esta información, quizá podría ponerme en contacto con
alguien que pudiera utilizarla. Si está interesado en obtener más datos o le
gustaría inspeccionar mi motel y sus actividades, por favor escríbame al
apartado de correos que adjunto o notifíqueme cómo debo ponerme en contacto con
usted. De momento no puedo revelar mi identidad a causa de mi negocio, pero se
la revelaré cuando me asegure que esta información será completamente
confidencial.
Espero que me responda. Gracias.
Cuando
el periodista estadounidense nacido en 1932, Gay Talese, recibe esa carta de
un desconocido de Colorado se queda completamente asombrado de esa ilegalidad
cometida por esta persona ya que se dio de bruces con un auténtico caso real de
lo que él llama en el libro “un voyeur perturbado”, pero que como escritor de
libros dedicados a esa particularidad obsesión y casi que a veces filia sexual
tan llamativa prosiguió adelante con esta idea de conocer más de ese hecho
real, investigarlo y relatarlo en un libro publicado en 2016. Gerald Foos es el
personaje de esta historia que recibe al autor de ese libro en el aeropuerto de
Denver a principios de los años ochenta aquel día de un 23 de enero, estas dos
personas se iban a convertir en inseparables durante un breve tiempo de
investigación dentro de un humilde motel donde durante 15 años ningún huésped
supo o adivinó que les estuvieron observando.
El
periodista firma antes un documento donde se compromete a no mencionar el
nombre del dueño de este motel ni de su negocio ante esa información procedente
de un hombre de “ilimitada curiosidad acerca de la gente” y que de alguna
manera, cuando lees este libro, se te despierta una ilimitada curiosidad con el
comportamiento de esos huéspedes que llenaron las habitaciones de aquel motel
convertido en una especie de ‘Gran Hermano’ único para el dueño la mujer de
éste donde vieron de todo y aprendieron sobre los comportamientos de todo tipo
que observaron durante tanto tiempo.
Una
curiosidad, que según cuenta Talese en ese libro, se despierta en Gerald Foos
cuando era muy joven y que aplicó durante pocos años a un familiar utilizando
la pillería y la curiosidad de un pequeño infante con el sexo que se despertó
muy pronto. Una curiosidad que compartió con su esposa Donna cuando la conoció
y que ella aceptó como una gran característica de él. Ella fue la que le
propuso a Gerald anotar en una especie de diario las situaciones y vivencias voyeurísticas, y de esta forma,
consiguió reunir centenares y centenares de páginas con distintas situaciones
recogidas a lo largo de los años setenta tras comprar aquel motel Manor House,
en el 12700 de la avenida East Colfax de Aurora (Texas).
No
es casualidad que Gerald escogiera esa avenida y aquel motel. La famosa revista
Playboy la calificó como la “calle
más larga y más pérfida de los Estados Unidos”. Él mismo le dice a Gay Talese
que en esta calle hay unos doscientos cincuenta moteles y que antes de comprar
ese en concreto se fijó en el motel Riviera, de dos plantas, que primero
utilizó como mirón de forma experimental para lo que iba a ser su enorme
proyecto. Pero, finalmente, decide comprar el Manor House, motel de una sola
planta que poseía un atrayente tejado a dos aguas que se elevaba en su centro
dejando un hueco de aproximadamente metro ochenta que su dueño podría utilizar
para cruzar el suelo del desván sin tener que agacharse y, de esta forma, si
practicaba unas aberturas discretas en los techos de las habitaciones de sus
huéspedes, podría observar las escenas que discurrieran a sus pies.
Así
que, ese edificio de ladrillo pintado de verde con puertas de color naranja y
con veintiuna habitaciones se iba a convertir en ese laboratorio experimental
de observación y ocio de este voyeur americano que anotaba diariamente en un
cuaderno donde se dio cuenta que esto sobrepasaba expectativas más allá de su
deseo. Y de hecho, el propio autor del libro define muy bien en un párrafo cuál
es la verdadera motivación de un voyeur para hacer lo que hace:
Un voyeur está motivado
por la expectativa; en silencio invierte infinitas horas con la esperanza de
ver lo que espera ver. Y sin embargo, por cada episodio erótico que presencia,
también tiene acceso a multitud de momentos mundanos y a veces de lo más
aburridos que representan la rutina diaria humana de lo vulgar: gente
defecando, haciendo zapping, roncando, afeitándose delante del espejo y
haciendo otras cosas demasiado tediosas y reales para los reality shows de la
actualidad. Nadie cobra menos por hora que un voyeur.
Fragmento de la carta que recibió Gay Talese por Gerald Foos en 1980. // Fuente: El motel del voyeur, Gay Talese; Alfaguara |
Pelo
negro, ojos oscuros, tez pálida, huesos grandes y altos… esa es la descripción
que le da Talese en su obra, con algunas fotografías de nuestro protagonista
que muestran una cara inocente por ejemplo jugando al golf en Pebble Beach, una pose casi de modelo en
una playa de Waikiki donde se ve su aspecto de tipo fornido y ex deportista, otra
en la que aparece posando junto a sus padres delante del hotel Manor House a
finales de los años sesenta u otra en la que aparece en la recepción de su
motel, en la misma década, con una sonrisa cómplice que era la misma que ponía
a cada visitante que hacía uso de los servicios de aquel edificio. La misma
sonrisa cuasi maquiavélica que mostraba cuando los observaba desde aquella
plataforma que construyó para ver lo que hacían. En muchas ocasiones de la
lectura de este libro parece que empatizas un poco con el personaje por algunas
de las teorías y situaciones que le ocurren, es decir, a pesar de que hizo algo
ilegal parece que todos acompañamos la aventura de este voyeur reconocido y
desatamos ese punto de curiosidad que todos tenemos en mayor o menor escala. La
descripción del motel Manor House (situado en el 12700 de la avenida East
Colfax, Aurora, Colorado) es tan simple como el típico motel que hemos visto en
las películas, donde vimos las escenas de suspense de la película Psicosis y desde donde este voyeur tuvo
no solo como lugar de ocio y trabajo, sino también como tesis sociológica por
las cosas que recogió y le contó a Gay Talese. Un motel que desde fuera parece
como otro cualquiera pero que interiormente guarda uno de los mayores secretos
jamás guardados y tratados posteriormente en libro: una “plataforma de
observación” en el interior de ese tejado a dos aguas.
Criado
en un ambiente rural, Foos despierta desde muy temprano curiosidad por la
lectura y también por el coleccionismo de cromos de béisbol. Dos facetas que
iban a ser interesantes cuando se metió en el tema de su motel porque de alguna
forma esa capacidad creativa a la hora de escribir y esa información recopilada
le iban a adelantar mucho trabajo al escritor Gay Talese a la hora de quedarlo
plasmado. Gerald fue también un gran deportista, practicó béisbol, fútbol y
atletismo. Y antes de zambullirse en sus visiones desde el techo, ya de niño se
pirraba por espiar a su tía Katheryn de la que estaba enamorado e, incluso, con
el motel ya funcionando, muchas veces mentía a su esposa para ir a observar
desde la distancia a su primer amor del instituto (Barbara White) de la que
siempre estuvo enamorado y que por cuestiones de la vida, no prosiguieron con
su relación más allá de aquel amorío adolescente que tuvieron. Gerald también
pasó un tiempo en la Marina adherido al equipo de demolición submarina en los
años cincuenta que fueron los precursores de los SEAL. Foos no fue un hombre
estúpido, y eso se dio cuenta Gay Talese cuando cenando con él en un asador
este hombre le puso muchas trabas y condiciones a la hora de contar su historia
compilada en un manuscrito de centenares de páginas con los nombres y datos de
muchos de sus huéspedes, por lo que, la primera condición que le puso Gerald a
Gay fue preservar la intimidad de esos huéspedes y ser prudente a la hora de
redactarla ya que la iría obteniendo poco a poco según iba obteniendo los datos
del registro y del diario que él personalmente fue redactando en aquellos años
como observador. Gay Talese le hace la pregunta del millón antes de comenzar su
buena relación laboral-.amistosa: ¿se sintió usted culpable por haber espiado a
sus huéspedes? Y él le contesta que aunque sintió miedo muchas veces de que lo
pillaran, no estaba dispuesto a aceptar que sus actividades en el desván del
motel perjudicaran a nadie.
“Contemplar a la gente
es algo muy antiguo, pero si nadie se queja, no hay invasión de intimidad:
Desde que soy propietario de este motel he observado a centenares de huéspedes,
y ninguno de ellos se ha enterado”.
Gerald Foos, propietario
del Manor House.
Fotografía del propio Gerald Foos expuesta en el libro 'El motel del voyeur', de Gay Talese (Alfaguara). |
Varios
meses le llevó a Foos idear ese plano o “proyecto de observación” que tenía en
mente para que fuera, según sus palabras, “perfectos e indetectables”. Con su
inseparable mujer, Donna, como ayudante, cuenta en el libro que al principio se
le ocurrió colocar espejos opacos en el techo, pero rápidamente desecha la idea
porque le detectarían muy rápido. Entonces decide desarrollar un método en el
que el huésped nunca se dé cuenta de que le están espiando ya que él ante todo
dejaba la ética por delante y se repetía a sí mismo que: “Un huésped tiene
derecho a su intimidad, y jamás ha de saber que ha sido invadida”. Así que
decide instalar unos falsos conductos de ventilación cerrados con una reja de
celosía de quince por treinta y cinco centímetros y tener once de ellas (una
por cada habitación) en la que debería tener mucho cuidado de no contarle el
fin de este trabajo al operario que le ayudaría. Sin duda, era un hombre muy
discreto para con su obsesión. Solamente su mujer Donna conocía sus verdaderas
intenciones y ésta le apoyó en todo momento. Ya no solo el apoyo emocional en
esta tarea casi surrealista y denigrante para las que iban a ser las víctimas,
sino también apoyo físico, porque esta mujer se jugó el tipo subida desde una
silla o escalera dándole a su marido esas pesadas rejillas que Foos fue
colocando en cada abertura para posteriormente asegurarlas apretando cada
tornillo para asegurarla y que no fuera manipulada desde fuera o desde abajo
según la posición indicada. Por encima de esa rejilla, tres capas de moqueta
peluda la cubrían sujetas con clavos cubiertos con remaches de goma para
amortiguar los crujidos que pudieran provocar las pisadas. Lo tenía todo
controlado, todo pensado, todo medido. Una obra de ingeniería en la altura
desde donde observaría perfectamente los pies de la cama de sus huéspedes ya
que como él escribió: “La ventajosa
ubicación del conducto ofrecerá una excelente oportunidad de observar y también
escuchar las discusiones de los sujetos. El conducto distará aproximadamente
entre metro ochenta y dos metros y medio de los sujetos”.
Una
vez instaladas las doce rejillas de celosía en las habitaciones designadas,
Foos le pidió a Donna que fuera a cada una de ellas, se tumbara en la cama y
mirara hacia el conducto para comprobar si podía ver a alguien tras la rejilla.
Si ella le confirmaba que podía verle, él bajaba a la habitación en concreto y
con unos alicates doblaba los listones en un ángulo que ocultara su presencia
en el desván y ver con claridad en el cuarto sin que nadie pudiera verle a él.
Un proceso de ensayo y error que, dice, le llevó varias semanas, que fue
agotador y que además le hizo perder tiempo libre a su esposa cuando no estaba
haciendo sus labores de enfermera. Según Foos, Donna no era ninguna voyeur,
sino que fue la esposa devota de un voyeur. Y de hecho, el hombre confiesa que
hacía el amor con su esposa mientras veían a los huéspedes también haciéndolo.
Se excitaban con sus observaciones y aprovechaban ellos mismos para pasárselo
bien también observando desde las rendijas. “Incluso a un matrimonio que mantiene unas relaciones sociales sexuales
satisfactorias no le viene mal un poco de picante”, dijo Foos. Y ese
picante, lo encontraron.
Foos
le confiesa a Talese que sus observaciones a los huéspedes comenzaron durante
el invierno de 1966. Que de tanto tiempo que pasaba en el desván tomando notas
y observando como mero ocio propio, hubo veces que se quedaba hasta dormido y
su mujer, Donna, lo despertaba con algún tentempié o para realizar el acto de
consumar el matrimonio. El autor del libro, Gay Talese, confiesa en el mismo
que Foos le ofreció una noche realizar el acto de espionaje a una pareja joven
y muy atractiva que se hospedaban en la habitación 6, donde, según el dueño,
era “la que mejor vistas tenía” y por eso la reservaba a las parejas más
jóvenes y atractivas. Foos tenía un método de escape rápido por si algún
huésped llegaba mientras él estaba en el desván con sus observaciones: en
recepción tenía la típica campanilla y un timbre que el cliente utilizaba si no
veía a nadie en ese momento y quería ser atendido pronto. Ese timbre poseía un
mecanismo para emitir un sonido amortiguado en el desván, donde Foos lo
escucharía y en menos de tres minutos podría salir de su escondite y estar
atendiendo sin problema y sin que nadie sospechara de lo que estuviera
haciendo.
El
autor nos cuenta que una vez Foos apagó las luces de la recepción y hacerle el
gesto para que lo siguiera, cierra con llave la puerta principal, cruzan una
zona de cemento, se deslizan entre algunos coches aparcados y se dirigen hacia
el cuarto de lavado ubicado en el centro del edificio principal del motel. Con
la ayuda de una llave maestra, abrió suavemente la puerta del lavadero, con
cantidad de toallas, mantas y ropa blanca puestas en estanterías que se usaban
en las habitaciones, más algunas cajas con pastillas de jabón y utensilios de
limpieza. Pero ese lavadero tenía unas escaleras que sobresalían de manera
extraña en ese lugar, hechas de madera pintada en azul con diez peldaños
paralelos redondeados que conducían hacia un descansillo con una puerta que
llevaba al desván. Una vez traspasada esa puerta, Gay Talese describe el lugar
con “una penumbra de izquierda a derecha,
unas vigas de madera inclinadas que sustentaban ambos lados del tejado a dos
aguas del motel; y en mitad del estrecho suelo del desván, flanqueado por vigas
horizontales, una pasarela enmoquetada de más o menos un metro de ancho que
recorría el edificio de punta a punta y pasaba por encima de los techos de las
veintiuna habitaciones de los huéspedes” (El motel del voyeur, página 37).
El
autor cuenta que por esa pasarela debes pasar agachado para no golpearte la
cabeza con aquellas vigas transversales. Siguiendo a Foos, éste le va señalando
los conductos de observación alojados en el suelo y a la derecha de aquella
pasarela larga. Completamente en silencio y sin hacer ningún ruido que altere
los huéspedes, esos conductos parece que de repente se convierten en pantallas
de televisión ya que de ellos se desprende luz y precisamente las voces de los
programas televisivos que veían aquella noche los huéspedes desde sus
televisiones. Pero Foos le indica que observaran un conducto en concreto, uno
en el que se podían oír breves murmullos junto al vibrato de los muelles de la
cama. Ambos observadores agachados, estiran sus cuellos casi que al golpeo de
sus cabezas y ven a una pareja joven, atractiva y desnuda practicando sexo en
la cama.
Aquella
observación fija en el acto de aquella joven pareja de Chicago que le había
comentado Foos previamente en la cena fue el bautizo voyeurístico de Gay Talese y otro momento más de lujuria para el
dueño del motel, Gerald Foos. Era tal el interés del escritor por seguir viendo
a esa joven pareja realizando el acto sexual, que se agachó aún más para ver
mejor y su corbata de seda se deslizó por la rejilla de celosía y quedó
colgando a solo dos metros de la cabeza de la mujer que practicaba una felación
en ese momento. Gerald se percata rápidamente de aquello y aparta a Talese
suavemente de la rejilla y con un movimiento veloz recoge su corbata sin que la
pareja que estaba debajo escuchara nada, con el hombre absorto en el placer con
sus ojos cerrados y la mujer dando la espalda a lo que ocurría arriba
traspasando la rejilla. Aquella primera y única experiencia del escritor (que
sepamos, porque en el libro no cuenta más) provoca irritación y ansiedad en
Gerald, por eso da por terminado el experimento por esa noche.
Al
día siguiente de aquel suceso, y tomándolo como anecdótico, Foos le enseña al
periodista un fajo de páginas manuscritas de diez centímetros de grosor que
sacó de uno de los cajones de su escritorio y que estaban titulados en su
cubierta con el nombre: Diario de un
voyeur. Esto a Gay Talese le sorprendió mucho porque al voyeur solamente
con el placer de ver y experimentar su visión le basta, pero en este caso tenía
delante a un escriba que quería que sus observaciones fueran contadas de manera
anónima. Talese recibiría una primera parte compuesta por diecinueve páginas
con la fecha de 1966 como comienzo. Ese comienzo empieza con el sueño hecho
realidad de Gerald Foos comprando el motel Manor House con el objetivo de
“asomarse a la vida de los demás”. Unos comienzos que no fueron tan buenos por
el hecho de que la fabricación de esos conductos del desván y la realización de
las rejillas le costó un dineral y algunas no funcionaban como él quería, para
lo que él realmente quería. Pero finalmente lo consiguió: que desde esa rejilla
pudiera ver a sus ‘conejillos de indias’ tanto de día como de noche con las
luces apagadas y que desde dentro de la habitación no pudieran ver nada a
través de ella. Una rejilla de quince por treinta y cinco pintada del mismo
color que el techo con la que los huéspedes probablemente imaginarían que sería
un conducto de ventilación o un extractor de aire, pero donde el dueño del
motel, sin que ellos lo supieran podría ver las cosas que hicieran en la cama,
y también en el cuarto de baño siempre que no cerraran la puerta.
Y
sus primeras observaciones tienen como protagonista a dos parejas jóvenes
partiendo de los 30 años (y también otra de 50) que utilizaban la estancia
simplemente como lugar de descanso y de la realización del acto sexual sin
mucho más que destacar por parte del voyeur. Pero él conseguía enterarse de la
vida de esas parejas por los comentarios y la forma de actuar el uno con el
otro, y aun mirando la vida sexual de estas parejas él necesitaba algo más que
simples discusiones y actos nocturnos. Pero aun así, las recogió. “Entre el Día de Acción de Gracias y las
vacaciones de Navidad de 1966, Gerald Foos pasó el tiempo suficiente en su
desván para observar cómo cuarenta y seis de sus huéspedes participaban en
algún tipo de actividad sexual, a veces en solitario, a veces con una pareja y,
en una ocasión, con dos acompañantes” (El motel del voyeur, pág. 51).
En
uno de esos tríos pudo ver como un matrimonio y un acompañante (que podría ser
una especie de gigoló u hombre de compañía) realizaba el acto sexual con la
mujer mientras el marido realizaba fotos o los observaba y también el voyeur
principal, Gerald Foos, se quedó impresionado por la pasión y entrega de una
pareja de lesbianas con una profunda sensación de ver el acto de hacer el amor
de una manera tan real y plácida como nunca había visto. Y estos dos casos
fueron interesantes para el dueño porque en la época en la que comenzaron sus
primeras observaciones fue a finales de los años sesenta y el sexo en grupo se
volvió más popular al cabo de los pocos años con la revolución sexual de los
años setenta en todo el país en el que “tener más de un compañero de cama ya no
se consideraba anormal”. Gerald Foos se replanteó esa cuestión en la economía
de su negocio con el planteamiento de si debería cobrar un extra a las personas
que se alojaban de tres en tres o de cuatro en cuatro, pero solamente cobraba
una tarifa de 15 dólares a los huéspedes que iban con mascota y que
reembolsaría a sus clientes si estos no hacían ningún daño al mobiliario de la
habitación. Foos no mostraba mucha
simpatía a los huéspedes que alojaban a sus mascotas en la misma habitación y ese
recelo creció cuando alojó a una joven pareja con un sabueso grande que alojó
en una de las habitaciones que podría vigilar desde el conducto simplemente
para saber cómo se comportaría aquel perro. Y en esa noche de observación,
aparte de ver cómo la pareja discutía por temas laborales y de dinero, el
sabueso hizo sus necesidades en abundancia detrás de una butaca y que afectó a
la moqueta. Después de realizar la limpieza, la pareja estuvo convencida de que
el dueño no se enteraría del estropicio. Pero al día siguiente, una vez la
pareja se marchaba del motel y le reclaman a Gerald los 15 dólares de la
fianza, éste les acompaña a la habitación a revisarla y les señala la zona de
la moqueta en la que el perro se alivió la noche anterior. Aquello trascendió a
una discusión en la que rápidamente Gerald salió hacia el desván para saber qué
opinaba la pareja de aquel descubrimiento, y la sorpresa de éstos fue tremenda
porque se preguntaban cómo demonios se ha podido enterar, con especulaciones como
si el sentido del olfato lo tenía muy desarrollado, si es lo que los vio anoche
a través de la ventana o simplemente por golpe de suerte acertó señalando ese
lugar en vez de otro y que es un simple estafador que le gusta quedarse el
dinero de esa tarifa especial porque sí. Así que, como conclusión en sus
primeras observaciones, Gerald Foos indica que: “la mayoría de la gente que va de vacaciones se pasa el día amargada.
Discuten por dinero; por la comida; por el alojamiento; agresiones que aumentan
de manera inconmesurable muchas veces hasta llegar al momento en que descubren
que no están hechos el uno para el otro. Las vacaciones sacan a la luz todas
las angustias del ser humano y perpetúan las peores emociones, sobre todo, en
las mujeres, que lo pasan mal a la hora de tener que adaptarse a su nuevo
entorno y a su marido. Casi todas las parejas parecen contentas cuando están en
la recepción del hotel, y es imposible determinar que su vida privada es un
infierno de desdicha. Y la reflexión del voyeur termina con el por qué la gente
se ve obligada a guardar ese secreto, a no permitir que nadie sepa que su vida
es infeliz y deplorable. Y dice que es por la ‘condición humana’, lo que
explica que si la desgracia de la humanidad se revelara de manera espontánea y
simultánea, quizá consecuencia sería un genocidio en masa” (El motel del
voyeur, pág. 58).
Una
de las particularidades que más le llamó la atención a Gerald Foos con la
clientela que él observaba en su motel eran los ex militares. Al estar ya
metidos en los años setenta la guerra estaba en su recta final y muchos
soldados que batallaron en aquel cruel enfrentamiento se alojaban en un
complejo de edificios que estaban a poca distancia del motel Manor House, se
llamaba Centro Médico del Ejército Fitzsimons y allí se alojaron muchos
soldados que acabaron tullidos y con muchos problemas de aquella guerra que
cuando querían pasar un rato con sus esposas o con otras mujeres de compañía
escogían el motel, por su proximidad, para esas relaciones sexuales como fue el
caso de un joven de veintipocos años confinado en una silla de ruedas por
faltarle una pierna, algo que le traumatizó bastante y prácticamente era un
gran obstáculo en su relación matrimonial por el impedimento físico. Cosa que
por ejemplo no vio con un soldado parapléjico al que la mujer se adaptó a las
circunstancias físicas. Como conclusión, Gerald ‘el voyeur’ tuvo ocasión de
observar “muchas de las deplorables y
lamentables tragedias de la guerra de Vietnam, una guerra que dejó a muchos sin
poder regresar a su país y a otros en un estado lamentable y con secuelas
físicas que acabarían con sus relaciones sentimentales y sintiéndose
traicionados por su país”.
Foos
siguió enviándole entregas de su diario a Talese durante todo el invierno y la
primavera de 1980 y en uno de esos fragmentos se dio cuenta del gran interés
del gerente del motel por espiar tanto la vida privada que hasta escribía las
cosas que hacían sus inquilinos en el cuarto de baño, ya que, según él “los individuos varían por cómo se sientan en
el retrete. Algunos apoyan la espalda contra la tapa. Otros se inclinan hacia
delante. Algunos se inclinan tanto hacia delante que he visto al menos a un
individuo caer de morros mientras hacía de vientre. El caso más extraño fue un
sujeto que se sentaba de cara a la tapa, a horcajadas sobre el inodoro. De ese
modo podía apoyar los brazos sobre la cisterna. He observado que algunos
individuos no se sientan sobre la taza, sino que simplemente se quedan
acuclillados, posiblemente para no coger ningún germen. He observado todas las
posturas o acercamientos al retrete imaginables”. (Página 66). Aun así, Gerald
Foos era un hombre que reflexionaba mucho con cada situación que veía con sus
huéspedes, se mostraba empático incluso y hasta se afectaba emocionalmente
dependiendo de la situación. Y así se lo mostró a Talese en los escritos de su
diario a veces contados desde la primera persona y otros desde la tercera, como
si el observador fuese otra persona distinta a él.
Y
este experimento social que estuvo realizando ya era tan curioso que se atrevió
a ir a más y a meter el estudio psicológico, científico y hasta misterioso
detrás. Sobre todo, cuando se le ocurrió comunicarse telepáticamente con sus
huéspedes desde el desván. Y lo hizo una vez con una mujer de origen
escandinavo (piel clara y con pecas, ojos azules, pelo rubio ceniza) que se
encontraba una noche reclinada en la cama, con el televisor apagado, y leyendo
un libro. Con ese silencio sepulcral que agitaba toda la habitación y el Voyeur
decidió realizar ese experimento en esas condiciones de concentración máxima, y
casi siempre realizándolo con sujetos femeninos que parecía que tenía esa
sensación más despierta. Concentrando su mirada en sus ojos, empezó a
transmitirle un pensamiento: que levantara la mirada del libro y la dirigiera
hacia la rejilla desde donde observaba. No lo consiguió a la primera,
obviamente, pero sí que después de varios intentos la mujer levantó la mirada
del libro que estaba leyendo de manera tan profunda y fijó su mirada en la
rejilla. Por lo que el Voyeur se quedó impávido, creyendo que de verdad pudiera
habérselo transmitido o que simplemente fuera un movimiento voluntario e
inconsciente. Otras veces, cuenta, que ese movimiento se había producido
durante pocos segundos, pero esa noche en concreto la chica escandinava miraba
con una concentración máxima hasta que notó una sensación de incomodidad que le
provocó levantarse de la cama e ir al baño, cerrando tras de sí la puerta. Un
experimento que terminaría justo cuando al salir del baño apagó la luz y se
durmió. Así que, la conclusión del Voyeur fue que este experimento solamente
funcionaba cuando el sujeto femenino terminaba de masturbarse (como ocurrió esa
noche), ya que después del acto el nivel de concentración sensitivo se amplía.
Con el lado masculino lo intentó alguna que otra vez, sin éxito, pero le
interesó más las mujeres para este apartado más psíquico.
Se
volvía muy crítico con el consumo de la televisión, sobre todo cuando eran
parejas atractivas las que gastaban su tiempo discutiendo sobre lo que ver en
la llamada “caja tonta”. También le molestaba el humo del tabaco dentro de las
habitaciones, o que sus huéspedes comieran comida rápida y se limpiaran con la
ropa de la cama o mancharan parte del mobiliario. Y ese malestar que le
provocaba casi acaba con su experimento, porque en una ocasión en la que
observó a un huésped comiendo pollo frito del Kentucky Fried Chicken y frotándose
las manos y la boca con la colcha (teniendo las servilletas justo al lado)
subió a la plataforma y desde el desván le gritó un insulto que el huésped
evidentemente escuchó pero que nunca supo de dónde vino (y eso que miró por
todos lados de la habitación y hasta se asomó a la ventana). Así que, como no
encontró a quien lanzó ese insulto siguió devorando la comida como un animal. Y
al voyeur casi le cuesta un disgusto el no haber controlado aquel día sus
emociones.
Hay veces en que resulta difícil ser
un voyeur, sobre todo cuando tu deseo de observar no queda satisfecho. Todavía
soy incapaz de determinar cuál es mi función (…). Al parecer, se me ha delegado
la responsabilidad de llevar esta pesada carga… ¡sin poder decírselo nunca a
nadie! Si la vanidad o el destino me designan esta posición en la vida,
entonces me veré empequeñecido de manera apreciable por este injusto
compromiso. Crece mi depresión, pero no dejo de investigar. A veces he cavilado
que quizá no existo, que solo represento un producto de los sueños del sujeto.
De todos modos, nadie creería lo que he conseguido como voyeur, y por tanto la
manifestación onírica explicaría mi realidad.
Definitivamente existe una correlación
entre los sujetos que quieren las luces apagadas durante la actividad sexual y
su perfil. Por lo general se trata de sujetos de zonas rurales; gente inculta;
minorías; sujetos más viejos; sujetos de influencia sureña: todos estos suelen
tener relaciones sexuales a oscuras. Tras observar a muchos de estos
individuos, casi puedo adivinar de inmediato cuál apagará las luces y cuál no.
Es difícil de explicar, pero he anotado minuciosamente un año entero de sujetos
que apagan la luz y de aquellos que la dejan encendida durante la actividad
sexual. El noventa por ciento de los que apagan la luz quedan dentro de la
categoría que acabo de describir.
(El motel del voyeur, Gay Talese;
páginas 77-78).
Más imágenes de Gerald Foos publicadas en el interior del libro El motel del voyeur, de Gay Talese; Alfaguara.
El
Voyeur realizó algunos informes estadísticos de lo que solía ver desde el
escondite en su desván solamente referidas a las interacciones sexuales de sus
huéspedes. Él comenzó a observar en 1966 y recogió la friolera de trescientos
veintinueve huéspedes cuyas actividades
sexuales merecían atención y descripción en su diario. Destacando sobre
todo el uso del sexo oral en la mitad de los años setenta (el autor Gay Talese
menciona la famosa película pornográfica Garganta profunda quizá como una de
las responsables de ese incremento en ese acto), y el sexo interracial. En ese
último aspecto observó el incremento de parejas interraciales y el uso del sexo
oral en prácticamente todos los casos. Ese dato le llamó mucha la atención
porque una década atrás (mediados de los sesenta) una mujer blanca, por ejemplo, jamás habría acompañado a su amante
negro mientras este se registraba. Es decir, siempre entraba a hurtadillas
en la habitación o se esperaba a fuera por el estigma que era acostarse en ese
tiempo con un hombre de raza negra. Con estos datos uno puede pensar que
Gerald, aparte de ser solo un mero observador pervertido, es alguien cuyo
interés va más allá, hasta el punto de recabar datos informativos. Al igual que
en sus tiempos de jugador de fútbol americano la prensa local de su época
recogía las gestas de aquellos héroes de aquel deporte, o del béisbol, Gay
Talese cree que aquella vena voyeurística en Foos ya comenzó a desarrollar
(aparte de su obsesión por ver a su tía Katheryn desnuda y que cuando la vio le
impresionó mucho) cuando hacía visitas esporádicas a su primera novia de sus
tiempos de estudiante, Barbara White. Él quiso enormemente a su compañera
Donna, pero su gran amor fue el primero y muchas veces cuando salía del motel
era para ver desde la distancia a su antigua pareja, ya casada, con la que no
tuvo una relación muy larga, con la que no tuvo relaciones sexuales en los dos
años que duraron porque en la década de los cincuenta y la mentalidad de por
entonces veía el sexo fuera del matrimonio muy mal visto. Después, pasó por la
Marina, donde sirvió para el equipo de demolición submarina, precursores de los
SEAL (de hecho, su aspecto musculoso que desarrolló como jugador de fútbol le
ayudó a dejar una buena huella). Y puede que ya esa manera tan sibilina de
hacer labores de vigilancia desde la distancia la impulsó durante esos cuatro
años que estuvo junto a sus compañeros de tripulación en un crucero llamado USS
Worcester. De hecho, cuando observaba desde su guarida a través de aquellas
rejillas de celosía se imaginaba sus tiempos en aquel crucero militar mirando
con sus binoculares algo de experiencia que obtener. Pero, a través de sus
escritos y de la interpretación que le dio Gay Talese a esta historia llegó a
la conclusión de que su motel era como un dique seco donde estaba anclado su
barco y que él era el único vigilante de la tripulación que utilizaba sus
camarotes solamente para ver la
televisión, hablar de banalidades, mantener relaciones sexuales bajo las
mantas, si es que las mantenían, y darle algo breve que pudiera escribir cada
día. Concluyendo de esta manera:
La vida cotidiana es aburrida; no es
de extrañar que siempre haya un gran mercado para lo imaginario: obras
teatrales, películas, novelas, y también la violencia legalizada inherente a
deportes como el boxeo, el hockey y el fútbol americano. Gerald escribió:
“Hablando de fútbol o de hockey, si los jugadores fueran armados con cuchillos
y armas de fuego, no habría estudios lo bastante grandes para contener a las
multitudes”.
Fachada y cartel del motel Manor House en East Colfax (Colorado). // Fuente: El motel del voyeur, Gay Talese; Alfaguara.
Ese
diario de Gerald contiene tantos años e interés en las pautas de comportamiento
social y sexual que decide realizar un experimento con una pequeña maleta que
colocaba siempre en el armario de la habitación 10. La maleta estaba asegurada
con un candado pequeño y barato fácil de romper y abrir si se hacía un poco de
palanca. Y ese objeto el voyeur lo utilizaba como prueba de un experimento
relacionado con la honestidad y la codicia con su esposa Donna como cómplice de
ello. Ese experimento consistía en que él le pedía a su esposa que desde un
lugar alejado de la oficina le llamara simulando que había sido un antiguo
cliente que había perdido una maleta con unos 1.000 dólares dentro. Y Gerald,
desde la oficina y con el nuevo huésped cerca del mostrador esperando a ser
atendido se entera del hecho cuando empieza a decir que esa maleta que contiene
el dinero ha sido dejada por despiste en esa habitación 10 y que la doncella no
había encontrado nada cuando revisó la habitación. Todo era parte del juego,
estaba todo pensado. Y mientras el huésped de turno se entera de ese hecho de
la maleta perdida y se le asigna la habitación que el Voyeur escogía para su
experimento social, él subía al desván a observar lo que hacía una vez
inspeccionaba la habitación y encontraba el pequeño maletín con el dinero. Con
libreta en mano, anotaba el tipo de personalidad y rango social que tenía y se
quedaba observando detenidamente tratando de meterse en la mente de esa persona
cuando el huésped toca el pequeño candado del maletín como divagando si debe
abrirlo y coger el dinero o ser un buen samaritano y devolver la maleta al
completo a los dueños del motel. En muchas ocasiones, siempre triunfaba el mal.
Pero la sorpresa estaba en que cuando se las ingeniaban de alguna manera para
abrir esa maleta no encontraban dinero, sino ropa; pero por no entregar la
maleta con el candado roto y ser acusados se la llevaba consigo sin que nadie
del motel se enterara. Esta prueba se la hizo a quince huéspedes – entre ellos
un ministro de la Iglesia, un abogado, unos cuantos hombres de negocios, una pareja
de trabajadores, una pareja que estaba de vacaciones, una mujer casada de clase
media y un hombre sin empleo -, solo dos de esta lista retornaron la maleta sin
abrir: el médico y la mujer casada de clase media. Los demás, entre tanto
divagar si devolverla o no como así los vio el voyeur desde su guarida,
acabaron cayendo en la codicia.
Y
aunque no lo pillaron, sí que en una ocasión estuvieron a punto de desentramar
el “laboratorio” secreto que tenía escondido en la cima de su motel. Un día,
mientras se encontraba en el desván observando a una pareja recién alojada, el
marido mira al techo y le pregunta a su mujer “¿Para qué es ese conducto?”, ya
que al ser un señor que trabajaba en la construcción se dio cuenta de que ese
conducto no era de calefacción. “¿Qué es entonces?”, le pregunta la mujer.
“Podría ser una mirilla”. “¿Quieres decir que alguien podría estar observando
todo lo que hacemos?”, y él le dijo “Hay mucho rarito en el mundo. Lo
averiguaré”. Y Gerald, bastante inquieto desde su puesto de observación,
recorre con cautela con marcha atrás el suelo del desván, cierra la puerta con
llave y regresa a la oficina para planear una mentira si finalmente ese cliente
descubría su escondite secreto. Hasta se puso en lo peor, pensando que el
huésped podría llamar a la policía aunque le explicara que lo de arriba
solamente era “una pasarela de servicio”. Pero al día siguiente, no pasó nada.
Gerald, de todas formas, se alejó un tiempo de la torre de observación y cuando
pasaron cuatro días volvió de nuevo a observar al sujeto que estuvo dispuesto a
descubrirle y se dio cuenta que éste había tapado la rendija, pero aun así, por
un lado pequeño pudo observar cómo esa noche el huésped y su mujer practicaron
el sexo. De lo que se enteró Gerald dos días después de aquello, dicho por la
mujer, es que su marido trepó por el conducto, se metió por el techo y se dio
un paseo. Gerald, después de que le explicara a esa clienta que lo de arriba
solamente era una “pasarela de servicio” se quedó verdaderamente asombrado de
que un hombre adulto cupiera por ese agujero. Para que os deis cuenta que el
único curioso que hay en el motel no solo era él.
A
lo largo de su época como voyeur residente en el motel Manor House, Gerald Foos
a menudo tuvo ocasión de reflexionar sobre la guerra de Vietnam. En primer
lugar porque su etapa de observación coincidió con el conflicto que se había
prolongado durante tanto tiempo y porque pudo observar las dos caras de muchos
de los soldados que participaron: la cara más destructiva y depresiva del
combatiente postrado en una silla de ruedas llorando porque no podría recuperar
lo que alguna vez fue, pasando por una solitaria viuda de guerra que contrató
los servicios de un gigoló para satisfacer su vida sexual escasa ante la muerte
de su marido en ese conflicto, hasta llegar a la falta de piedad de dos pilotos
y la crueldad de una serie de hechos que contaron una noche, en la que Gerald
fue testigo desde su puesto de observación y que hicieron mella en él. Les
asignó una habitación a una atractiva pareja en la que el hombre había sido
piloto en Vietnam y asistía a un encuentro de la Reserva en Denver y esa noche
decidió alojarse con su pareja en la habitación número 6 a la que después se
uniría otro amigo, también piloto, que recibió la de al lado conectadas ambas
por una serie de puertas. Cuando los dos hombres se reúnen en una habitación
comienzan a recordar sus batallitas en aquellas misiones en helicóptero en
Vietnam y uno de los dos recordó una ocasión en el que arrojó a un soldado del Viet Cong desde lo alto del aparato
(algo que revolvió las tripas de Gerald) y el otro contaba cómo le gustaba
perseguir desde el helicóptero a los coyotes y dispararles o perseguirlos para
que cayeran bajo un acantilado. Una conversación tan desagradable que el Voyeur
apuntó en su diario y que estuvo observando durante toda aquella noche cómo
actuaban, hasta el punto de ver cómo uno practicaba el acto sexual con su
pareja y el otro escuchaba con la oreja pegada a la pared desde la otra
habitación. Conclusión de Gerald Foos:
todos los hombres son voyeurs hasta cierto grado, y que lo demostrarán si se les
concede la oportunidad. La actitud de estos dos pilotos, con aquellas
acciones despreciables que se contaron el uno al otro, repugnaron al Voyeur del
motel Manor House hasta el punto de que les deseó que corrieran el mismo
destino que aquellos pobres coyotes.
Después
de haber presenciado escenas sexuales de todo tipo entre multitud de parejas
dispares (hasta un incesto entre dos adolescentes), escuchar conversaciones mundanas
de todo tipo que le aportaron conclusiones que apuntaba en su diario, el 10 de
noviembre de 1977, justamente aquel día, el Voyeur creyó que aquel día ya había
visto demasiado. Porque lo que presenció fue un asesinato en la habitación
número 10. Los ocupantes de aquella habitación fueron una pareja blanca y joven
que durante varias noches, aparte de las prácticas sexuales, traficaban con
drogas y eso es algo que al Voyeur le fastidiaba y que en ese momento no
denunció (como en otros casos donde sí lo hizo), ya que al denunciar un caso
así no podría él mismo testificar ante la policía porque se descubriría su gran
secreto. Así que, sabiendo el número de
la habitación desde donde se estaba traficando, entró en ella cuando el huésped
no estaba y tiró todas las drogas por el váter (aproximadamente diez bolsas de
marihuana y muchas otras pastillas variadas). Este tipo de acciones, en su
motel, eran muy frecuentes por parte del Voyeur, ya que se consideraba un
anti-drogas y en anteriores ocasiones lo hizo con varios de sus clientes que
descubrió desde su escondite que se dedicaban a esa actividad delictiva; en
aquellas anteriores ocasiones nunca sospecharon de él, simplemente cuando el
traficante llegaba y veía que sus drogas no estaban se marchaba del motel asumiendo
que las habría perdido o se las habría robado alguno de sus enemigos. Pero con
ese último caso la situación se volvió tan tensa que el sujeto masculino culpó
a su acompañante femenino de que le había robado las drogas, y hasta tal punto
llegó la afrenta que la golpeó ante las voces de ella diciéndole que no había
sido y comenzaron una pelea que terminó con el hombre estrangulando a la mujer
y dejando su cuerpo inerte en el suelo con huida de éste. Mientras tanto, el
Voyeur observó toda la escena y siguió observando una vez que el cuerpo de la
mujer quedó tendido en el suelo, con el pecho bajando y subiendo, creyendo que
aún estaría viva. Se trasladó a su oficina a considerar la escena que había
visto y recapacitar sobre lo que debería hacer, porque mientras tanto, él
pensaba que la mujer viviría. Pero a la mañana siguiente, la camarera que se
encargaba de limpiar las habitaciones encontró el cuerpo de la mujer muerta y
rápidamente el Voyeur llamó a la policía para informar del asesinato. Y a pesar
de que estuvo a punto de contar todo lo que pasó, no se atrevió, porque tendría
que demostrar la manera en que lo descubrió y seguramente lo pillarían. Solo
pudo proporcionar el nombre del chico que alquiló esa habitación junto a ella,
el nombre de la dirección registrada y el número de matrícula… pero la policía
encontró que toda esa información era falsa. Este relato escandalizó a Gay
Talese por la actitud pasiva e irresponsable del Voyeur. Pero Gerald solo se
consideró un “observador”, y no un reportero. Aquello provocó una discusión
entre Voyeur y Periodista/Escritor. Gerald le recordó que él había firmado un
contrato de confidencialidad pero Talese le dijo que de manera indirecta, con
esa historia, lo había convertido en cómplice de aquel asesinato. Aquel asunto,
finalmente, provocó una cierta distancia entre ambos pero no terminaron su
relación amistosa y personal que habían establecido por ese extraño
“pasatiempo” que tenía Gerald Foos. No sería el único caso de muerte que
observó en su motel, ya que sin escribirlo en el diario le contó al periodista
que hubo un suicidio por disparo a la cabeza, una muerte de una persona obesa
de ataque al corazón por la noche que tuvieron que sacar los sanitarios por la
ventana, e incluso otro que murió mientras se masturbaba y cuya posición final
en la que quedó ya os podéis imaginar.
También
estuvo muy obsesionado con cuestiones de higiene y la honestidad de sus
huéspedes. Hasta a algunos de ellos les tendió trampas para comprobar esa
honestidad, como aquella vez que dejó una revista pornográfica en el cajón de
una habitación y un pastor de la Iglesia cayó en esa treta de masturbarse
mientras su mujer estuvo fuera y luego al llegar quejarse de esa “repugnancia”
en forma de revista que habían dejado allí. Situaciones extrañas y repugnantes
que también vio realizarse en los cuartos de baño y que recogió pero si algo le
molestaba sobremanera eran aquellos clientes que se presentaban con mascotas.
Como todos los moteles cercanos de la competencia permitían alojar también a sus
mascotas, Gerald no se quiso arriesgar a perder clientela a pesar de la fobia
que tenía a aquellas parejas que se presentaban con un perro, porque sabía que
en la mayoría de ocasiones el animal hacía sus cosas ensuciando la habitación y
sus dueños no hacían nada. Su dilema siempre era ese, y el problema venía
cuando asignaba a los dueños de esas mascotas alguna de las habitaciones para
observar lo que hacían porque los perros siempre parecían demostrar esos
sentidos de olfato y oído desarrollados y ladraban o gruñían hacia la rejilla
donde parecía que ellos sí sabían que había alguien ahí detrás y sus dueños no.
Aparte
de esos ultrajes a la pulcritud y limpieza de sus habitaciones, el Voyeur, como
propietario del motel también se quejaba de “las palabras, frases y rasgos de
personalidad repulsivos, impostados, hipócritas, de falsa adulación o del todo
deshonestos”, de todas aquellas personas que se alojaban y que él mismo
observaba y anotaba. Cuanto más tiempo pasaba en aquel desván más se
desengañaba ante la gente y más misántropo se volvía. Al fin y al cabo, estaba
realizando un acto antisocial para demostrar lo muy antisocial que era. Gay
Talese lo define así: “Era alguien que fisgaba desde su desván y se arrogaba
autoridad moral al tiempo que escrutaba y juzgaba con severidad a sus
huéspedes, reservándose el derecho a curiosear con distancia e inmunidad”.
Gerald ya era un “mirón” desde niño, cuando observa a hurtadillas a su tía
Katheryn. Y eso solo lo sabía él y su esposa, Donna. Una paciente y comprensiva
esposa que fallecería un 27 de septiembre de 1984 padeciendo de lupus cuando no
había llegado a la cincuentena. Por entonces, según Talese, estuvo casi dos
años sin remitirse cartas con Gerald hasta que le informó de aquel suceso. Pero
Gerald no tardó mucho en agenciarse otra compañera de andanzas que aceptó esa
extraña obsesión “fisgona” de su nuevo marido. Se llamaba Anita Clark, una
mujer divorciada con dos hijos pequeños que se enamoró de Gerald cuando lo vio
durante un paseo con sus dos niños cambiando las letras de su “laboratorio
de observación” motel Manor House. Aquel nuevo comienzo de vida fue la
primera experiencia extramarital de Gerald en más de veinte años de matrimonio,
a pesar de que durante su etapa como espectador de otras muchas mujeres había
sentido atracción por otras que no fueran su fiel esposa Donna, después de
perderla se sintió deseado como en sus tiempos del instituto. El aspecto físico
de Anita le atrajo desde el primer instante a Gerald: bajita, pelirroja, pecho
abultado… perfil que se parecía a su tía Katheryn y a su ex mujer fallecida.
Contrajo matrimonio con ella el 20 de abril de 1984 y rápidamente Anita Clark
se instala en aquel motel ayudando a su nuevo marido en la contabilidad y
gerencia. La vida volvió a sonreír a aquel voyeur después de ese bache de
perder a su primera esposa y de pasar un tiempo sin conversar por carta con su
inseparable reportero Gay Talese. Tan bien le iba, que decidió comprar un
segundo motel por aproximadamente doscientos mil dólares.
Ese
nuevo motel se llamaría Riviera, y se ubicó en el 9100 de la avenida East
Colfax, a solo diez minutos en coche del Manor House. Este nuevo edificio tenía
dos plantas y setenta y dos habitaciones. En el libro se refleja que Gerald
instaló cuatro falsos conductos de ventilación en el techo de los dormitorios,
pero no dice nada de si continuó sus observaciones voyeurísticas en este nuevo laboratorio. En 1996, Gay Talese recibe
una carta de Gerald Foos comunicándole que sus días de propietario de motel
habían terminado. Con más de sesenta años cumplidos, sus rodillas y espalda
estaban ya afectadas por la artritis y le resultaba enormemente doloroso subir
la escalera y reptar por el desván para colocarse sobre las aberturas de la
rejilla y observar como hacía años antes. Los años no pasan en balde para
nadie. En el libro se destaca un fragmento en el que Gerald supuestamente
confiesa que vende el motel Riviera en 1996 y un año antes, el Manor House.
Antes de esa venta, el mismo voyeur eliminó los conductos de observación
cubriendo los agujeros del techo “para proteger la integridad e intereses
comerciales de los nuevos propietarios y para que no sufrieran perjuicio
alguno” (así se corrobora en una fotografía del libro). De esta manera, quizá
uno de los dueños más excéntricos de los moteles de aquella zona donde estaba
el Manor House dejaba el negocio de los moteles, algo que Gay Talese analiza
como “aquellos lugares de encuentro tradicionales para múltiples amantes
cautelosos, huéspedes que buscaban una experiencia de sexo rápido y que eran de
todo tipo con intercambios de parejas, homosexuales, parejas interraciales,
adulterio…” y que la mayoría estaban en la retina y en los recuerdos de aquel
voyeur que no necesitaba pornografía para excitarse. Momentos reales, sin estar
simulados, fragmentos de vida vacíos que él adquiría como un cromo para añadir
a su extenso álbum de momentos recogidos por como él se denominó “el Voyeur Más
Grande del Mundo”.
Después del Manor House, vendría El Riviera, pero ya no menciona nada de que observara a sus huéspedes. // Fuente; El motel del voyeur, Gay Talese; Alfaguara. |
Ya
en la primavera de 2013, Gerald Foos llama a Gay Talese para confirmarle que
por fin estaba preparado para contar su secreto, que su historia podía hacerla
pública. Y aunque no estaba seguro de las consecuencias legales, al no tener ya
moteles a su cargo la ley de prescripción le protegería de las demandas de
violación de la intimidad que pudieran presentar antiguos huéspedes de los
moteles Manor House y Riviera que fueron suyos en su momento. Ya entrado en los
ochenta, quería compartir su gran secreto antes de que pasara algo que le
impidiera poder hacerlo. A pesar de la buena relación que mantuvieron desde
hace varios años, sus conversaciones se limitaban a llamadas telefónicas y a
las cartas manuscritas que Gerald le enviaba a un escritor que siempre estaba
viajando, escribiendo, investigando y publicando. Foos ya no era aquel señor de
aspecto fornido que conoció en los ochenta, ahora apenas era un viejecito
enjuto que pesaba casi ciento diez kilos, con el pelo blanco, con gafas oscuras
debido a la miopía y con su perilla tan característica que casi siempre ha
conservado, le confiesa a Talese que una de las razones por las que ahora
estaba dispuesto a dar a conocer su controvertida historia era para llamar la
atención de los medios hacia su colección de objetos deportivos, entre ellos,
cromos y cascos de béisbol (deporte que practicó mucho de joven). “Le regalaré
mi gran casa a cualquiera que me compre la colección”, le llegó a confesar. Una
colección que él valoraba en millones de dólares y que quería vender para
trasladarse a una casa de una sola planta y evitar las duras escaleras por su
problema de artritis. Pero Gay Talese viajó aquel día para entrevistarle y
averiguar algo más sobre aquel asesinato de la novia del traficante que ocurrió
en la habitación 10 del motel Manor House en 1977. Foos, reconociendo su
negligencia de aquella noche, no puso ningún reparo en tratar de averiguar algo
más sobre aquel suceso y conseguir una especie de “redención”. Pero ya habían
pasado casi cuarenta años del crimen, y el Departamento de Policía de Aurora no
disponía de ninguna información a esas alturas. Un poco extraño esa ausencia de
información, ya que ni siquiera en el apartado de necrológicas de la prensa de
la época se publicó. Es como si la vida de aquella joven no importara, o no
existiera. ¿O es que Foos no contaba del todo la verdad?
“Espero
que no me describan como un pervertido o una especie de ‘mirón’”. Eso es lo que
le dijo Gerald Foos a Gay Talese una vez se reunieron en su casa para acordar la
publicación de su extraña historia. Él mismo se consideraba “un pionero de la
investigación sexual”, ya que había observado y escrito acerca de miles de
personas que nunca se dieron cuenta de que las observaban, aunque a Talese le
confesó que nunca las grabó o filmó. De hecho, esto es curioso, pero Gerald era
alguien que se ponía muy nervioso en los lugares públicos donde había cámaras
filmando. Era muy crítico con el sistema de “Gran Hermano” que las autoridades
imponían sobe los ciudadanos en cualquier lugar. (Menuda paradoja de su
ejemplo). Para llegar a creer su diario,
solo tuvo que necesitar mucha paciencia y la capacidad de describir las
situaciones y tendencias que veía como un sociólogo o psiquiatra sin formación.
Porque una de las cosas que plasmó tan bien en sus escritos (y que serían
dignas de estudio por cualquier sexólogo/a del mundo), eran las primeras
relaciones interraciales o el comienzo de las relaciones sexuales entre parejas
que comenzaban desvistiéndose a la misma vez cuando en años anteriores las
costumbres eran cambiarse en el cuarto de baño primero. Es decir, el voyeur
vislumbró un nuevo comienzo a la hora de relacionarnos íntimamente y que ya se
convirtió en una costumbre por décadas cuando antes las maneras eran otras. Por
eso él consideraba su voyeurismo de
“inofensivo”, porque los huéspedes no se daban cuenta, y su propósito nunca fue
criminalizar a nadie. Por eso su reflexión final sobre lo que vemos y no vemos
es esta:
No me gusta criticar al
gobierno…, es el único que tenemos, y todo el mundo puede cometer errores, pero
que nosotros hemos cometido demasiados errores. El voyeurismo del gobierno ha
sido algo repentino. El Gran Hermano ahora se ha incorporado a nuestras vidas,
a nuestras opiniones, a nuestros procesos mentales. Nos graban electrónicamente
a todos en dispositivos que pocos comprendemos. Solo sabemos que están allí.
Así de simple eran las estancias del motel Manor House, desde arriba observaba Gerald. // Fuente: El motel del voyeur, Gay Talese; Alfaguara.
Gerald
le aseguró a su interlocutor y única persona que sabía su secreto que de alguna
manera había sacado a la luz los males de una sociedad y por eso se consideraba
alguien que denunciaba aspectos nocivos de la misma. Por eso su conclusión fue
la siguiente:
“Casi todos mienten, engañan y son
unos falsarios. Hay muchos, muchos ejemplos de ello en el Diario de un voyeur, como todas esas personas que no pasaron la
“prueba de honestidad”, y predicaban una cosa y hacían otra. Intentan esconder
en público lo que revelan de sí mismos en privado. Lo que pretenden mostrar en
público es lo que no son en realidad,
y el saberlo me ha llevado a ser muy escéptico con la gente en general. De
hecho, por culpa de todo lo que vi en la plataforma de observación, ahora soy
una persona antisocial. Simplemente no confío mucho en la gente, y si puedo
evitarla, la evito”.
Y
aunque sus reflexiones profundas puedan hacernos sentir empatía por él, Gerald
reconoció que si de verdad hubiera sabido lo de la muerte de esa mujer por su
novio traficante habría llamado a una ambulancia de inmediato (no sin antes
buscándose una excusa previa para que no se descubriera el cómo se enteró). Y a
pesar de que ese fuera el único caso de asesinato ocurrido en su motel (y que
parece que quedó sin archivarse), numerosos actos delictivos como violaciones,
robos, abuso de menores, incesto, y hasta amenazas con cuchillo los vio a
través de las rendijas. Y en ninguno de esos casos, hizo nada. Y eso que era
muy crítico con los traficantes y los actos delictivos, pero se tomó tan a
pecho su papel que no quiso arriesgar su posición de “observador” desde una
trampilla oculta en cada habitación. “Había pasado años fisgoneando sin que lo
cogieran”, relata Gay Talese en su libro. Gerald se sentía como “un historiador social, un pionero de la
investigación sexual, alguien que denunciaba la corrupción de la sociedad, un
solitario, alguien con doble personalidad, y un crítico resuelto a sacar a la
luz las hipocresías y apetitos ocultos de sus contemporáneos”. Gay Talese
consideró esa comparación una inapropiada, ya que él no desenmascaró la
corrupción de nadie con una importancia especial. Se escudaba en que era
abiertamente un voyeur y que todos los hombres lo son. Que no hizo daño a nadie
más allá de que observaba a la gente sin que los huéspedes fueran conscientes,
en todo caso, que era culpable de intentar ver demasiado. Ese estilo de vida de
Gerald Foos (según él mismo cuenta) comenzó arrodillado bajo el alféizar de una
ventana observando el hermoso cuerpo desnudo de su tía Katheryn y medio siglo
más tarde cambió lo que pudo haber sido la simple travesura de un niño curioso
por una especie de laboratorio de observación disfrazado de motel con el Voyeur
más loco de todos los tiempos observando tras una rejilla y encima sintiendo un
miedo atávico y casi paranoico a las cámaras callejeras y el espionaje de la Agencia
de Seguridad Nacional (y además, gran crítico de ese sistema supervisada por
miles de cámaras). Un verdadero utópico dentro de un mundo distópico. Una
paradoja del ‘1984’ de Orwell, o mejor dicho, una ‘Serie B’ de ese mundo
ficticio.
Un Gerald Foos envejecido pasea por el recinto donde una vez estuvo su motel, ya derruido y con apenas unos escombros sueltos. // Fuente: El motel del voyeur, Gay Talese; Alfaguara. |
El
motel Manor House se vendió en 1995 a un nuevo propietario que tardó solamente
dos años en volver a darlo en propiedad a otra persona, ya en 2014 vuelve a
venderse a una sociedad inmobiliaria dirigida por un tal Brooke Banbury quien
al igual que los anteriores dueños, no conocieron nunca la historia que guardó
Gerald Foos como un tesoro en ese edificio. El señor Branbury decidió demolerlo
al no conseguir vender todo el mobiliario interno quedando una parcela cubierta
de tierra y pequeños trozos de piedra, astillas de madera, maleza y fragmentos
de cable eléctrico, todo ello cercado por una valla de tela metálica. Ese fue
el panorama que se encontraron Gerald y Anita Foos cuando pasearon por aquel
lugar cuatro meses más tarde de que el edificio que durante tanto tiempo
dirigió y utilizó para un fin delictivo, todo ello con la observación de las
cámaras y en compañía de Gay Talese que era el único aparte de su mujer que
supo del gran secreto que guardó durante ese tiempo ‘su’ motel. Habían pasado
20 años desde que vendió aquella propiedad que no volvió al lugar y los
recuerdos se le agolparon al viejo Gerald. Hasta su querida segunda esposa,
Anita, estaba paseando por ese terreno ya abandonado de dos mil metros
cuadrados con lágrimas en sus ojos. Gerald, como buen coleccionista, miraba el
suelo esperando encontrar algo como recuerdo de lo que alguna vez fue, pero
solo encontró dos fragmentos de piedra pintada de verde que él mismo pintó en
las habitaciones. Se llevó eso y también (según siempre cuenta Gay Talese en el
libro) “un fragmento de cable eléctrico que había ido conectado al cartel rojo
que, en alto, exhibía el nombre del motel”: el Manor House de Denver, Colorado.
Así de meticuloso y de observador era el gran Gerald Foos, a quien no se le
pasó ni el mínimo detalle una vez derruido su ‘laboratorio de observación’ dos
décadas después de dejarlo.
Imágenes de la demolición del Manor House. // Fuente: El motel del voyeur, Gay Talese; Alfaguara.
Su
obra que finalmente se llamó El motel del
voyeur le provocó muchos dolores de cabeza a Gay Talese una vez se publicó.
El Washington Post puso en tela de
juicio esa confusión de fechas que existe entre Gerald Foos como propietario
del Manor House de Aurora, Colorado, y cuando conoce al periodista. En una nota
de autor al final del libro cuenta que él visitó a Gerald Foos a principios de
1980, y más tarde, ese mismo año, le vende el motel a un hombre llamado Earl
Ballard. Gay Talese escucha por primera vez ese nombre una vez se publica el
reportaje del Washington Post y
parece que se le cae el mundo encima porque su amigo Gerald no le confesó un
dato tan importante como ese. Porque a pesar de que el voyeur realizó sus
‘fechorías observatorias’ desde el desván, lo estaba haciendo entonces como
empleado/alquilado y no como dueño. Es decir, el propietario era otro pero Foos
tenía acceso permanente a él. En agosto de 1983, Ballard vende el
establecimiento, Y entonces en la nota se dice que Foos ya no pudo seguir
entrando en el desván hasta que volvió a adquirirlo en propiedad en 1988. Esa
falta de información y casi que engaño de un dato tan importante para llevar a
cabo la investigación de un caso casi echó por tierra todo lo que había estado
documentando y escribiendo Gay Talese durante tantos años. Talese define a Foos
como un “narrador inexacto y poco fiable, pero sin duda un voyeur épico”. Los
sucesos que cuenta en el libro se produjeron antes de esa visita de 1980 cuando
lo conoce por primera vez pero esta anécdota casi acaba en una confrontación
definitiva entre ambos como así se relató en el documental que sacó Netflix en
2017:
“¿Alguien
se creerá que esto ocurrió de verdad?”, se preguntó una vez el Voyeur como una
nota al pie de uno de sus relatos. Dice Gay Talese, que de no haber visto la
plataforma de observación con sus propios ojos, le habría resultado difícil
creerse toda la historia. Ese asunto de las fechas y notas en los diarios que
no cuadraban pudieron ser el enterramiento definitivo de la historia y de la
longeva carrera de Gay Talese como periodista y escritor del género
“no-ficción”. Sin duda, esta historia nos narra dos tipos de comportamiento
humano: el de los observados y el
del observador. Y si para algunos
todavía seguís pensando que Gerald Foos solo era un “mirón morboso”, él siempre
seguirá diciendo que fue un “investigador pionero”.
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